Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación. Una acumulación de espectáculos que no son un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. El espectáculo se presenta a sí mismo como una vasta realidad inaccesible que no puede ser cuestionada; su premisa es: “Lo que aparece aquí es bueno, y lo que es bueno aparece aquí”. El espectáculo es un generador de Valor-Grasa que el Pueblo recibe con jolgorio. María Teresa Campos, Suma Emisora, da (papel activo); el Pueblo recibe (papel pasivo). El principio del espectáculo está ligado a la alienación del viejo mundo: la no-intervención.
Estas son las la tesis básicas que Guy Debord expone en La sociedad del espectáculo (1967). Cincuenta años después casi ninguna de las premisas de Debord han cambiado substancialmente, aunque ahora deberíamos llamarlo La sociedad del microespectáculo.
Es nombre es bastante obvio: el microespectáculo es lo que queda después de que internet abriera las puertas del infierno y diera paso a la Era de la Opinión. Debord y el resto de situacionistas aspiraban a romper el binomio espectáculo-activo/público-pasivo, de manera que el Pueblo «construyese situaciones» y fuese actor de su propia vida. Y, efectivamente, el Pueblo es ahora actor, pero actor en la inmundicia. En internet todo el mundo construye situaciones, solo que las situaciones que construye son semejantes a las delespectáculo pero en su versión del todo-a-100: son microespectáculos. En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.
Es interesante recordar las etapas de la Historia de las Redes Sociales que señala Txe Peligro (2018):
Nuestra aportación a esta fase es que encontraríamos en ella dos subfases: una primera más simple, de fotos de borracheras, que pronto concluyó por vergüenza propia y ajena; y una segunda de idealismo puro, que coincide con las primaveras árabes, el 15M y Occupy Wall Street, donde compartíamos sin cesar noticias de la Gürtel y Undangarín y convocábamos manis como churros. Con nuestros posts estábamos ilustrando al mundo, mandando con descaro a la porra a todos los gatekeeper de los periódicos (¡qué ingenuios éramos!), y el Pueblo, imbuido de este conocimiento que le brindábamos, pronto empezaría a actuar bien, es decir, como nosotras creíamos. Pero ¡ay! aún no conocíamos la burbuja del Algoritmo. Desvanecida esta ilusión, o con fuerza más furibunda en algunos casos, entramos en la siguiente etapa.
Concluye Peligro que «descubrimos, después de tantos miles de años, que el prójimo es gilipollas, que el Homo sapiens no era tan sapiens, solo que disimulaba porque no podíamos leer dentro de las cabezas ajenas. Lo peor es que con frecuencia acabamos por darnos cuenta de que gilipollas también somos nosotros mismos. Facebook, pues, nos ha hecho desvelar el espejismo, no valemos nada ni como individuos ni como sociedad ni como especie, y cabe preguntarse, ahora que sabemos la incómoda verdad, si tiene sentido luchar por el futuro de la Humanidad o solo cabe esperar que se extinga en pocas generaciones, como ya predicaba hace tiempo la Iglesia de la Eutanasia. Total, ¿qué importa? dejemos paso a las cucarachas.»
Efectivamente, a partir de esta tercera etapa tenemos que aceptar que la sociedad occidental, con acceso a educación superior, con toda la información del mundo a su alcance y todos los medios para emitirla, no quiere ser liberada. El Pueblo cuenta ahora con la forma más absoluta de libertad de expresión, y su primer uso de ella es restringir la propia libertad de expresión a los demás. Y así tenemos que tirar por el retrete las ansias liberadoras de Debord y los situacionistas. El Pueblo quiere no solo presenciar la «lista muy sucinta de las mismas banalidades» de la sociedad del espectáculo, sino también emitirlas, creando la sociedad del microespectáculo.
¿Dónde queda la revolución, dónde el idealismo? En la Tercera Guerra Mundial todo está mediatizado por Instagram. Cambiar el adoquín por el clic ha permitido a las masas ser idealistas, y por tanto ha degradado a niveles grotescos causas que antes eran loables. En la Era de la Opinión podemos distinguir tres tipos de idealistas:
1º. Petitio-firmantes. Biempensantes que creen que Change.org es la clave del fin de las injusticias.
2º. Gente Entrañable y conspiracionistas. Personas desdeñosas del espectáculo pero dispuestas a creer siempre el microespectáculo. No creen la mentira del medio mainstream, pero sí la del periódico online lleno de anuncios porno que se ha montado cualquier sinvergüenza en su casa.
3º Absolutistas de Instagram. Hacen de sus Burbujas de Algoritmo su feudo, y cualquier atisbo de disidencia en él es severamente castigado. En su Burbuja, el microespectáculo invierte las estructuras de poder del espectáculo, y lo subveresivo en ellas es ser reaccionario. En la sociedad del microespectáculo el discurso no es oligárquico sino que está severamente fragmentado, y hacerse cura es más subversivo que hacerse punk.
Los situacionstas querían romper el espectáculo de manera que el Pueblo crease sus propias situaciones. Hoy el Pueblo las crea, y son a imagen y semejanza del espectáculo. ¿Cómo podríamos romper el microespectáculo? En la Segunda Guerra Mundial costó cinco años echar a Hitler. Hoy estamos ante un enemigo más sanguinario, despiadado y poderoso que los nazis: el Pueblo. Tal vez nunca lo podamos vencer, pero parece lógico que el primer paso ha de ser acabar con Facebook. Acabar con internet.
La Tercera Guerra Mundial será una guerra de guerrillas de la información sin distinción entre población civil y militar.