A Space Odyssey

Este texto forma parte de la serie de relatos neonormales por entregas que publicaremos de forma aleatoria e impredecible.

Ilustración por Pablo Orza.

La novena luna de Júpiter parecía desierta cuando BLASSDELEZO aterrizó su nave en ella. Aun así, cauto por naturaleza, decidió tomar ciertas precauciones. Chasqueó sus dedos y en su mano derecha se materializó una pistola de hadrones, hizo swipe con su mano izquierda y la pistola se transformó en un fusil iónico. Minutos antes el escuadrón Armada_Invencible ultimaba sus preparativos en Ganímedes para internarse en la capa exterior de Júpiter cuando una banda rival apareció por sorpresa, causando numerosas bajas y obligándoles a dispersarse. Su buen amigo MarceFCB1999 había caído y todo apuntaba a que xxxSPANISHBOY07xxx, el capitán del equipo, también estaba fuera de combate. Para más inri, una pareja de buscavidas espaciales a la que nadie había prestado atención se las había arreglado para superar la órbita de Europa y estaban ya a menos de quinientos mil kilómetros del gigante gaseoso. Tres compañeros de Armada_Invencible a los que no conocía demasiado bien contactaron con él, los tres estaban relativamente cerca de su posición y podrían reunirse en pocos minutos. Parco consuelo. Sin una nave de hipervelocidad, su única opción era esperar que la sorprendente pareja sufriese algún tipo de contratiempo —un fallo en la conducción de la nave, un asalto de saqueadores espaciales anarquistas— y ni siquiera eso era garantía de nada, ya que aún tendrían que superar a otras dos escuadras que ya volaban hacia el planeta. Los cuatro supervivientes bosquejaron un plan suicida sin mucho convencimiento, más con intención de morir con honra que de completar la misión, y se disponían a abandonar el pequeño satélite cuando oyeron por la radio la inconfundible voz de xxxSPANISHBOY07xxx.

El capitán les explicó que, durante la huida, su nave fue alcanzada por dos disparos que destrozaron su sistema de comunicaciones. Consiguió dar esquinazo a sus perseguidores y estuvo un tiempo vagando por el espacio hasta que pudo aterrizar en Io, donde logró reparar la radio. Ahora las tornas habían cambiado. Si conseguían juntarse con su capitán sin sufrir ningún percance tenían muchas opciones de alcanzar la Gran Mancha Roja antes que nadie, ya que xxxSPANISHBOY07xxx contaba con una nave que todavía podía navegar a hipervelocidad unos trescientos mil kilómetros. Estaban ya acercándose al satélite cuando un irritante ruido, como salido de otra dimensión, turbó la travesía de BLASSDELEZO.

¡Ding Dong!

«No puede ser» pensó mientras mantenía fija la vista en el horizonte. Había hecho el pedido hacía menos de media hora, era imposible que ya hubiese llegado. Haciendo caso omiso del timbre, siguió surcando los cielos de Io hasta que vislumbró un tenue brillo dorado a las faldas de una montaña. Era la Santa María, la espectacular carabela espacial en la que su capitán había pasado tantas horas. Ya había accionado el sistema de aterrizaje y solo le faltaban unos segundos para tomar tierra cuando su casco empezó a vibrar y se le apareció un mensaje: «Llamada entrante. Marcos Glovo». Pues sí que era el pedido, ¿cómo demonios había tardado tan poco? Esperó un momento hasta que la nave se posó totalmente en el suelo, avisó a sus compañeros de que le había surgido un pequeño imprevisto que despacharía en unos segundos y deslizó la mano por su cara hacia abajo, gesto con el que el sistema volvía a la página de Inicio. Desaparecieron los mandos de su nave, la Santa María y el grisáceo y pedregoso suelo de Io, y en su lugar sólo permaneció un infinito fondo blanco, salpicado por unos pocos iconos entre los que se encontraba el vibrante teléfono verde.

—Sí, dime.

—Hola, ¿es usted Carlos? Soy el repartidor de Glovo, he llamado al piso que nos ha indicado, pero…

—Sí, sí, soy yo, abro.

Se quitó el Casco de Realidad a toda prisa y fue corriendo hacia el zaguán. Pulsó el botón del telefonillo para abrir la entrada exterior y, tras dudar un instante, decidió dejar la puerta de su casa entreabierta. El repartidor tenía que recorrer parte de las tiendas y jardines comunitarios del interior de Colonia Verano, así que le llevaría mínimo diez minutos llegar a su zona habitacional, pero no estaba seguro de que esos diez minutos fuesen suficientes para completar la misión y no quería fastidiar la partida otra vez, que le dejase la hamburguesa en la puerta. Se colocó bien el casco, reanudó el juego y se disponía a pedir disculpas a sus colegas por haberles hecho perder aquel valioso tiempo cuando descubrió que le habían abandonado. No tardó mucho en comprender el porqué: la montaña bajo la que habían posado sus naves había resultado ser un volcán que acababa de entrar en erupción. La lava viscosa le cubrió poco a poco las piernas mientras su barrita de vida descendía a toda velocidad. Fin de la partida.

Loading… Loading…

Carlos volvió al menú de Inicio. Mientras llegaba su cena decidió echar el rato navegando por Internet. Deslizó sus pupilas hacia abajo a la izquierda y ante él se desplegaron varias pantallas: Actualidad, Finanzas, Deportes y Espectáculos, Redes Sociales, Porno3D. Estaba bastante orgulloso de la fluidez con la que funcionaba el navegador del Casco, su equipo de desarrollo había hecho un gran trabajo programándolo. Quizá su curro no fuese tan espectacular y apasionante como el de sus colegas diseñadores del Space Odyssey, pero no era sencillo conseguir que las ventanas de navegación respondiesen con tanta precisión al movimiento de los ojos. Llevaba trabajando para EDevice ya unos cuantos años, desde antes de la fusión con Sony. Por aquel entonces el Casco sólo era un prototipo, el sueño de unos ingenieros talentosos. Hoy ese sueño se había convertido en realidad.

O mejor dicho, en la realidad.

Mientras hojeaba distraído las noticias de actualidad nacional recordó la confidencia que le había hecho un compañero de trabajo. La próxima semana se anunciaría que el Gobierno de España había llegado a un acuerdo con EDevice para repartir un Casco de Realidad a toda familia que aún no dispusiese de uno. La versión oficial era que, gracias a esta medida, todos los menores tendrían garantizado el derecho a la enseñanza, ya que los niños sin recursos podían acceder así a las clases virtuales diseñadas por el Ministerio de Educación. Pero había otros dispositivos con sistemas operativos que soportaban el formato en el que estaban desarrolladas las clases. La razón por la que se escogió el Casco de Realidad era perfectamente obvia: en el resto de plataformas de Realidad Virtual no se podía jugar a la sensación del momento, el Space Odyssey. Quizá en otros tiempos hubiese habido quejas: esto es tirar el dinero público, el Gobierno está comprando el voto de los niños, en fin, todo eso. Pero no estaba la cosa como para negarle a los niños un poco de diversión. Carlos era suficientemente mayor como para acordarse bien de cuando salió el Fortnite, que también fue un boom sin precedentes y produjo numerosas quejas por el hecho de que los chavales se pasasen todo el día con «la maquinita». Por aquel entonces los niños jugaban a sus consolas después de tener que acudir a la escuela, hoy acudían a la escuela con su consola.

Las noticias aparecían y desaparecían arrastradas por una corriente invisible. El algoritmo había repetido aquella secuencia una y otra vez, y sabía cuáles eran las preferencias informativas de Carlos. El mundo seguía impertérrito su curso: diputados insultándose en el Congreso, aumento de altercados, multas por aglomeraciones. En Chamartín se inauguraba la séptima torre, la más alta de todas, pero cada vez menos trabajadores white-collar acudían a las oficinas, los edificios eran principalmente usados para reuniones esporádicas entre CEOs de las grandes empresas y como reclamo turístico. En Estados Unidos la tensión se recrudecía, las ciudades ardían pasto de las llamas, los rednecks se aislaban en sus modernos ranchos y los infectados vagaban por el país como almas en pena. La bolsa subía como la espuma, el Dow Jones alcanzaba un nuevo máximo histórico. El IBEX continuaba con su eterna montaña rusa, como la mayoría de los índices bursátiles del Viejo Continente. El Banco Central Europeo mantenía las inyecciones de liquidez y su agenda verde-tecnológica. La Reserva Federal anunciaba que proseguiría un trimestre más con su programa de compra masiva de acciones, lo cual alegró a Carlos ya que EDevice era una de las empresas que formaban parte del balance de la FED. Estaba observando la evolución de un fondo de inversión en el que había metido un dinerillo cuando el repartidor de Glovo picó a la puerta ya entreabierta.

La estampa no podía ser más patética. Llevaba un mono absurdamente grotesco, con pliegues unidos por varias tiras de cinta aislante, unas botas ortopédicas que le llegaban hasta la rodilla y guantes que cubrían hasta el codo. Pero lo más chocante era la escafandra en la que estaba embutida su cabeza. Carlos le saludó un tanto cohibido. Estuvo tentado de preguntarle por qué iba así vestido, pero prefirió no hacerlo. Quién sabe, quizá tuviese sus buenas razones. Si algo había aprendido en los últimos años es que lo que en primera instancia parece excéntrico puede acabar resultando perfectamente normal con el condicionamiento adecuado. El repartidor, muy educado, dejó la bolsa en la mesita y se despidió sin dilación. Carlos cogió su hamburguesa, sacó una cerveza de la nevera y salió a cenar al jardín.

Compartía aquel pequeño espacio verde con los vecinos del piso contiguo al suyo, los García, que se encontraban de vacaciones en el Caribe, lo cual sólo podía significar que tenían o muchísimo dinero (algo poco probable si vivían en Colonia Verano) o los contactos adecuados. Mientras devoraba la carne, recordó que aún no había gastado sus vacaciones europeas. El Ministerio de Turismo y Espectáculos asigna a todos los ciudadanos españoles dos periodos vacacionales por año: uno por Europa y otro por España, con el que viene asociada una entrada a un Punto de Interés Turístico. Sus vacaciones en el país las había pasado en Barcelona, visitando a su amigo Marcel. En el sorteo le había tocado un ticket de visita a la Sagrada Familia, pero pagando un bonus pudo canjearlo por la entrada para un Barça-Espanyol. En un Camp Nou desértico, salpicado aquí y allá por grupos de japoneses que sonreían a la cámara (nunca más de veinte personas por grupo), el equipo blaugrana ganó sin mucho esfuerzo en un partido gris. A la vuelta cenaron en uno de los restaurantes de las Ramblas, donde Marcel tuvo que acreditar que venía acompañando a su amigo castellano para que le dejasen entrar en la Zona Centro. Recordaron viejos tiempos y rieron con viejas anécdotas, las noches con la pandilla entre discotecas y verbenas, intentando camelar a alguna chica, colándose en algún tugurio o discutiendo a voces sobre el Procés con un cubata en la mano. Cómo había cambiado todo. Al día siguiente probaron el Ucronía, que acababa de ser desplegado en el Casco. En la primera partida Carlos, en el papel de guardiacivil, se enfrentaba a un Marcel miembro de un CDR durante un 2017 ficticio en el que la República Catalana era reconocida por Reino Unido y Alemania; más tarde ambos militaron en el ejercito carlista y lograron vencer a los isabelinos. Había sido un bonito reencuentro.

Respecto al viaje por Europa, había varios destinos que le interesaban. El reciente acuerdo con Rusia le ofrecía la posibilidad de ir a Moscú, que siempre le había llamado la atención. O si no aún había muchas ciudades de Europa Central que le gustaría visitar. Pero lo cierto es que tenía un pequeño problema.

No tenía con quién ir.

Podría hacer el viaje solo, claro, pero no quería exponerse a los murmullos del resto de turistas, cuchicheando entre risas. ¿Querría ir Aitana con él? Llevaba un tiempo hablando con la chica que llevaba la pequeña tienda de Colonia Verano, nada más allá de conversaciones intrascendentes en el mostrador y algún paseo juntos cuando se encontraban en alguna de las zonas comunes. En uno de esos paseos, después de que ella le contase cómo llevaba dos semanas sin salir de aquella desangelada urbanización, repartiendo las horas entre la tienda, el gimnasio y las últimas novedades de Netflix, Carlos tuvo el impulso de preguntarle si no querría ir con él a ver las momias de Lenin y Putin. Pero no lo hizo. Dios sabe por qué.

El sol, oculto entre las mieses, tiñe las nubes de arrebol. Los campos de trigo se extienden allí hasta donde alcanza la vista, solo interrumpidos por enormes mojones de hormigón y ladrillo, microcosmos esparcidos por la estepa castellana. A la entrada de uno de ellos yacen sobre la calzada una bicicleta, una escafandra y una mochila cuadrada; apoyado en la columna, un hombre espera. Una silueta avanza hacia él, pedalada a pedalada, el mismo chisme esférico a la cabeza, el mismo cubo infernal a la espalda. La misión ha sido completada. Los dos buscavidas se abrazan, accionan el motor de sus vehículos y se pierden en el horizonte, en busca de nuevas aventuras.

 


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