El futuro era esto y sólo puede resultar decepcionante a los imbéciles. La época que soñaron nuestros antepasados ha llegado. Somos los hombres que nacieron después del porvenir, nuestra época es tan perfecta que sólo sentimos nostalgia por cosas indeseables: trabajos a jornada completa con contrato indefinido, la prosperidad de la burbuja inmobiliaria, el tiempo en que los bancos nos amarraban con amabilidad a hipotecas y créditos. Añoramos lo que nos condujo a la fatalidad porque hemos alcanzado la gloria. No viajamos con nuestra mente al otro lado de la galaxia ni nos pudrimos en una longevidad de trescientos años, pero hemos evolucionado hacia un ser humano superior. Tenemos el cuello muy largo para mirar siempre hacia atrás.
Vivimos en el mejor de los mundos posibles. Nuestros ancestros se dejaron su sangre para traernos aquí, y nuestras ancestras se dejaron la piel de las rodillas ante los ancestros de nuestros enemigos. Gracias, ancestros y ancestras, por vuestro sacrificio. A vuestra masa de cuerpos como una tripa puesta a secar le debemos este futuro de pureza. Adolf Hitler está muerto, Lina Morgan está muerta, Nelson Mandela está muerto, Bill Gates está muerto. Maradona pronto morirá.
Nuestra época ha trascendido a los héroes y tiene la paz de sus obituarios. Hemos escrito las líneas más hermosas para librarnos de hombres-lastre cargados de genialidad, y ahora nos engalanamos para salir a la caza de un coito que nos deje descendientes, pues serán ellos quienes escriban nuestras necrológicas.
Pero hay quien no se da cuenta. Cuando cojo un periódico, las hojas tiemblan entre mis manos. Los cronistas ignoran que todo ha terminado. Mis vecinos ignoran que todo ha terminado. Los taxistas, los camareros, los acróbatas ignoran que el tiempo ha terminado, que no es un lugar distinto lo que les espera al otro lado de la red. Si Miguel de Cervantes resucitase, yo lo llevaría a fascinarse al aeropuerto de Barajas y después nos iríamos a un Vips para merendar.