“El Ayuntamiento de Madrid impone el Toldo Verde”
¿Qué sucede cuando un texto cae en sus manos y sus ojos pasan, como una escoba del Mercadona, por cada una de las palabras del mismo? Hay muchos procesos mentales que interceden ante la lectura de un texto concreto, no solo podemos hablar de decodificación, sino también de un aspecto que se llama coherencia.
En este caso, llevo el texto a una universidad de prestigio de la mano de la profesora de la asignatura para realizar un pequeño experimento. Se entregó el texto fotocopiado para su análisis dentro de la lección impartida en una asignatura optativa.
Así que, desde la perspectiva del alumnado, nos sentamos en una silla verde, ante un pupitre, en una universidad de renombre, y cae en las manos de nosotros, alumnos, un texto con elementos que lo hacen absolutamente creíble: el logo del Ayuntamiento de la capital del oso y el madroño, un artículo en el pie de la hoja número xxx, una firma de un hombre que tiene un apellido y se autodenomina Sexto Teniente de Alcalde. Un cúmulo de frases con sentido y bien hiladas que desarrollan el ambicioso proyecto de cubrir Madrid de Toldos Verdes, esas telas que cubren y al mismo tiempo des-cubren todo un mundo de posibilidades estéticas.
El texto nos informa de que se debe realizar un inmediato cambio en el edificio en cuestión, plagarlo de Toldos Verdes para que estos se integren en el paisaje español, junto con los pinos, la envidia o el musgo que crece intentando una pequeña revolución en las aceras plagadas de colillas.
¿Es un texto posible?
En la hoja hay una pequeña referencia a una supuesta realidad que, a priori, desconocemos y que se escapa de la perspectiva de nosotros, desde la visión del alumnado. Una tal empresa Homo Velamine Consulting S.L.
–Esa es la empresa que confecciona los toldos– añade una alumna sentada en primera fila, ávida de saber.
¿Por qué no se ha entendido el texto?
En primer lugar, esta alumna, tanto como los demás, ha procurado dotar al texto de coherencia. Es un discurso bien redactado, tiene sentido, en su pequeño universo DINA4. Está cohesionado (todos sus elementos lingüísticos están bien conectados dentro del texto). Los lectores, sin saberlo, abrazamos algo llamado presunción de coherencia, descrito del modo siguiente por lingüistas de renombre en el campo de la Filología:
«La comprensión de un texto se debe apoyar sobre el principio de presunción de coherencia. El receptor destinatario tendrá que deducir o percibir el tipo de contexto y los conocimientos compartidos que permiten una interpretación aceptable del texto según las exigencias del género con el que se relaciona» (Brown y Yule, 1983).
Esta presunción de coherencia se refiere al hecho de que «todo texto emitido por un emisor a un receptor se considera bajo una hipótesis racional que no admite idealmente un comportamiento ilógico», apuntan Calsamiglia y Tusón.
Otro error en la interpretación del texto, el hecho de no comprender que es un texto humorístico, recae precisamente en el aspecto de no reconocer qué es Homo Velamine. Navegando dentro de la lógica del texto, como ya se ha apuntado, una muchacha alega que esa es la empresa que confecciona los toldos. ¿Qué ha sucedido aquí? Algo extraordinario, mental, cognitivo, como quiera llamarse, y es que la mente de ella (o de otros que no se manifestaron pero que compartían el mismo sentimiento interior acerca de esa imposición de los Toldos Verdes en la comunidad de Madrid) quiso interpretar esa referencia dentro de la información que se le estaba proporcionando para dotar de coherencia el resto del mensaje. No sé qué es Homo Velamine, pero este texto trata de toldos, señores, tienen que ser los que los confeccionan dentro de un coqueto taller situado en la Elipa, por ejemplo, barrio encantador donde los haya, quede claro.
A priori, faltaba también la referencia exofórica: el conocimiento del mundo compartido falló a la hora de interpretar ese texto, al no conocer quién era ese grupo al que se cita, la lectura es errónea. Uno interpreta, falla o acierta, y en este caso, falla. Ni ella ni los demás estaban familiarizados con la referencia al mundo externo que es esa empresa Homo Velamine, revista humorística en realidad, así que intentaron conectarlo en el texto de algún modo.
En tercer lugar, algo más que soporta y apoya la verosimilitud de dicho texto es que este vaya acompañado de un paratexto. Ya se ha aludido al mismo cuando presentamos este impreso al principio. El paratexto lo conforman un conjunto de señales que ayudan a aceptar el mismo, como son el encabezamiento del Ayuntamiento de Madrid, la firma misma de un personaje, aunque este sea inventado, y la referencia a un artículo con un número que parece que se haya extraído auténticamente de un BOE o similar.
Por último, para que un texto sea ideal, 100% perfecto, debemos hablar de las máximas de cooperación, siguiendo la teoría de Grice: máxima de calidad (no sea falso), cantidad (diga la información necesaria), manera (sea claro, evite la ambigüedad, la oscuridad) y de relación (sea relevante). Aunque nunca se cumplen todas. O casi nunca.
¿Qué sucede en un texto humorístico?
Que se rompe, se resquebraja, rasga y pisotea la máxima de calidad. En el caso del texto que estamos manejando, la máxima se anula cuando se presenta un texto falso. Es evidente que el Ayuntamiento no desea instalar Toldos Verdes, así que durante todo el texto navegamos en una mentira.
Pero como se ha señalado, la ruptura de máximas se hace continuamente. Y no solo en el terreno del humor. Podemos desviarnos a la conversación misma, para verlo más claro. La máxima de calidad la rompemos, por ejemplo, en la siguiente situación. Imaginemos al tipo que llega tambaleándose atufando a vinillo de tetrabrik y se aproxima en el pub a una buena moza, presa fácil, aparentemente, en el mundo de la discoteca y del vicio. Hay muchas opciones para rechazarlo, por supuesto, desde la indiferencia de Dama de Hielo, hasta el directo monosílabo “no”. Pero queda una tercera opción que algunos prefieren, de ambos sexos, en una situación así. La cortesía.
-Oyesss que me gustas mucho, ¿me das tu instagram/facebook/twitter/whatsapp/snapchat/correo electrónico del trabajo?
-Ahora estoy bailando con unas amigas.
¿Por esto se puede entender que ella anhela una relación sexual con dicho caballero? Puede que uno comprenda eso, si uno procede de cualquier otro país de habla no hispana, donde la gente habla sin tapujos (quizá una tribu lejana) y está aprendiendo español nivel B1.
La chica, el objetivo del beodo, ha evitado decir un “no” por lo que sea, conoce al amigo del muchacho o le da un poco de lástima. O por cortesía. Lo que viene a explicarse aquí no son sus motivos, sino que ha incumplido la máxima de calidad. Ha sido falsa, insincera, no verdadera. Y así continuamente un sinfín de ejemplos donde el uno oculta algo y rompe la máxima de calidad de manera más o menos sutil.
- ¿Quieres sexo?
- Ahora me iba a abrir una pizza.
Un ejemplo más. En este caso, B está rompiendo tantas máximas que el móvil va a estallar. De calidad (su razón verdadera quizá sea la ardua construcción de una bomba atómica con piezas de lego), de cantidad (ha hablado demasiado, A solo espera un SÍ o un NO) y la de relación (a A sinceramente le da igual que tenga una pizza entre manos o un pollo de plástico que no pita).
Sirva el anterior como ejemplo de ruptura de máximas en una conversación. Ahora bien, ¿qué le queda al interlocutor por realizar cuando se rompe una máxima? Implicar. Hay que hallar la implicatura, qué implica que este texto esté hablando de toldos verdes en Madrid, si esto es falso…pues implica que es un texto humorístico, desde la clave del humor. ¿Qué implica que B, siendo hombre, no quiera sexo con A, siendo mujer? Implica que es homosexual, merluzo integral o tener una estrecha relación con su mano derecha.
Otro ejemplo de ruptura de máxima, en este caso la de manera o modo, que empuja a que el interlocutor realice un esfuerzo para interpretar lo que implica el discurso/texto es el siguiente:
A.¿Quieres sexo?
- Puede que sí, puede que no.
B está siendo deliberadamente ambiguo, oscuro, no es conciso y rompe los esquemas de A, que espera una respuesta concreta. No ha rechazado la propuesta, pero tampoco ha sido lo suficientemente claro como para poder interpretarla.
Para la interpretación de un texto se necesita que se comprenda, urgentemente, el contexto. Es una necesidad como la de un salvavidas rojo brillante cuando no hay nadie que te rescate en una playa gentrificada y afrodisiaca. El lector o interlocutor ante un texto/discurso siempre va a procurar hallar la racionalidad.
La respuesta del alumnado fue la misma que se generó en los vecindarios que recibieron el texto pegado en sus portales. Pero es que, idealmente, si se comprende el contexto, se accederá al humor (aunque capítulo aparte merecería considerar que a la persona le haga o no gracia). Esto, por supuesto, es la utopía que se querría conseguir cuando un emisor escribe un texto humorístico: que se acepte como humor, sencillamente, algo irrealizable (como la instalación de Toldos Verdes a la que estamos aludiendo aquí) y burlesco. Sin más vuelta de hoja que la pura gamberrada simpática. Pero algunos están todavía a años luz de hacer las paces con el humor.