‘Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y realizar una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc. Consulte aquí los próximos destinos.
Nihilismo, tecnología, mundo administrativo y muerte de Dios: BAMBÚ
Este no es un buen siglo para ser burgueses prácticos, de esos que salen en domingo con su ropa dominguera, se llenan los oídos de trinos de gorriones y poesía y saludan a la bella naturaleza convencionalmente. Dada la situación actual, la parada de metro que correspondía al garbeo de hoy, «Bambú», ya resulta un lugar suficientemente exótico.
Una urbanización alta y ladrillosa nos impacta según salimos del metro, el paisaje es bello, espectacular, rezuma bienestar. Solo existe un adjetivo que pueda definir Bambú: paradisíaco.

Como únicamente parece haber una calle interminable repleta de coches circulando sin descanso, preguntamos a un amable señor dónde existe la vida humana por estos lares. Nos indica que no queda esperanza, que Bambú es fundamentalmente dos largas calles denominadas Bambú y Avenida de Burgos, enlazadas por una callecita llamada Yuca donde se encuentra el bar-restaurante más importante de la zona: el Restaurante Yuca, que abre de siete a seis, y al que ya no llegamos. La calle que da nombre a este barrio esplendoroso desemboca en un muro que carece de todo sentido aparentemente pero que en realidad separa la calle principal del abismo de las vías, que desembocan y parten de la estación de Chamartín, con el objetivo de evitar el suicidio de los escasos vecinos que allí «viven». Este señor, chileno, nos informa de la existencia de una conexión insospechada entre Bambú y las calles de Santiago de Chile en lo que estas tienen de brutalizantes e inhóspitas. Cuando el buen hombre chileno consigue salir de la perplejidad que supone que en Bambú haya gente haciendo «turismo», nos explica su particular teoría, a saber, que las ciudades americanas, contrahechas, fueron artificio de los arquitectos más aburridos de España, lo cual no deja de ser interesante.
Caminamos un poco por el desierto desolado y nos encontramos un club de pádel, la School Padel Center, con nombre en inglés aunque sea el pádel un deporte de mentira inventado en las urbanizaciones de España que, si se juega en El Extranjero, es porque los padelistas lo aprendieron en la Costa del Sol.

El club de pádel, remanso de paz infatigable perfectamente iluminado, cuenta a su vez con un bar de copas para ejecutivos: aburrimiento absoluto, todo parece estar prohibido: atisbamos incluso un cartel que impide comer pipas.

Nos alejamos de ahí enfadados e incluso incitando a la anarquía pues nos atrevimos a tocar otro cartel de prohibiciones que decía «NO TOCAR GRACIAS». Enfadados sí, pero esperanzados: es hora de buscar la resistencia, algo de vida encontraremos en este barrio, por poca que sea.

Como ya es tradición en nuestras incursiones para la mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid, siendo Bambú la segunda sesión, acabamos colándonos por un pasadizo secreto que conducía, después de mucha oscuridad, miedo y misterio, a un vulgar aparcamiento de monovolúmenes.
Mr. Satan aprovecha el momento de incursión para recitar el Canto IV de la Ilíada en griego arcaico, se sube al capó de un coche y comienza a cantar: «Dos, son dos, las Diosas que asisten a Menelao (…)» Brenda, por su parte, aprovecha para hacer el catalán independentista en la plaza de aparcamiento más Constitucional que encuentra. Sara Dos les asiste, y realiza sendas fotografías.

Salimos –no sabemos cómo, probablemente teletransporte o ascensor– a un edificio custodiado por un intrépido guarda que a su vez alberga una empresa de seguros. Se trata de un bloque de oficinas sombrío y lleno de trabajadores anodinos cuyas vidas seguramente no sean existencias que merezcan la pena ser vividas. ¿Acaso hay algo más aburrido que una compañía de seguros en el barrio más aburrido del mundo? Imbuidos de desvergüenzas, sin miedo ni protección ante el futuro, atisbamos una pequeña iglesia grecorromana en medio de todos los edificios modernos y saltimbancos de Bambú. Nos quedamos maravillados, nos acercamos y creemos escuchar una misa en alemán a la que sólo asisten dos señoras. Entendemos las palabras, pero no el mensaje.

Cuando salimos de la iglesia, vamos al edificio conexo y nos damos cuenta de que en realidad es una sede para cristianos alemanes donde curiosamente no hay ningún tudesco. Nos reciben un español de aquí, de Madrid, un filipino-australiano que decía hablar euskera primitivo y una mujer polaca.
La cosa fue como sigue: nos invitaron a pasar y nos explicaron que iban a organizar una fiesta y un evento, que estaban ultimando todos los detalles. Les ofrecemos nuestra ayuda, porque siempre hemos creído en el turismo solidario, en el volontourism, como instrumento de desarrollo ultrarracionalista. Rechazan nuestra ayuda.
En menos de un minuto ya nos insinúan que debemos dejar de trabajar cuanto antes, para no pagar más impuestos, dado que estos acaban en los bolsillos del ínclito Puigdemont, a.k.a. El Turista Belga: ¡Otra vez tú, Cataluña, otra vez tú! No obstante, estos raros cristianos no-alemanes son unos rebeldes que aguantaron la demolición del edificio histórico en una zona gentrificada por las oficinas, nos cuentan que la iglesia-edificio se construyó en 1925, es decir, si ya resistió a la Guerra Civil cómo no va a resistir al Capitalismo, y ahora los tres organizan juntos una feria de cerveza alemana y brezn el próximo viernes, a la cual asistiremos sin duda, pues hemos sido cordialmente invitados. Por supuesto, hemos aceptado. En la ceremonia de iniciación, la polaca nos cuenta que no tiene ni idea del asunto de Cataluña, que ya no ve la televisión. Luego, más tarde, ya confiesa que sí la ve pero sólo La que se avecina. El filipino-australiano nos cuenta cómo aprendió euskera primitivo: una cuidadora vasca se hizo cargo de él en su más tierna infancia y le contó la verdad: que España era una provincia de Euskal Herria y, por tanto, lo fundamental a la hora de aprender idiomas era saber hablar y escribir vasco primitivo. Puede que estemos ante el tipo más curioso de todo este asunto bambuesco. Esta foto nos la hizo él:

Al abandonar la iglesia y los preparativos de las fiestas, con las manos vacías pero cargados de ilusión, nos dirigimos al centro neurálgico de afterwork de Bambú: una cafetería repleta de gente: el Restaurante Dolan. Allí, servían cañas de cerveza con tapas de pincho de tortilla y/o jamón serrano para los parroquianos habituales y a nosotros, los turistas, nos agasajaron con unas aceitunas y patatas fritas de bolsa. Por la televisión del centro del networking de Bambú emitían First dates, programa de referencia presentado por Carlos Sobera, seguramente nuestra amiga polaca lo estuviera viendo desde su casa. La camarera del bar restaurante donde degustamos aceitunas se escabullía del goteo de piropos que recibía como bien le habría enseñado a hacer su madre, o el feminismo.
Aprovechamos la circunstancia para intentar enamorarnos: con el celular de Brenda recorrimos los perfiles de cuatro de cada tres hombres de Bambú, nos encontramos con un hombre concreto que decía tener 37 años pero aparentaba 55 mal llevados y otro de 55 que se tenía en alta estima, puesto que Tinder es una red de ligoteo post-adolescente. Como en la vida real y en la nieve de Madrid, el amor tampoco cuajó en Bambú.
Pagamos y nos fuimos. Antes de finalizar el garbeo, dejamos varios avisos de reubicación «Especial Navidad» en dos imponentes urbanizaciones de varios edificios de la calle Bambú.
Si quiere poner su propio aviso de reubicación y construir el belén de sus sueños, descargue la nota.
Bambú, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Bam-bú: la punta de la lengua emprende un viaje de dos pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el segundo, en el borde de los dientes. Bam-bú. Regresamos a la única boca de metro y ya sentimos morriña del paraíso nihilista, tecnológico donde se dan a la vez el mundo administrado y la muerte de Dios.
Las conclusiones de esta deriva son en conjunto positivas. Consideramos que el compendio de oscuridad, oficinas, muros salvavidas a la vez que ausencia aparente de vida humana que es Bambú podría convertirse en un nuevo punto de referencia para el turismo del suicidio. Por esta razón, proponemos:
· Construir sobre la carretera de la calle Bambú una gran playa que embellezca las vistas de los oficinistas, llenándoles de esperanza, permitiendo siempre que los coches sigan circulando sobre la arena, eso sí, para no incomodar al que manda.
· Declarar el Muro de Bambú Patrimonio de la Humanidad por la gracia del Dios alemán, dada su indiscutible función de interés social. Vestido por hermosos graffitis y carteles de «compro oro».
· Convertir el parking subterráneo en un espacio seguro para el suicidio, equipado con cámaras de gas, cuerdas, pistolas, ansiolíticos y toda clase de utensilios para que uno pueda elegir morir de la forma que más se ajuste a sus gustos personales. Menos regulaciones y más libertad, siempre.
· Que los colegios organicen visitas guiadas para los escolares al Museo de la Agencia EFE, al Restaurante Dolan y, por último, terminar en el parking subterráneo.
Del Museo de la Agencia EFE no habíamos anotado nada porque no pudimos entrar, estaba cerrado, como el Restaurante Yuca. Sin embargo, nos consolamos entrando en su página web y comprobamos que la imagen más relevante del siglo XXI para la agencia EFE es el atentado de las Torres Gemelas y, la segunda, Piqué levantando un trofeo.
¡Otra vez tú, Cataluña, otra vez tú!