Todo pasa de moda, menos Camela. Camela, como los grandes autores y poetas, tiene un mensaje universal que desafía al tiempo, y usa con maestría un lenguaje que es a la vez sencillo y elevado. Puede que nadie se acuerde de Nirvana dentro de unas décadas, pero Camela seguirá sonando en los autos de choque a la vez que sus portadas se exponen en los museos.
Fuimos a ver a Ángeles y Dioni el pasado 17 de marzo en la sala Lava de Valladolid. Aún sin Miguel con ellos, y con el peso de 24 años de carrera detrás, siguen estando frescos y atrayendo al público más joven, algo que muy pocos grupos logran después de tanto tiempo. Pero el éxito de Camela es mucho más que musical, porque conforman una «entrelínea» frankensteínica de la música comercial. Camela es inspiración pura para el ultrarracionalismo, y suenan sus voces como música celestial en nuestros oídos.
Olvídense de Mick Jagger, Brian Johnson y de Freddie Mercury: el rey del escenario es Dioni, y Ángeles su emisaria. No necesitan millones de lucecitas de colores, llamaradas de fuego o escenarios móviles ultra tecnificados para avivar el espectáculo: ellos solos son capaces de llenar de energía el mismísimo Bernabéu. Aunque claro, aquí estábamos en una sala de medio pelo de Valladolid. Perfecto: ahí es donde uno es y siente el Pueblo, y ahí reside la grandeza de Camela.
Les acompañaban cinco músicos que, en nuestra opinión, hacían demasiado sofisticada su base sónica. La guitarra eléctrica en general ensombrecían al teclado, y el batería-humano no podía sustituir bien los golpes sintéticos del batería-máquina. Pero esos músicos sólo eran mensajeros que venían a traer música de Ángeles, y si hubo ocasiones en que recordaba a orquesta de pueblo la conexión entre la gente y Camela se hacía aún más patente.
Sobre el escenario, Dioni tiene una personalidad, energía y creatividad que sólo he visto antes en Londres. Llena la sala como una llama de fuego, entre patadas voladoras, dobles saltos mortales, giros infernales y otros pases alucinantes. Su estilo de vestir se mantiene muy fresco y auténtico, y aún hoy, a sus 47 años, es capaz de estar al último grito sin parecer un carca revenido, algo extremadamente raro en España. En esta ocasión complementó su clásico pelo largo y cinta con unos pantalones negros rotos y una camiseta gris, sin estampado, que le llegaba hasta por encima de las rodillas pero que quedaba graciosamente arrugada por un lado sobre el transmisor de su micrófono. Y llevaba unas zapatillas que se encienden. “Estas, pal que me conoce, son las cosas del Dioni, ¿no?”, confiesa al público. “Al Dioni un día le decían ‘¡No des esas vueltas!’ Y el Dioni, más vueltas. ‘¡No pegues esos saltos!’ Dioni, más saltos. ‘¡No te pongas una cinta!’ Dioni, una cinta en cada concierto. Y un día dije ‘Jolín, pues un día me voy a poner unas de ésas en el escenario’. ‘¡No te las pongas!’ ‘Dioni se las pone”. (Véalo en vídeo.)
Las zapatillas de Dioni son, de hecho, la mayor virguería de luz que hay sobre el escenario. Explica luego que no son de los “chinorris”, sino que su hijo se las ha comprado online y vienen de Londres (¡os lo dije!). El público ríe y vitorea, porque la otra gran faceta de Dioni es la de un excelente orador. Divertido, carismático y muy entregado, hace vibrar al Pueblo con cada una de sus palabras. “Nunca me queda claro, ¿cómo preferís, Pucela o Valaldolid?” “¡Pucela, Pucela!”, grita el público ardorosamente. Entonces se saca de la manga su mejor baza: que su abuelo era “pucelano” y que de chico venía mucho a la ciudad. Cuenta los detalles mientras el público gime y aúlla. “Mucha gente dice que si somos andaluces, pero ojo, que también hay arte más allá de Despeñaperros”. Vítores y aplausos frenéticos siguen, y los ultrarracionalistas hacemos un “hurra” quedo por La Meseta y sus buenas y despreciables gentes.

Ése es el Dioni, pero ¿qué decir de Ángeles? Ángeles deja lucirse a su cuñado (Dioni está casado con su hermana) en el escenario, pero ella es la que le da brillo con sus temas. Coincidirá el lector con nosotros en que el tomo que recoja su vasta obra será el tratado definitivo sobre el amor, y que por él deberemos guiarnos en ese asunto antes que por Platón, los curas, los psicólogos u otros supuestos expertos. Hay que respetar el hecho de que Camela lleva 24 años pensando el amor, habiendo devenido responsables máximos de la fecundación de millones de vientres. Camela es la depuración máxima del amor en la sociedad post-sentimental; es objetividad y presencia pura. Camela es el «ahí» del amor.
Pero las letras de Ángeles no sólo hablan de amor. “Hemos tratado muy poco los temas sociales, solo tenemos alguna canción sobre el racismo o el Alzheimer”, reconoce Dioni sobre el escenario a la vez que desde el foro una espectadora grita “¡Y las drogas!” Dioni continúa: “Pero en nuestro último trabajo tenemos una canción que habla sobre esa lacra que es la violencia de género.” Un millón de voces femeninas gritan “¡Se acabó el tener dueño!”, que así es como se llama el tema. Y el contundente organillo, que parece decidido a sacar por sí solo a todas las mujeres de situaciones de maltrato, empieza a sonar. Qué mejor manera de ponerle fin a este problema que transmitiéndolo por del canal más capaz de llevarlo a sus responsables y víctimas, y ese canal no es otro que Camela. Ni las mejores políticas del Gobierno ni los más concienzudos fanzines feministas serán nunca tan útiles.
No solo hablan de temas sociales las canciones más obvias. Al igual que a Charles Manson descifraba los mensajes secretos de las letras de los Beatles, los ultrarracionalistas vemos el significado oculto de las canciones de Camela. Esto merece un análisis pormenoreizado, pero baste un ejemplo: ¿acaso no esperaba nadie que algún tema de su repertorio describiera los sentimientos del Pueblo hacia la socialdemocracia? He aquí:
[arve url=»https://www.youtube.com/watch?v=biaPrz0Ryn8″ align=»center» /]Porque Camela es, sobre todo, la voz del Pueblo. Ni Podemos, ni el 15M ni la asamblea de barrio representan al Pueblo como la hace Camela. “Nunca nos han nominado en los premios de la música, ni grammy ni ná, ni falta que hace”, dice Ángeles, “porque tenemos el gran lujo de que vosotros nos premiáis cada día con vuestro cariño”. Camela sea, probablemente, la única elección buena que hace el español. “Esta canción representa la afinidad que hay entre la gente, la calle, el Pueblo, y nosotros”, continúa Ángeles antes de cantar Por siempre tú y yo. “Esa afinidad va a existir siempre”.

Camela es Pueblo porque de él viene y a él nutre. «Mi hijo Cristopher se viene ahora con nosotros en nuestro puesto de camisetas», dice Dioni (y se oye un grito entre el público: «¡Estás muy bueno!»). «Como yo, que vendía cosas en el mercadillo. Lo único que él no tiene que correr delante de los municipales, ¡anda que no he tenido que correr yo delante de los municipales!» Muy pocos grupos son capaces de identificarse con las miserias del Pueblo de semejante manera.

En difinitiva, Camela no tiene discos de platino, sino de polvo de estrellas, y más concretamente de estrellas de mil colores. Cada disco de Camela es un anillo de Neptuno. La astrofísica no encuentra palabras para expresar las maravillas de sus teclados y polifonías. Como dice Ortega y Gasset: «En España lo ha hecho todo el Pueblo, y lo que el Pueblo no ha podido hacer se ha quedado sin hacer.»
Y ese Pueblo-que-hace es Camela.
2 ideas sobre “Camela o la sublimación del Pueblo”