Cartas desde el sur

Estimado padrastro:

¿Cómo os encontráis hoy? Espero que no me guardéis rencor por haberos disparado a bocajarro con el fusil del abuelo. ¡Me late el deltoides cada vez que pienso en el desagradable sonido que hizo vuestro fofo cuerpo al chocar contra la ventana del salón violeta! Bien sabéis que sólo intentaba limpiar la mancha de gorgonzola que lucía vuestro chaqué. Podéis acusarme de poco sutil, por supuesto, pero ese es un rasgo de mi personalidad que yo considero una virtud: la sutileza es propia de plañideras y de acróbatas de circo, no de prohombres y dirigentes del futuro como yo. Los auténticos ultrahombres postmodernos nos abrimos paso a puñetazos y dentelladas, comiéndonos el mundo poco hecho y sin ningún aderezo, y enterrando amantes y confidentes a ambos lados del camino. Supongo que madre os habrá contado alguna vez lo que decía mi difunto abuelo a este respecto: “cierra la boca, ramera, y tráeme otra copa de oporto”.

¿Cómo se encuentra madre, por cierto? ¿Ha dejado tullido a algún otro miembro del servicio? ¿Sigue coleccionando jilgueros muertos? Confío en que sus cuentas sigan saneadas, pues ya he perdido tres porteadores y necesito comprarle tres o cuatro muchachos más al señor de la guerra local. Mi lugarteniente insiste en que para llevar maquinaria pesada hasta lo alto de la montaña los niños descalzos no son lo más adecuado pero, ¿qué sabrá él de arte? El infeliz se mueve entre conceptos de nuevo rico como “optimización”, “sinergia” o “desinfección”. Nosotros, como bien sabéis, hemos venido a este mundo para algo más que oler entrepiernas y beber de botijo: hemos venido para dejarlo más agradable a los sentidos de lo que lo encontramos.

Os escribiría contándoos mis aventuras entre los sifilíticos caníbales de esta región, pero me dice el imbécil de mi lugarteniente que el negro que lleva las cartas hasta el puerto no va a esperarme más. Y pensar que la semana pasada le dejé comerse una banana, entera y con toda su nutritiva cáscara. Desagradecidos haylos en todas partes, padrastro. Un abrazo fuerte y dos palmadas en las costillas,

Berto

¡Habla, Pueblo, habla!

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