Como en España ni hablar

«Le sucede poco más o menos lo que a una parienta mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible sobre entrambos omóplatos.»

Mariano José de Larra

Yo, que me jacto de mirar siempre al futuro, a menudo me sorprendo añorando mis días de niñez. No es de extrañar, puesto que nuestra infancia es fuente de seguridad: sobre sus pilares construimos el resto de nuestras vidas, y de continuo la buscamos, inconscientemente, como punto de apoyo: como referencia para evaluar nuestro ser adulto, ante una amenaza a nuestro modo de pensar y vivir, etc. Esto, por supuesto, es comprensible y natural.

Pero hay quienes apenas se despegan de ella. Son seres cuyas emociones y satisfacciones sólo pueden ser básicas, primitivas. Por ejemplo: ¿recuerdan cómo nos reíamos del niño que leía mal en clase? Así es la satisfacción de quienes hoy comentan, cómplices, los últimos dislates del Gobierno. ¿Recuerdan cómo necesitábamos ver los mismos dibujos, leer los mismos tebeos, escuchar la misma música? Así es la satisfacción de quienes hoy ven blockbusters, leen bestsellers y bailan la canción del verano. Etc.

Pero seamos generosos: hacerlo de vez en cuando no es problema. El problema es hacerlo siempre.

Pondré más ejemplos. ¿Recuerdan cómo criticábamos la ciudad rival sin ni siquiera haberla visitado? Hoy hay quien sigue sin visitarla, y no critica ya la ciudad, sino el mundo entero, y es capaz de afirmar que su pueblo tiene las mejores mujeres, el mejor vino y la mejor música. Cuando vuelve el emigrado oyen sus aventuras con desidia para luego afirmar con seguridad:

–Yo una cosa tengo clara: como en España no se vive en ningún sitio. Y es cierto. No podrían vivir en ningún otro sitio, porque no encontrarían satisfacción ninguna en un mundo extraño: de continuo buscarían las baratijas que adornaron su infancia y, al no hallarlas, concluiríran que toda vida fuera de sus cuatro paredes natales es, necesariamente, inferior.

Pero ¡atención! Pongan incluso más cuidado en aquellos que, por renegar de su infancia, reniegan también de España en cada palabra, y creen que aquí lucimos lo peor de cada cosa. Porque bien pudiera ser cierto, con ellos mismos como representantes.

Amar a España o denostarla: tal es el deporte al que los españoles se entregan a diario. Yo, en cambio, me mantengo neutro, y sólo aseguro una cosa: que lentejas con chorizo, como las de mi tía Concha ni hablar.

¡Habla, Pueblo, habla!

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