
Embriagaron, pues, a su padre aquella misma noche, y se acostó con él la mayor, sin que él la sintiera, ni al acostarse ella ni al levantarse. El día siguiente, dijo la mayor a la menor: “He aquí, yo dormí la noche pasada con mi padre; démosle a beber vino también esta noche, y entra y duerme con él, para que conservemos de nuestro padre descendencia.” Y dieron a beber vino a su padre también aquella noche, y se levantó la menor, y durmió con él; pero él no echó de ver cuándo se acostó ella, ni cuándo se levantó.
Y las dos hijas de Lot concibieron de su padre.
Génesis 19, 33-36
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Admitámoslo: el ser humano, una vez que comienza a sentir la urgencia sexual, no anhela sino aquello que el fin de la niñez le robó. ¿Acaso no busca el joven en su amante otra cosa que la generosidad y abundancia de los pechos que un día le alimentaron? ¿Acaso su desesperado anhelo por la penetración es algo más que el deseo primitivo de volver a su primer y más dulce hogar? ¿Acaso no busca sentir en la feminidad de sus amantes la ternura de su madre? Ya que su adolescencia le obliga a renegar de su madre, busca todo ello en otra mujer, que será más perfecta cuanto más se parezca a Ella.
De igual modo acontece a las jóvenes. ¿Qué buscan en un hombre, sino la figura del padre protector? ¿Acaso no anhelan unos brazos fuertes, unos músculos tersos? ¿Y qué mejor modo de experimentarlos que en la cópula, donde el varón es todo firmeza y dureza? Urgida por unos antinaturales convenios sociales, la joven volará del nido buscando incesantemente la figura de su padre en otros hombres. Pero, habiendo experimentado el ideal masculino en su niñez, ningún otro hombre le podrá ya satisfacer verdaderamente.
No cabe duda alguna. Mientras sigamos expulsando de nuestros corazones este pensamiento, varones y hembras estarán condenados a llevar vidas amorosas mediocres e incompletas. Ninguna mujer alcanzará la perfección de La Madre, ningún hombre la de El Padre. Cabe preguntarse: ¿por qué conformarse con una réplica, un mal reflejo del amante ideal? ¿Por qué no decirle abiertamente a nuestra madre que le amamos con lujuria, que anhelamos sus caricias, que queremos volver a acurrucarnos en su regazo y beber de sus pechos? ¿Por qué no admitir que anhelamos penetrarla, visitar una y otra vez el hogar que nos alumbró, extasiarnos con su olor, su calidez… y su maternidad? Y también: ¿Por qué no admitir ante nuestro padre que deseamos ser poseídas por él, que necesitamos seguir sintiendo su fuerza y su protección? ¿Por qué no pedirle que nos penetre con todo el amor y entrega que sólo un padre puede dar?
Busquemos dentro de nuestro corazón, y encontraremos la verdad. Sólo la más obtusa mente podría rechazar este sentimiento. Sólo una mente corrompida por la impía iglesia católica podría negar una verdad que la misma Biblia admite. Que los varones en el sexo buscan maternidad. Que las mujeres en el sexo buscan paternidad. Y que conformarse con cualquier otra cosa es la más osada de las cobardías.
3 ideas sobre “Consejos para una vida sexual sana”
¿Acaso no debería el hijo acostarse con su padre? Beber de él su mana y adquirir su fuerza vital con ello.
¿Y si no tuviste buenos padres?
Con más razón aún