Wallapop: Crónica de una compra anunciada

No tengo mucho tiempo porque siempre estoy trabajando. Cuando mi jefe me preguntó de qué manera podría compensarme las horas extra, yo le dije que con dinero, por supuesto. Al cabo de unos meses descubrí que disponía de una gran suma de ahorros, pero carecía de un solo instante para gastarlo. Entonces, tras probar otras redes sociales que servían para distraerme un rato por la noche, antes de quedarme dormida, descubrí Wallapop y sentí que ninguna otra me satisfaría tanto como ella. En Facebook y Twitter todo me resulta demasiado escandaloso, en Instagram, demasiado indigesto, Tinder requiere un esfuerzo que no compensa el beneficio, pero Wallapop se ajusta perfectamente a lo que necesito.

Tengo que colmar este vacío, fruto del exceso de dinero y la falta de tiempo para gastarlo. Necesito comprar objetos por completo prescindibles, o al menos mostrar que puedo permitírmelos. No me quedan horas ni energías para desplazarme hasta una tienda, y adquirir el producto con un golpe de ratón a través de Amazon o cualquier otro portal parecido me privaría del vínculo que se crea entre quien vende y quien compra. Más que comprar, necesito vivir la experiencia de la compra, regodearme en ella, porque poseo todos los elementos necesarios para consumir, salvo uno, el tiempo, que gracias a las nuevas tecnologías y al ingenio de las aplicaciones puede remediarse.

Desde hace poco he empezado a cuidarme más, a pensar en mí y alejarme del estrés laboral al menos una vez al día. Ahora he adquirido el hábito diario de emplear entre media hora y una hora en Wallapop. Todas las conversaciones mantenidas me han enseñado algo. Constituyen una ventana al otro, al vendedor, que se muestra tal como es, sin las máscaras de los filtros de Instagram o la distancia irónica y altiva de Facebook. Hablar con los demás puede desembocar en un diálogo con uno mismo, y en este sentido, Wallapop me ha ayudado mucho más que cualquier terapia clínica. Me adentré en este mundo sin una predisposición determinada, y me sorprendí interesándome por objetos en los que no me habría imaginado reparar de no haberlos encontrado así, por pura coincidencia. Mi objetivo siempre era saber el máximo de detalles acerca del producto, hablar sobre él. Mi objetivo era que me lo vendieran.


No siempre los diálogos eran en tono amistoso, aunque, en general, los vendedores siempre se mostraban agradables ante mis insistencias, ya que, al fin y al cabo, era un cliente, y el cliente siempre tiene la razón.

En ocasiones, incluso, los vendedores mostraron un afecto exagerado hacia mí, pero aunque yo pudiese prestarme, en un primer momento, al flirteo, sabía que nuestra relación no debía sobrepasar el plano profesional.

Este tipo de interacciones se produjeron también cuando yo me animé a ponerme al otro lado, cuando empecé a publicar anuncios como vendedora.

Desempeñar el papel de vendedora mató mi curiosidad enseguida.


Pronto volví a dedicarme exclusivamente a la compra, que era lo que de verdad me apasionaba. A veces los intercambios en Wallapop reflejaban mis altibajos emocionales, pero sabía que el papel de compradora era el que me correspondía, y ambas partes actuábamos con rigor, precipitándonos hasta las últimas consecuencias.


Que los vendedores fuesen capaces de casi cualquier cosa con tal de vender era algo esperable, pero a veces me producía cierta decepción, cierto hastío, o hasta asombro, pese al carácter predecible.


Al fin y al cabo, por muchos argumentos que pudiesen proporcionarme siempre quedaría alguna flaqueza. No podría existir objeto alguno que cumpliese todas mis expectativas, pues las expectativas, al contrario que los objetos, son infinitas.


La única expectativa que no podría agotarse nunca es el deseo.


Si conseguía mantener a salvo mi deseo, impedir que algún día se realizase, agrandarlo, prolongarlo para siempre, Wallapop seguiría intacto para mí. No se corrompería como Facebook o Instagram. Se alzaría como un receptáculo valioso de todos mis anhelos, una cura fantástica para todos los males de este mundo vertiginoso, que no entiende la lentitud ni lo intangible. Y de momento lo estoy consiguiendo. Tras varios meses en Wallapop he logrado impedir que se materialice cualquier transacción, pero no he perdido las ganas de comprar.

Una visión vital de Inga Lieberman, a veces conocida como Alba Ballesta

 

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