Este texto forma parte de una serie de cuatro artículos sobre la ironía y la censura.
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Puede parecer un poco desproporcionado contraponer una sonata de Prokófiev y a Hasél cantando que la “URSS volverá seguro” y que “picará en Siberia quien nos ha jodido”. Por cierto, cuando el compositor fue acusado de formalismo, Lina Prokófiev, su primera mujer, fue enviada durante ocho años al gulag de Abez. En cualquier caso, desmarcarse del contenido de las letras de Hasél antes de pedir su libertad se ha vuelto un lugar común: “no estoy de acuerdo con lo que dice pero ningún artista debería entrar…” Sin embargo, en tanto que artista, quizás deberíamos tomar en consideración su apuesta estética. De hecho, seguramente se pueda estar de acuerdo con algunas cosas que denuncia Hasél (la desigualdad, los desahucios, la monarquía, etc.), pero resulta más problemático compartir el “cómo” lo dice. La supuesta seriedad, la falta absoluta de ironía es un indicio de lo reaccionario. De hecho, si algo tienen en común el Edicto de Censura de 1819, la doctrina Zhdánov y la Audiencia Nacional es que se inscriben en lo supuestamente serio. Lo literal es la forma sospechosa de lo oficial.

Guy Debord y Gil J. Wolman publicaron en 1956 un texto titulado Modo de empleo del détournement que puede resultar interesante al respecto. En él exploran la posibilidad de crear una “representación paródico-seria” a partir de la tergiversación de la herencia artística de la humanidad. Parten de la base de que “no sólo es reaccionario el retorno al pasado; también los objetivos culturales «modernos» en la medida en que dependen en realidad de formulaciones ideológicas de la sociedad que han prolongado su agonía mortal hasta el presente. Sólo la innovación extrema está justificada históricamente”.
El ejemplo que proponen en el campo del cine se basa en El nacimiento de una nación de D. W. Griffith. Si bien es una película fundamental en la historia del cine por sus innovaciones técnicas, a su vez no deja de ser una obra racista. En este sentido sugieren “tergiversarla como una totalidad, sin ni siquiera modificar su metraje, añadiendo una banda sonora que la convierta en una contundente denuncia de los horrores de la guerra imperialista y las actividades del Ku Klux Klan, que continúan vigentes en los Estados Unidos”.
Quizás esta sea una manera de interpretar al joven Marx cuando dice que lo excesivamente serio es lo más ridículo y que tratar lo ridículo de manera ridícula es tratarlo seriamente. Si entendemos que el retorno al pasado y la seriedad de Hasél son en realidad reaccionarios, la astucia de Prokófiev “tergiversando” el romanticismo de Schumann no solo ridiculiza a la censura soviética, también se vuelve visionaria en tanto que se prefigura como representación paródico-seria, como innovación justificada históricamente. Sea como fuere, y parafraseando a Marx una vez más, huelga decir que “la auténtica cura radical de la censura sería su abolición”.
Este texto forma parte de una serie de cuatro artículos sobre la ironñia y la censura.



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