Hemos de declarar algo que se escapa a toda la embrutecedora crítica de intelectuales de redes sociales y grupos de izquierda tradicionalista:
1º Tenemos la desaprobación del público y el poder. Lo Sagrado quiere lucrarse a nuestra costa. HEMOS GANADO.
2º No hemos venido a complaceros. Pero tampoco hemos venido a pasar el rato en la cárcel ni en el bucle infinito del buromundo judicial.
3º La realidad es contradicción. Lo honesto es la erupción de contradicción. Si algo no admite contradicción es ideología y dogma.
4º La ideología es autocomplacencia, el dogma es la falta de imaginación. Entre ellos está la moralidad, con la que el Pueblo se protege de lo extraño y lo nuevo: de sus miedos.
5º Los medios de comunicación unen la moralidad a símbolos, y esos símbolos a mercancía. La mercancía es control. Transforma el miedo en poder.
6º Cuando la moralidad se eleva a ley el Pueblo está dispuesto a ceder sus derechos más básicos: precisamente los que permiten ejercer control sobre el poder.
7º El ultrarracionalismo es la REVOLUCIÓN perenne. No es cambiar una moral para poner otra ni cambiar al grupo del gobierno para poner al nuestro, sino que:
NUESTRA IDEOLOGÍA ES LA DEPRECIACIÓN DE TODA IDEOLOGÍA
8º Reivindicamos la inocencia de la imaginación. Quien condena sus productos es el moralista al servicio del poder. Está ajeno a toda libertad, a toda elección, a toda contradicción. Es nuestro enemigo.
El error ha sido creer en la razón, cuando solo existe la ultrarrazón. VOLVEMOS A ENARBOLAR EL MARTILLO DE LA CONFUSIÓN.