Del péndulo opinológico

Filosofar no es más que detener cierto juego mientras se está jugando. En este sentido, la Filosofía es absolutamente inútil y siempre ha de guardarse de ser «edificante». Con este texto no pretendo contribuir a ningún debate, solo «emprender un torpe vuelo tras el anochecer» en un momento en el que la opinología comienza a ser una realidad extendida en la que todo el mundo está en mayor o menor medida inmerso. Reitero el mensaje de estas primeras líneas de advertencia: no pretendo contribuir con el texto a dar otro violento giro de la rueda del Zhaganat de la opinología, no se va a criticar a persona alguna, se hablará de la opinología en general, de su sentido, de su funcionamiento y también de sus «límites».

Muchos, después de leerlo, pensarán «muy bien… ¿pero qué hacemos?». Mi pírrica respuesta será que como realmente no se cambia nada es viviendo en el ansia por cambiar las cosas: es ahí cuando una teoría deja automáticamente de funcionar. En la palmaria situación hermenéutica de la opinología la «constatación de dicha realidad» me parece ya un logro más que suficiente.

La opinología es la consecuencia de la creación de una gran maquinaria e industria que produce vaivenes retóricos en masa y que arrastra imparable el juicio de todos los vivos. Es una tendencia de la que es difícil escapar, pues tanto «la crítica de la opinología» como «la crítica de la crítica de la opinología» son opinológicas y se enredan en la «máquina de fango». Además, todas las teorías capaces de desarticular la opinología de verdad serán arrastradas por el río Lḗthē hacia el mar del olvido. Si nos tomamos en serio eso de que «cuando se han entendido las cosas de verdad, estas cosas dejan de funcionar de la misma manera», la comprensión del funcionamiento y la lógica interna de la opinología será –pues– inútil a la hora de «cambiar la tendencia», en cierto sentido, invencible. La aceleración y el juego entre opiniones se desarrolla al ritmo de la danza de los sables y en el fondo, aunque la mente más brillante de nuestro tiempo consiguiera explicarnos todo en torno a la Gran Máquina, esta opinión moriría a las pocas horas. Esta opinión –o quién sabe si conocimiento verdadero– «conocería la muerte más fría e insulsa, sin otra significación que la de cortar una cabeza de col o la de beber un vaso de agua».

Comencemos, que son muchas cosas.

Lo que todo el mundo intuye es que hay una guerra «por la audiencia», guerra que no es solo cosa de los mass media sino de cualquier plataforma. En esta guerra por la atención de lo que se trata es de «insertar la galletita salada de Marge Simpson en el saturado gaznate de América» (Los Simpson, ep.164). Presuponemos también que existe una competencia salvaje y que el tiempo de los humanos es finito, cada vez lo más en lo que respecta a su tiempo de lectura o atención al formato audiovisual, sobre todo si tenemos en cuenta el hecho de que desde hace décadas las jornadas laborales y el tiempo del trabajo en la vida de un humano medio han aumentado de forma considerable. Como cualquier otro sector, el sector de la «información» también ha aumentado, esto es: a la saturación y la comprensión del tiempo de la vida cotidiana debido a la productividad en general es acompañada la producción masiva del sector de la información en particular. A estos efectos, ante la imposibilidad natural de hacer que el día tenga más horas, de lo que se trata es de meter más información en «menos tiempo». El desarrollo del capitalismo va ligado a este tipo de precisiones temporales, a este dominio de la pura temporalidad. En la Edad Media la conciencia temporal, regida por el día y la noche, por las cosechas y las siembras, la medición precisa de minutos, segundos, nanosegundos, era conciencia más bien ajena a la forma de desenvolverse el mundo de la vida: ni siquiera existía. Sin embargo ahora, ¿qué tenemos? Clickbait, el cibercebo del titular chocante, la ingeniería de la atención en base a imágenes seductoras, titulares interrumpidos, fotografías impactantes, tiempos de lectura estimados, la posibilidad de comentario y de participar de la esfera hormonal de la opinología.

Recordemos que el opinólogo es una especie que goza de peculiar raigambre en el panorama cultural español, una especie cuya persistencia se debe tanto a la lacra de nuestro sempiterno clientelismo como al efecto agravante de situaciones de feroz competencia profesional como las que atravesamos ahora. No ha de culparse de publicar insensateces a quien debe publicar lo que sea con cierta frecuencia si quiere gozar de la seguridad de un salario de clase media o aún uno de subsistencia. No todo opinólogo exige ese fabuloso animal de once patas llamado «la paguita»: muchos son opinólogos por mor de imponer su criterio sobre el rebaño, o bien por reconocimiento, cuando no para crearse una «marca» y esperar en un futuro participar del circuito financiado de la mera opinología, o bien por «amor a la verdad». Estos últimos son sin duda los más adorables, los que con más fuerza debemos acariciar y abrazar –lo que necesitan realmente es eso, un abrazo–. Por decirlo sin rodeos: en nuestro análisis, preferimos no culpar a las personas concretas, pues estas personas no son sino figurantes enmascarados en un teatro mucho más grande. Hace siglos la gente no era opinóloga simplemente porque carecían de la estructura que obliga y reproduce la opinología, no porque fueran más honestos o más lúcidos. Recordemos que es una tendencia. Aquí los individuos no son importantes.

Es necesario insertar otra pata al análisis, la pata que nos dice que la especialización del conocimiento ha alcanzado un nivel altísimo en nuestras sociedades «avanzadas» de tal manera que ya no es que el aprendiz o el ignorante no sepan nada sobre cualquier campo que necesite de especialización como sería la economía, ¡sino que muchas veces es el propio estudiante de economía el que no sabe qué está sucediendo en la frenética producción de su disciplina! ¿Cuántos científicos no conocen ya otros campos científicos, sino su propio campo a la perfección? Sin embargo, el opinólogo se erige como un «todólogo», y he ahí la paradoja. Si persiste la tendencia a la masificación de datos y al aumento de las exigencias de productividad, no sólo la ignorancia del lego aumentará en proporción a los avances de cada disciplina sino que el empobrecimiento de su cultura, que no es otra cosa que el sistema de cultos en que su vida se inscribe, hará que un gran número de personas se acojan a ideas supersticiosas y pseudocientíficas. Los charlatanes, mistagogos y oportunistas que integren fragmentos de saber en un mensaje nítido, simple y orientado a las preocupaciones cotidianas de las personas culturalmente empobrecidas, se llevarán el gato al agua. ¿Acaso no es ésta la tendencia general observable en nuestra «cultura»?

Continuemos con nuestra paradoja y nuestra pregunta: ¿cómo es posible que todo el mundo aparente saber de todo y que en realidad todo sea una máquina de fango (y que en el fondo lo sepamos)? Hic rhodus, hic salta!
Saltemos ahora de esa industria de la información basada en una esfera básica de clickbait, gameplays, “how-to” y gatitos y pasemos a las limpias aguas de los debates entre desconocidos en las redes sociales. He aquí donde debemos fijarnos en cómo funciona el péndulo opinológico. En el péndulo opinológico hay varias líneas. Cada línea puede representar dos momentos de la misma idea o dos momentos dialécticos. La sistematización de las líneas sólo se producirá ulteriormente si el autor –o quien haya recogido la idea– gusta del «arreglo sistemático». En todo caso las dialécticas muchas veces se solapan, se relacionan unas con otras y en este juego de sables y de plumas se pueden dar varias a la vez. Establezcamos como mera ilustración siete de esas líneas-dialécticas donde gira el péndulo retórico del opinólogo.

Péndulo A: Dialéctica entre lo Viejo y lo Nuevo

Una dialéctica tan antigua como la invención de la escritura alfabética, que sigue en pleno vigor organizando los materiales del presente entre dos modos de presentación. La primera, presentada por los «rancios» que desde tiempos de Sócrates creen que el mundo se va inevitablemente a la catástrofe y que las generaciones son cada vez más «flojas». «En mis tiempos…» lucha con la acusación de que en realidad las generaciones precedentes sean la causa del malestar del presente. Este péndulo funciona cuando vemos a Pérez Reverte contra Barbijaputa, cuando Azúa, Sánchez Dragó y consortes critican a los tan cacareados «millennials», pero también cuando la gente joven acusada de clasista quiere vetar el voto a los «viejos del PP» y denuncian algo así como la «gerontocracia». Es lo que está detrás de los sueños húmedos de los tercios de Flandes contra el Pokémon Go!, los spinners o el World Pride. Es sólo retórica, una forma de presentar la realidad y nada más, el péndulo sigue moviéndose.

Péndulo B: Dialéctica entre la Vieja Izquierda «rancia» y la Nueva Izquierda «postmoderna».

Este péndulo se ilustra muy bien si contraponemos a Slavoj Žižek contra los manifestantes originales del 15M. Cuando la Vieja Guardia del 48 observa que la izquierda se vuelve izquierda feng shui entonces la «novedad» estriba en que el péndulo haga un desplazamiento retórico de lo Múltiple a lo Uno. En esta concentración de lo Uno-Todo en una izquierda unida radica la «victoria», una «victoria» que sacrifica además los impulsos «espontáneos» del asamblearismo y de la revuelta de las minorías. El péndulo puede volver a girar entonces: la Nueva Izquierda «postmoderna» acusa a la Vieja Izquierda de «machirula», «racista» y despreocupada por las minorías. El péndulo vuelve a girar: la Vieja Guardia acusa a la Nueva Guerrilla de irracionalista y de anti cientificista, y a la vez defiende la burocracia, el Estado de Derecho, a Kant y a la imposibilidad de que el pueblo llano «conecte» con un mensaje tan «radical». El péndulo vuelve a girar…

Péndulo C: Dialéctica del «para criticar hay que leerlo bien»

La denuncia del oportunismo y de «criticar» algo célebre y famoso se suele establecer según el tropo de «en realidad la persona que crítica no lo ha leído». Entonces los defensores de la persona que no lo ha leído arguyen que los primeros tampoco han leído a la persona que están criticando. Sobra decir que todo el mundo critica mucho más de lo que en realidad lee, y que no se puede leer todo. Este péndulo gira constantemente en su movimiento desacreditador, moviéndose por ejemplo por la dualidad entre «lo serio» y lo «payaso». La «lectura» de lo que se critica normalmente desarticula la crítica, dado que la «crítica informada» requiere muchos años de instrucción, y entonces no hablaríamos ya de opinología sino de tesis doctorales depositadas en sótanos, esperando la crítica de las ratas.


Péndulo D: Dialéctica de los apocalípticos «puretas» y los «integrados»

Este péndulo tendría en un extremo a Theodor W. Adorno y al otro a la comunidad Terdashian. Se establece entre el contenido de lo que entendemos por la dicotomía Alta Cultura y Baja Cultura, o tal vez incluso el péndulo tienta a la desacreditación de tal dualidad. Los «pollavieja» defenderán que not everything goes, los Feyerabend y las Ter de turno comenzarán su ofensiva produciendo sucesivos mindblowns según los cuales, si nos ponemos, Kardashian o Lady Gaga son «mejores» que lo que digan los «culturetas». Los «puretas» contraatacan: no se trata solo de que Hollywood haya adiestrado el ojo para comer mierda, y que en general la nueva cultura baja sea brutalizante y alimente el fascismo, sino que además lo que defienden los integrados no es ni siquiera «arte». Ter sonríe, Adorno sonríe: en el fondo nadie tiene la razón última en cuestiones de «estética». El péndulo vuelve a girar.

Péndulo E: Dialéctica entre los «individualistas metodológicos» y los «socialistas metodológicos»

En el terreno de «en mi coño mando yo» las fuerzas se encuentran totalmente a la defensiva ante la creciente oleada de «esto es un problema estructural». En el conflicto entre universalistas y nominalistas las consecuencias de este péndulo son notables. De nuevo el conflicto reside en presentar las cosas desde categorías que refieran a la realidad y en la legitimidad de estas «categorías». Esta dialéctica está íntimamente relacionada con la siguiente.

Péndulo F: Dialéctica entre los «paternalistas» y los «populistas»

Imaginemos a una feminista latinoamericana en Europa criticando al feminismo paternalista de las euroblancas. La feminista latinoamericana crítica la crítica del reggaetón por considerarla en cierta manera «eurocéntrica». Llega la contracrítica: a pesar del intento de hacer un reggaetón feminista el reggaetón es una música que sigue promoviendo el machismo. Estamos ante otro péndulo que gira: el péndulo de si hay que dejar y respetar al pueblo y que este se vaya desenvolviendo progresivamente «hacia mejor», o si hay que censurar lo que la gente potencialmente «paternalista» considera como «bajo» o «atrasado». Los afrancesados consideraban que Francia traería la Ilustración a España y aunque se podrían mofar en mayor o menor medida de que los españoles llamaran a Fernando VII “el Deseado” también podrían posicionarse en la tradición alemana de Ranke y afirmar que los españoles defendieron el derecho de «hacer su historia». Algo similar sucede con el péndulo que decide sobre la vida y la muerte en el terreno del Ecologismo: ¿censuramos la destrucción del planeta coartando la libertad de las personas, o debiéramos crear un gobierno abiertamente paternalista que desacelerara nuestros patrones de producción y consumo? En definitiva: ¿si la gente es estúpida, dejamos que la gente se mate a sí misma o defendemos su libertad para destruirse? Unos piden respeto y libertad, otros pedagogía y ley. ¿Se puede obligar al esclavo a liberarse sin ser «elite-céntrico»?

Péndulo G: La lucha por la «esencia» del capitalismo

Hay una forma retórica de presentar los hechos basandose en la estructura de la realidad respecto a la falta o exceso en referencia a la «esencia» de algo. Así podríamos decir que «esto funciona bien pero de vez en cuando tiene problemillas» o que «la esencia de esto es tener problemillas, los momentos de bonanza solo son la tranquilidad previa a la tormenta». Con el capitalismo suele suceder lo mismo, con la peculiaridad de que nadie sabe con certeza en qué consiste eso de «la esencia del capitalismo», si existiese. Es por eso que este péndulo no cesará de girar hasta el fin –o no– del proceso de acumulación capitalista.

En el péndulo G, la «esencia» se produce mentalmente mediante las nociones de abuso y carencia. Basta con mencionar el abuso o la carencia para que el oyente se remita a una esencia implícitamente supuesta. Recordemos que el uso normal es conforme a la «esencia» y el abuso debe separarse de ésta, so pena de modificarla profundamente. Si los liberales, partidarios del capitalismo, están a favor del control de los beneficios, dirán que es para corregir uno de los abusos del capitalismo, para mantener una estructura económica esencialmente sana. Los socialistas sostendrán esta misma medida para vejar al capitalismo que produce, por su único funcionamiento, desigualdades indignantes. En cambio, el liberal, contrario a la medida, declarará que amenaza con modificar profundamente la estructura intrínsecamente vital del capitalismo; el comunista, opuesto a la misma medida, afirmará que sólo se trata de una medida ilusoria, que sólo es un paliativo que no varía en nada lo esencial al régimen, que es decimo parche que el capitalismo se pone a sí mismo.

En conclusión, ¿quién tiene razón? Es difícil saberlo sin tener una idea precisa de lo que es la esencia del capitalismo, en caso de que hubiera tal esencia del capitalismo, y quien dice una esencia del capitalismo dice la esencia de tantas cosas…y quien dice eso puede incluso preguntarse por la esencia como concepto. No obstante, digamos que hay una dualidad que sí es real, una dualidad marcada por lo que son las palabras y los argumentos y otra realidad que constituye mi vida en la urgencia que esta me impone. Cada uno concibe las «esencias» de modo que justifiquen su propio punto de vista: lo que, tradicionalmente se consideran juicios de valor determinan estructuras conceptuales que permiten dar sentido y alcance a los juicios de hecho. No hay manera científica de salvar esto, la ciencia no nos dice lo que debemos hacer, a dónde debemos aspirar, si la juventud y los millenials apestan, o si las «feministas radicales» son malas o realmente las malas son las smart girl. Esto no se soluciona «leyendo mucho». Muchas de estas dicotomías o líneas pendulares en realidad son clásicas en la disciplina filosófica de la Retórica desde tiempo de Demóstenes, se trata –en efecto– de estructuras argumentativas cuasi-lógicas, de argumentos basadas en la estructura de lo real o en cierta manera de presentar datos. Véase como Perelman, escritor de la Nueva Retórica y fundador de la Escuela de Bruselas acota en el parágrafo 55 de su Tratado (“La inclusión de la parte en el todo”) todas las relaciones que dan lugar entre grupos de argumentos que se limitan a incluir partes en un todo, o a separar un todo en sus partes para el beneficio del orador. Este es solamente un caso de unas 80 estrategias diferentes (o péndulos retóricos). Esto corresponde al péndulo señalado como «individualistas metodológicos» y «socialistas». La Retórica, en fin, es un arte sinuoso y extensísimo, por motivos diversos, la disciplina cayó en el olvido en el siglo XVI y como dije antes: las cosas funcionan solo cuando no son comprendidas. Pero es necesario que seamos conscientes de que vivimos en el pan-retoricismo, de que aquello que hemos olvidado es en realidad un elemento fundamental en las oscilaciones de opiniones y en la lucha de sables. Tal vez por eso la Filosofía, en su inutilidad, sea en el fondo lo más revolucionario, como adelanté al comienzo: «Desde el momento en que se sabe cómo funcionan las cosas, ya no pueden seguir funcionando de la misma manera» (F.M. Marzoa).

Por último, no pretendía dar la razón a alguien concreto, como dije al comienzo, sólo pretendía «constatar una realidad». En todo caso, de lo que se trata es de saber que detrás de las estrategias retóricas se esconden maneras de ver el mundo, maneras que pueden o no hacer daño a otras personas, que pueden o no esconder estrategias políticas fraudulentas. Se trata de entender, además, en clave marxista, que todo esto se encuentra incorporado en el análisis previo que hice sobre los medios de comunicación en un contexto de competencia y aceleración: esto es, que esto se enmarca en el fenómeno del refuerzo de creencias y la propaganda. Ahora, de lo que se trata es que meditemos realmente de si hay una contradicción patente entre un imperativo basado en la inteligencia moral del respeto y cuidado a los demás y una Gran Maquinaria que necesita echar mierda sobre las cosas todas, sea vía libre mercado para rapiñar audiencia a cualquier precio, sea vía PRISA y bajo poderes siniestros que pocos se atreven a cuestionar.

 

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