La adecuación de la realidad a las masas y de las masas a la realidad es un proceso de enorme alcance, que afecta tanto al pensamiento como a la percepción.
El arte del pasado ya no existe como en otro tiempo. Ha perdido su autoridad. Un lenguaje de imágenes ha ocupado su lugar. Lo que ahora importa es quién utiliza ese lenguaje y para qué.
En los últimos años internet ha humedecido los sueños revolucionarios de muchas personas. Ocurrió lo mismo con las nuevas tecnologías de hace un siglo, en un escenario similar de crisis económica y democrática: el Crack del 29 exigió una revisión de las relaciones de poder, Europa se encontraba entre dos guerras mundiales, y el cine, la radio y la fotografía pujaban por una nueva relación entre espectador y espectáculo. Entre tanto, muchos pensadores revolucionarios esperaban que estos nuevos medios de comunicación brindasen la oportunidad de liberar al Pueblo definitivamente, de modo que pudiera ser plenamente partícipe de su destino.

Como sabemos, el vencedor de este cóctel no fue la revolución sino el capitalismo, que después de la Segunda Guerra Mundial usó la crisis y las nuevas técnicas de comunicación para su propio beneficio. Adoptó el cine y la fotografía para su expansión sin freno, homogeneizando a cientos de millones de personas por el camino y, junto a la nueva tecnología fabril, las transformó de campesinas y proletarias en funcionarias y empleadas. Lo único que sobrevivió del sueño revolucionario fue la socialdemocracia, con la que el capitalismo consiguió que el Pueblo1 se figurara que podía hacer política. Mientras, los mecanismos de dominio se volvían cada vez más sutiles a lo largo del siglo: se iban abandonando los castigos (pobreza, ejecución, condenación) a quienes transgredían y se iban aumentando las recompensas (labadora2, espectáculo, éxito) a quienes cumplían.
Los pensadores revolucionarios, para quienes la labadora y el espectáculo son un medio y no un fin de vida, no eran tan fáciles de engatusar. Escrutinaban los mecanismos del poder y los trataban de subvertir con sus propias herramientas según estas se sofisticaban, como el cine, o se creaban, como la televisión. Su sueño se mantenía inalterado: hacer consciente al Pueblo de las ataduras del poder y darle espacio para que alzara su voz.
La mayoría de esas pretensiones se han hecho por fin realidad en el siglo XXI. El Pueblo tiene ahora un medio de expresión sin restricciones, con herramientas sencillas y accesibles para crear piezas y difundirlas, foros de todo tipo donde expresar sus opiniones e inquietudes, un nivel de educación elevado auspiciado por el propio Estado, y toda la información más revolucionaria al alcance del ratón. Todo ello de acceso libre y asequible, sin ningún tipo de censura ni más límites a su expresión que los que le impongan su imaginación y su ideología.

Pero a menudo el Pueblo no las usa para su liberación, sino para su sometimiento, que resulta mucho más gratificante porque conlleva mucha menor responsabilidad. Es más satisfactorio lanzar mensajes incendiarios por las tardes en Facebook que ponerse a estudiar la multitud de propuestas de Decide Madrid3. La conclusión solo puede ser una: los pensadores revolucionarios pecaban de ingenuos. Pretendían degradar el sistema de valores de la burguesía y la plutocracia, pero hoy nos damos cuenta de que el verdadero degradador es el Pueblo empoderado por internet. Esto es lo que abordamos en nuestro número 14: Post-arte: La obra de arte en la era de la comunicación digital.
Notas
1 El ultrarracionalismo escribe “Pueblo” siempre con “P” mayúscula al ser el ente al que dirigen sus adulaciones las fuerzas vivas (medios de comunicación de masas, partidos políticos, empresas, etc.).
2 El ultrarracionalismo llama “labadora” a las comodidades clasemedianas. Es post-español, de ahí la “b”. Más en Homo Velamine #12 (2018) Pueblo, alza tu voz!
3 Decide Madrid es la plataforma que el Ayuntamiento de Madrid creó en septiembre de 2015, apenas tres meses después de la investidura de Manuela Carmena, para que la ciudadanía fuera partícipe de las políticas de la ciudad. En 2018 recibió el Premio al Servicio Público de la ONU.