Día de sol

Emiliano salió del catre despacito, intentando distribuir el peso de su ajado cuerpo de manera más o menos uniforme sobre sus molidos huesos. Sonrió al ver el sol entrar por las rendijas de la persiana, se puso su camisa de lino y se calzó su boina de fieltro con cuidado. Le dio un beso tembloroso al retrato de su difunta esposa y salió al salón de su casa. Aquel era un día especial, un día de sol radiante en mitad del crudo invierno. Los niños correrían por el parque llenos del júbilo propio de la inocencia y la falta de obligaciones. Las parejitas adolescentes entrelazarían sus manos con ternura mientras caminaban despreocupadamente. Los oficinistas se sentarían en los bancos para tomar el sol antes de volver al duro trabajo. Qué demonios, se dijo. Hoy, la escopeta de los domingos.

¡Habla, Pueblo, habla!

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