Moral y ley

Hubo un tiempo en el que me tocó a muchas bodas de seguido. Como soy vegetariano, era una pesadez. Primero porque toca comer lechuga mientras al resto le ponen bistec: al intentar imitar el modelo de consumo de la élite, los restaurantes populares pero pretendidamente lujosos solo saben cocinar cochinillo. Luego, porque mientras el resto saborean su manjar tienes que aguantar las miraditas y los comentarios jocosos de todos los comensales, algunos con más o menos desprecio.

La moral es la que determina las costumbres, y suele coincidir en mayor o menor grado a menudo con la ley.

No me importunaban mucho más que una mosca a la que hay que hacerle aspavientos. Molestan pero no pican. Cuando dejé de comer carne comprendí que lo más complicado no es buscar nuevas recetas sino poner una sonrisa a las risitas, porque esas críticas no son más que el mecanismo de supervivencia de la tribu. Tenemos tatuado en nuestros genes que solo es posible sobrevibir de manera gregaria, por lo que la tribu siente peligro ante quien pone en duda la cohesión social alterando cualquier costumbre: religiosa, sexual, estética, alimentaria, etc.

Este es un diálogo necesario pero conflictivo. La masa de gente que se atiene a las convenciones sociales es la que permite que una sociedad permanezca estable y funcional en el presente. Permite una manera fácil y rápida de relacionarse con gente que no conoces. Pero la existencia de personas que cuestionan y rompen las costumbres es la que hace que una sociedad avance y se adapte a nuevos retos, amenazas y cambios.

Dependiendo del grado de transgresión y el tipo de sociedad, la subversión será más o menos tolerada, tanto por los propios miembros de la sociedad como por sus estructuras. La moral es la que determina las costumbres, y suele coincidir en mayor o menor grado a menudo con la ley. Cuando moral y ley se identifican totalmente, como en una sociedad teocrática, la represión que se ejerce contra las personas disidentes es total y puede se castigada con la muerte. El vegetarianismo, por ejemplo, fue condenado por la Iglesia en un par de concilios para arremeter contra el arrianismo. Cuando moral y ley están separadas, como las democracias en el cambio de siglo, la represión puede no ser más que un insulto callejero. En la oclocracia actual, donde estamos camninando de nuevo a la superposición de moral y ley, los castigos más usuales son el linchamiento en redes sociales y la judicialización de casos absurdos. Hoy la tribu no es el país en pugna con una potencia enemiga, sino grupos de adscripción ideológica que se han encontrado y depurado en internet.

Los medios, como nuevos curas, establecen una nueva representación de lo bueno y lo malo en el sentido religioso del término, nuevos misterios literalmnete insondeables convertidos en dogma de fe.

Cuento todo este rollo que no viene a ser más que el mito de la caverna de Platón. La persona liberada tiene que volver a decirle al Pueblo que solo está viendo sombras, y este se burla de ella. En este equilibrio inestable pero necesario, las personas transgresoras necesitan la sociedad para sobrevivir física y emocionalmente. Siempre tienen que volver. Si vuelan muy alto y traspasan ciertas barreras inadmisibles, la sociedad las castigará tan duramente que su vuelta será imposible. Serán desterradas de la sociedad, perdiendo todo derecho, pertenencia y ciudadanía.

Homo Velamine ha criticado a la nueva curia, los medios, y ha sido sometido al peor de los castigos. Los medios establecen una nueva representación de lo bueno y lo malo en el sentido religioso del término, nuevos misterios literalmnete insondeables convertidos en dogma de fe, sobre los que solo se puede especular, pero sobre los que no se permite un debate crítico o racional porque este pone en peligro la cohesión tribal. De ese modo, una afrenta al nuevo sagrado de esa diada entre el bien y el mal es equivalente a negar la resurrección de Cristo o su concepción inmaculada hace unas décadas. Hoy podemos cuestionar estos misterios sin miedo a persecuciones legales, pero la moralidad es cambiante y nuevos dogmas se abren paso para fundirse con la ley, abanderados por grupos supuestamente revolucionarios y haciendo de nuevo estrechos los límites de la disidencia y la transgresión. Los curas-medios señalan pontificando. La muchedumbre lincha creyendo estar haciendo el bien. La ley condena lavándose las manos. Los fariseos de siempre adoptan la nueva moral sacando tajada.

Homo Velamine ha volado muy alto, y ahora suplicamos que la sociedad nos deje volver a entrar en ella con toda clase de escritillos, justificaciones y sonrisitas de niñas buenas. Qué asco.


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