El Carrusel

– Esta tarde Carrusel, ¿eh?
– Sí, ¡qué ganas!
A las doce menos ocho escuchaba esta conversación en la Plaza de los Sitios.

– ¿A qué hora es el Carrusel?
– A las siete, en Telecinco.
A las tres y cuarto en la calle Espíritu Santo volví a encontrarme sin desearlo con el evento.

– ¡Prepárate para el Carrusel, Logan!
– Sí, iré a verlo a casa de mi madre, con mi hermano.
«¡Oh, Hermes! ¿Qué mensaje has olvidado darme esta vez?» pienso a las cinco y veintisiete en el Paseo Independencia.

– ¡Rápido, que no llegamos!
– ¡Un momento, tenemos que comprar cerveza!
A las siete menos cinco los adoquines de la calle San Andrés son impulsados hacia a atrás con frenesí por cientos de pisadas inquietas. El inoportuno automóvil brama por llegar a su destino. El autobusero sintoniza la radio, mientras el aire enferma al entrar por las bocas y narices de los descorazonados pasajeros que se perderán el comienzo del Carrusel.

Siete menos uno. El corazón de la ciudad comienza a pararse. Las fosas nasales de las ventanas no osan respirar. «Pshhhh», silba una lata de cerveza, impaciente. Un chorizo copula con su pan, húmedo ya, en un acto final.

Es la hora. El pito silba, y trota alegre el balón. La ciudad duerme, por fin.

El Carrusel

¡Habla, Pueblo, habla!

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