El hijo de clasemediano, educado como clasemediano y por ende aspirante a clasemediano, tiene en España muy pocas posibilidades de seguir siendo este clasemediano económico y cultural.
En lo económico, es evidente que los hijos de la generación del pelotazo y las oportunidades hoy se arrastran, curriculum y LinkedIn en mano, a fin de obtener siquiera las más precarias oportunidades. No se hacen prisioneros, cobrarás una mierda, no gozas de seguridad ni por ende de tranquilidad o autoestima. Tus derechos son humo, tus perspectivas de futuro son una broma de mal gusto. Hoy vives en Chiclana, mañana seguramente en Chile y el otro en Hong Kong -y gracias.
En lo cultural la divergencia es similar: uno ha sido educado en ciertas certezas clasemedianas, en la validez interpretativa de ciertos consensos clasemedianos, en el carácter providencial de seguir y defender ferozmente ciertos comportamientos clasemedianos, e incluso en la superioridad moral de las aspiraciones clasemedianas. Pero, cuando estas coordenadas se muestran inoperantes al morar la realidad o tratar de descifrarla, y el pretendiente de clasemediano deviene proletario o precariat, ¿cómo no ha de desmoronarse, a sus ojos, lo clasemediano en general? ¿Cómo no se volverá él o ella contra lo clasemediano y todo lo que implica, por mucho que le constituya en su ser, a veces de la manera más profunda?
Pero hay que celebrar esto. Después de todo, ¿cómo puede ser deseable un modo de vida que es ilusorio y efímero, unas coordenadas de ser que son geográfica y temporalmente transitorias? Y, ¿no es cierto que los clasemedianos irredentos siguen siendo el principal obstáculo para la posibilidad de una vida lo más mínimamente decente? Piénsese que los clasemedianos en España son casi todos rentistas que devoraron el dinero de Europa para que sus hijos sean hoy a) camareros o b) ingenieros y científicos emigrados a la fuerza para enriquecer a Alemania o semejantes, dejando el futuro de España en entredicho. Así las cosas, el clasemediano no es una mera falsedad. Es el enemigo, el último y rocosísimo sostén de este orden precarizador.

Últimamente estoy teniendo la oportunidad de conocer que hay mucha gente que está satisfecha e incluso orgullosa de ser clase media. Esto viene a ser casi como aquellos que están orgullosos de haber nacido españoles o alemanes, u orgullosos de tener pene.
Sinceramente, la identidad es para mí basura. Uno se enorgullece de lo que pone en juego, de lo que hace, de las empresas en que participa activamente, en fin, no puede haber orgullo sin energía y la energía es ante todo cambios y fertilidad; vivir y hacer vivir; incluso habría que decir que el orgullo se relaciona íntimamente con la sorpresa y la incertidumbre. Entre tanto, la identidad es ante todo parálisis y máscara. La identidad se me da por naturaleza o por sociedad, y es algo que me fuerza y me constriñe. Tener una identidad es reaccionar inequívoca y predeciblemente ante un estado de cosas, es formar parte de un juego mecánico de fuerzas donde uno no se singulariza, sino que es siempre X-en-tanto-que-Y, o hace G porque es Y. Quien tiene una identidad es pasto de los psicólogos, los pedagogos, el marketing, las relaciones públicas y ahora, también, pasto de los algoritmos de Big Data y similares. De ahí que la identidad sea despreciable. Partamos de esa base.
Y partiendo de ahí, no entiendo qué tiene de peculiarmente elogiable la identidad clasemediana, cuando ya hemos asumido que tener una identidad es per se algo reprobable, y tampoco es que los caracteres peculiares del clasemediano agreguen nada honroso al cóctel. En estas circunstancias, incluso preferiría estar orgulloso de tener pene, antes que de ser clasemediano. Al fin y al cabo, el pene no deja de ser un artículo divertido.