Muchas personas se han alegrado de la expulsión de Rajoy y el PP. Pensaban que el PSOE iba a convertir las calles en poco menos que la corrala Utopía, una suerte de fértiles praderas de donde brota la leche y la miel, un bosque lleno de árboles frutales a la sombra de los cuales todo el mundo podría pacer en pelotas fumando porros, cogiendo lo que quisiese de los árboles y celebrando asambleas para discutir el decrecimiento y la edad del postrabajo.

Pero ahora se dan cuenta de que Rajoy y el PP sobre todo tenían una función, que es la de contener la automatización de la política y permitir que esta siguiera sirviendo intereses humanos, los intereses de cuatro viejos putrefactos y asquerosos pero humanos al fin y al cabo. Al mismo tiempo, no son capaces de comprender las ventajas potenciales de la automatización total de la política, cual nos son aparentes en las tendencias representadas por el PSOE, un mundo donde, detrás del dulce velo arcoiris de la sonrisa de Trudeau/Sánchez rodeado de mujeres competentes, ya no existen la ideología, las preferencias o la subjetividad, sino simplemente hechos, protocolos adecuados, seriedad y gobernabilidad.
Lo cierto es que el gobierno del PSOE nos da pocas esperanzas, pero menos esperanzas tenemos todavía en la ciudadanía, tanto en la que lamenta las elecciones concretas del gabinete de Nespresso, como en la que las celebra.
Al fin y al cabo, toda ella permanece anclada en el neolítico, un mundo de nombres, rostros, historias personales, actos simbólicos, poder de la voluntad, héroes y villanos, intenciones y otras entidades de la folk psychology que son muy fáciles de subsumir en la Gran Película del Tertulianado, tenebroso subproducto de Podemos, por el cual nunca culparemos lo bastante a los creadores de este engendro de partido. Entre tanto, los grandes desafíos no tienen nombre ni rostro, sino como mínimo un carácter colectivo y a menudo ni siquiera humano, cual corresponde a los procesos y tendencias sociales, tecnológicos, medioambientales o económicos, ya sean de corto de largo alcance.

Un Pueblo que se contenta o se preocupa con rostros, nombres, intenciones y otras cosas neolíticas es a día de hoy un Pueblo virtualmente analfabeto y fácil de dominar, no porque piense incorrectamente sobre las cosas, sino porque piensa sobre las cosas incorrectas.
Es muy fácil entonces presentarle al Pueblo una interfaz que se acomode más o menos a su sentir o parecer cambiante, una interfaz donde se despliegan estas historias de héroes y villanos, que pueden contarse al fuego o discutirse en la peluquería. Esta interfaz como mucho debe ser usable y agradable, es decir, funcionar como una buena interfaz de usuario. En ningún caso su carácter tiene que expresar el funcionamiento real del sistema, y de hecho es mejor que no lo haga: es mejor que funcione apantallando la esfera de lo real, lo importante, y haciéndola opaca al Pueblo, mientras que se mantiene a éste ocupado con memeces que no tienen nada que ver, pero que le mantienen entretenido.
En suma, no sólo tenemos a un Pueblo inepto e incapacitado para entender y actuar eficazmente, además tenemos a un Pueblo entretenido y satisfecho con su situación. Es algo patético y bochornoso de ver.