El mundo lo dominan las mujeres. Sus instrumentos de dominio son sus maridos

¿De dónde salió eso de que las mujeres son una clase oprimida? Desde luego, existe una clase oprimida en lo económico, que es la clase trabajadora, oprimida por banqueros especuladores; en cuanto a lo cultural, no menos oprimida está la clase imaginativa, dominada y pisoteada constantemente por un Homo Velamine empeñado en convertir todo entretenimiento en pitidos y ritmos desagradables, explosiones, destellos de cosas brillantes, fuegos artificiales de bajo coste, músculos aceitados, plástico y, por supuesto, en una ocasión para exhibir su idolatría infame. Las mujeres, en cambio, no son una clase –y no lo son incluso desde la perspectiva de la teoría cuir, pues toda distinción teórica que se dé respecto de la dotación sexual ha de ser, de inmediato, considerada como ideológica. En todo caso, pues, las mujeres formarán parte de una clase económica o cultural. Además, es una evidencia que las mujeres son a menudo oprimidas tanto por la avaricia de los especuladores como por la vileza y la brutalidad del Homo Velamine.

Stannis Baratheon es un ejemplo ilustrativo de voluntad viril persuadida mediante artificios, e inmediatamente reducida a añicos.
Stannis Baratheon, pretendiente al trono de Westeros, es un ejemplo ilustrativo de voluntad viril persuadida mediante artificios, y luego reducida a añicos.

Ahora bien, se debe tener claro que no todas las mujeres están oprimidas, que no hay opresión inherente al hecho de ser mujer. Lo que es más: no domina el mundo el presidente de tal o cual gobierno, o de tal o cual lobby empresarial. Si acaso, diremos que el mundo lo domina su mujer. Hay un poder secreto que las mujeres ejercen en la sombra, y es cosa obligada exponer ese poder –que, como todo poder, constituye siempre un abuso.

No neguéis, hijos y maridos, que sois oprimidos por mujeres en todo momento: ellas os dicen qué estudiar, qué estrategia seguir en vuestra carrera o por qué y cómo el cuarto de estar debe ser transformado y la lista de la compra modificada hasta que uno y otro parezcan irreconocibles a vuestros gustos. También os dicen cómo vestiros. Desde luego, es cierto que, en apariencia, son los hombres quienes, a veces, pegan a las mujeres o las obligan a prostituirse. Pero, ¿qué cerebro serio ha concedido alguna vez peso a las apariencias?

En efecto, ya el viejo Platón nos invitaba a desdeñar la confusa, mudable y por tanto equívoca apariencia; debemos, en cambio, entregarnos a la búsqueda de una verdad apodíctica, conceptual y eterna. ¿No es cierto, entonces, que el cuerpo debe ser despreciado, exaltada la mente? ¿Quién ejercerá un mayor dominio u opresión, en consecuencia: quien pega a otro, o quien domina su razón y sus sentimientos? Algunos hombres pegarán o violarán a mujeres, sí, pero: ¿cómo hemos de calificar ese siniestro y subrepticio arte con que las mujeres han dominado al hombre a lo largo de la historia, obligándoles a conformar su cuerpo a determinados sabores en las comidas, a esos sutilísimos matices de tono e intensidad en la voz, a tan refinados y –para el varón- indescifrables sintagmas de colores y formas con que las mujeres pintan, amueblan y decoran los hogares de tantas familias? Y, sin embargo, como demuestra la psicología contemporánea, es a partir de este aprendizaje de colores, formas, sonidos y ritmos como la mente se configura poco a poco; es, pues, este pequeño y constante goteo de imposiciones sensitivas lo que configura el más preciado bien de todo humano, a saber, su mente.

Esquina a esquina, una mente puede ser aturdida y finalmente noqueada. Entonces queda ganada para tu causa.
Esquina a esquina, una mente puede ser aturdida y finalmente noqueada. Entonces queda ganada para tu causa.

¡Nadie puede hacerse el mojigato contra la ciencia! Y esta demuestra que, dominando la casa y construyendo los esquemas a que debían acomodarse las mentes de sus habitantes, la mujer ha dominado al hombre; y este dominio, ¿qué es, sino una forma de opresión mucho más terrible que la violencia física? Respecto de la mujer, al hombre histórico y oprimido le ocurre, por tanto, algo muy parecido a lo que al Homo Velamine moderno respecto de la democracia: creyéndose libre y gobernante, ha sido oprimido y manipulado con tanto mayor escarnio e impunidad. Frente a la mujer golpeada, el hombre amansado; frente a la prostituta, el pelota de oficina que, para ganar el pan de la casa, se ve obligado a prostituirse a la autoridad, a jurar unos deberes que él no se dio a sí mismo; frente al cuerpo maltratado, la mente adulterada, simplificada, iconizada y finalmente enajenada. ¿Qué clase –y no queda claro que la dotación sexual constituya clase- ha sido la clase históricamente oprimida? ¿Cuál la ultrajada?

Pero no alegaré violencia de género, en absurda pataleta contra una demanda que alcanza legitimidad en cierta esfera. Sí diré: ¡Hombres del mundo! ¿Cómo se llegó a la situación en la cual debemos reivindicar que las mujeres trabajen para tener más poder, cuando todos sabemos que el trabajo en el capitalismo no es poder sino sumisión, y que por otra parte ellas ya nos dominaban, siempre nos dominaron, incluso sin moverse de casa, y quizás precisamente por eso?

No espero, pues, ni adhesiones inmediatas ni alabanzas por esta reflexión; pero es justo y necesario que reconozcamos que hay, en esto del feminismo, algo que se nos escapa, algo que distorsiona ilegítimamente nuestros juicios. En este nuevo siglo, los dos sexos tenemos un reto esencial: y ese reto es desenmascarar al feminismo, descubrir su falsedad e hipocresía, y luchar por una nueva sociedad donde los hombres no sean oprimidos; una sociedad en que los nuevos hombres y mujeres libres puedan por fin, hombro a hombro, luchar contra la verdadera lacra que les amenaza a ambos. Esta lacra no es otra que el Homo Velamine.

He aquí un típico esquema de orden casero: inescrutable, pero efectivo.
He aquí un típico esquema de orden casero: inescrutable, pero tremendamente efectivo.

¡Habla, Pueblo, habla!

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