Somos contingentes: el neofascismo es necesario

Aprovechando el tiempo muerto en el atasco, los conductores tuitean sus buenas intenciones.

La gente de izquierdas anda preocupada por encontrar cuál será la ideología o movimiento social que pueda contener al neofascismo rampante que asoma su pezuña en los países ricos, y también en otros no tan ricos. Pero no hay ninguna tal ideología o movimiento social. En general, la legitimidad de las presunciones humanistas de la modernidad ha tocado a su fin. Esto no se debe sólo a la disrupción de la naturaleza ocasionada por el capitalismo, sino a la disrupción social que el capitalismo ha generado en su proceso de integración y subordinación de toda otra realidad social. Al absorber todas las energías institucionales, constructivas, imaginativas, etc. a las necesidades de acumulación de capital, el capitalismo crea un entorno fuertemente restringido de compromisos sociales que se remiten unos a otros y que abarcan la totalidad de la vida social, sin dejar apenas nada fuera. Esto hace que la inercia del sistema sea casi imparable y, por ende, que el colapso ecológico sea una necesidad.

No siendo posible revertir el colapso ecológico voluntariamente, los impactos del colapso ecológico determinarán un colapso social, económico y político forzoso. En este contexto, el neofascismo se presenta como episodio coyuntural y transitorio, pero necesario, de adaptación de los regímenes políticos a un contexto de creciente escasez y creciente incapacidad para plantear transformaciones estratégicas que fuesen socialmente aceptables. Sin embargo, cuando digo transitorio, no hay que pensar que el neofascismo pueda ser un período reversible, por supuesto, sino más bien que será una fase puntual de un proceso de degradación aún mayor y más amplio, que puede conllevar incluso la extinción de nuestra especie. Tal cosa se deduce, al menos, de una creciente cantidad y variedad de estudios científicos. El problema no es ya salvable porque la institucionalidad capitalista no ha querido reconocer ni el ímpetu y naturaleza de sus fuerzas, ni los impactos negativos de estas fuerzas, ni el poder de las fuerzas naturales para condicionar la vida humana (todavía abundan los relatos económicos que cifran la clave del bienestar y el desarrollo en ‘el libre mercado’, la ‘democracia liberal’ o, aún peor, la industriosidad de los pueblos y el mérito individual de las personas). Y si el problema no es salvable, la situación a que nos aboca tampoco es reversible. No lo es precisamente porque las condiciones naturales del futuro inmediato harán de tal reversión una imposibilidad práctica.

El capitalismo creció como un sistema moderno y adoptó las premisas modernas. Hoy el capitalismo está en camino de destruir la base de su pensamiento, si es que aún no la ha destruido. Pero, de paso, destruirá también la base de toda otra realidad humana y muchas realidades no humanas. No entender esto, no asumir sus consecuencias, es un acto de ingenuidad merecedor, como mínimo, de un babero.

 

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