¿Qué cuenta como mala práctica periodística? No lo sabemos.
Considera cualquier profesión seria. A un ingeniero que se le cae un puente, ¿qué le pasa? ¿Y a un médico que comete negligencia? ¿Y a un policía que abusa de su autoridad? También le pasan cosas, a veces. ¿Y a un juez que sentencia en contra de las evidencias y lógica del caso? ¿A un agricultor que emplea productos prohibidos? ¿A un académico que plagia y adultera su investigación? ¿Y a un profesor que discrimina a sus alumnos o que infla las notas selectivamente?
Ahora piensa: ¿qué le pasa a un periodista que difunde bulos a sabiendas, que crea epidemias conspirativas, que publica basura continuamente, que envenena el discurso público, que produce una calidad informativa de espanto en la selección de temas, las evidencias y la argumentación, que no respalda afirmaciones empíricas con fuentes fiables, o, simplemente, que produce emociones desmedidas sin preocuparse por el contenido informativo real y sus necesidades internas? Absolutamente nada.
Sabíamos que el periodismo no es serio, que en su mayoría está comprado. Pero esta falta de criterio y control de calidad sobre la profesión alcanza ya el sinsentido. No puedes simplemente apelar a la idea de prensa libre y su importancia para la democracia. Tanto o más importante para la democracia es la autonomía de las otras profesiones mencionadas, pero esta autonomía siempre viene acompañada por un fuerte control de su calidad.
Pareciera entonces que el rigor periodístico no importa absolutamente nada; que el periodismo es importante, pero, al parecer, lo de veras importante es que el periodismo pueda ser muy malo, incluso destructivo a nivel mental, social y político. En suma: a tenor de las regulaciones profesionales y legales del periodismo, concluimos que lo importante es tener siempre una cuota importante, si no dominante, de periodismo malo, ruin, incapaz, fácilmente comprable, sin respeto por sus usuarios o audiencia, y en general sin código. Es decir, que el periodismo no debe gozar ni siquiera de los criterios mínimos de profesionalidad que se le presuponen al sacerdocio, por ejemplo. Es más importante que pueda ser malicioso, inmoral, o manipulado para envenenar al público ocasional o continuamente.