Tengo 45 años y hoy me suben a planta. Mi neurocirujano dice que soy un tipo con suerte y que debería alegrarme, pero yo ni siquiera recuerdo quién soy, ni por qué estoy aquí. Sólo sé lo que me cuentan y tampoco es que me fíe demasiado de esta gente.
Tengo 45 años y me han despertado de un coma profundo de once años y medio transplantándome un nuevo cerebro. Supongo que por eso todos mis recuerdos son tan confusos. No estoy seguro tampoco de que ninguno de ellos me pertenezca.
Tengo 45 años y no sé mi verdadero nombre. Todo el mundo me conoce aquí, en el Hospital General Ruiz Gallardón, como 14214 porque es la fecha de mi ingreso. Una enfermera muy amable me ha contado que intenté suicidarme, pero me salió mal.
Tengo 45 años y llevo dentro de mí el cerebro de otra persona. Todo cuanto escribo sale de mis dedos, pero nace en la mente de otro. A veces siento el deseo intenso de gritar GOOOOOOOL y me encanta la palabra proletario. Creo que era un hombre.
Tengo 45 años y esto es todo cuanto sé de mí. Estoy en una habitación blanca en la decimosexta planta del Hospital General Ruiz Gallardón. La comparto con otro tipo sin nombre: 30623, le llaman aquí. Acaban de subirlo de la Unidad de Quemados.
Tengo 45 años, me gusta repetir, y no puedo moverme de cintura para abajo. No veo mis piernas, pero mis brazos son tan blancos como las paredes de esta habitación. No tengo vello corporal y la palabra sindical la saboreo como si fuese auténtica miel.
Tengo 45 años y puedo tocarme la nariz. Si cierro un ojo, puedo verla de refilón. Es grande y ancha y tiene el tabique ligeramente torcido. Las aletas son encarnadas. Lo primero que pienso al tocarme la nariz, no sé por qué, es hija de puta.
Tengo 45 años y quiero un espejo para saber al menos cómo soy por fuera. No pueden negármelo. Necesito conocer mi aspecto. Intentar recordar algo de lo que era, quienquiera que fuese yo, antes de que ocurriese lo que me trajo aquí y lo cambió todo.
Tengo 45 años y mi compañero de habitación quiere ver la televisión. No puede hablar, pero señala insistentemente el aparato con su brazo derecho. Le he intentado explicar que tampoco yo puedo moverme, pero creo que es sordo.
Tengo 45 años y uso pañales. Una de las auxiliares que me atienden se llama Beatriz y tiene un descomunal par de tetas. A veces aprovecho para apoyar mi cabeza en ellas mientras me acomoda la almohada. Y grito GOOOOOOOL.
Tengo 45 años y creo que estoy enamorado de Beatriz. No me importa que fume en nuestra habitación. Le he pedido que encienda la tele para que mi compañero deje de llorar, pero me ha explicado que funciona con bitcoins. No sé qué coño es bitcoins.
Tengo 45 años y me alegro de llamarme 14214 y no 13213. El número 13 me da escalofríos. Me paro a pensar. El 14 de febrero es San Valentín. ¿Qué clase de persona intentaría suicidarse el día de San Valentín? Pues una persona como yo, supongo.
Tengo 45 años y desearía conseguir bitcoins para que 30623 deje de gritar. La enfermera china del turno de noche ha activado nuestro televisor tocando algún botón de su teléfono móvil. Increíble. Me pregunto si los coches también volarán ahí fuera.
Tengo 45 años y no me puedo creer lo que estoy viendo. En el canal Teleseis todo el mundo está desnudo. No conozco a ninguno. Discuten encendidamente acerca del último aborto televisado de una mujer llamada Neymar Ronalda.
Tengo 45 años y veo a 30623 retorcerse en su cama y lo puedo entender. Cambio de canal con el mando a distancia y lo dejo en Plustevé. Hay un partido de fútbol. Los jugadores de los dos equipos van desnudos también, decorados con body painting.
Tengo 45 años y le pregunto a la enfermera china quién está jugando. Bitcoin digital app, Coca-Cola contra Vodafone, me explica. Lo que en otra época fueron Real Madrid y Valencia. Ella dice ser del Apple-Emirates, antiguamente conocido como Barcelona.
Tengo 45 años y acaba de marcar el Vodafone. Pero 30623 es de Coca-Cola y se quiere tirar de la cama. Pido ayuda a los celadores. Recuerdo que mi equipo era el Celta de Vigo. Les pregunto cómo se llama ahora. Whisky DYC, me contesta uno.
Tengo 45 años y el contador de bitcoins del televisor acaba de llegar a 0. Así que ahora, con la habitación en silencio, me dedico a ordenar un poco mis recuerdos. Me deprime que mi equipo, o el equipo del dueño de mi cerebro, haya perdido su identidad.
Tengo 45 años y han pasado ya seis meses desde que estoy despierto, pero no me dejan salir de aquí. Un día se llevaron a 30623 y no he vuelto a saber nada de él. Es curioso, pero, aunque nunca pudimos hablar, echo de menos su compañía.
Tengo 45 años y he perdido las piernas. Me han traído un periódico para que me distraiga. En la portada aparece una gran foto del presidente. Su cara me quiere sonar. El titular dice: Cantó anuncia nuevos recortes sociales. No quiero seguir leyendo.
Tengo 45 años y hoy he sabido a quién perteneció mi cerebro: a un tal Hugo Izarra, un escritor de segunda fila que dio la espalda a la literatura y se granjeó cierta popularidad en Twitter haciendo bromas de muy mal gusto sobre Adolf Hitler.
Tengo 45 años y me hacen gracia los chistes de Adolf Hitler que he leído en su vieja cuenta abandonada. Y, sin embargo, recuerdo bien quién fue Adolf Hitler. Es una de las pocas cosas de mi anterior vida que recuerdo bien.
Tengo 45 años, estoy solo en el mundo, me deprimo cuando pierde el Whisky DYC y hace dos meses que no sé nada de Beatriz ni de ninguna de las personas a las que conocí aquí. Todo el personal ahora es voluntario.
Tengo 45 años y a veces desearía no haberme despertado nunca del coma.