“La llaman Esperanza y no lo es”. “PSOE, PP, la misma mierda es”. En estos cánticos se afanaba Marisol cuando oyó un clamor lejano. Tembló. ¿Disparos de pelotas de goma? ¿Manifestantes huyendo en estampida? ¿Algún tipo de estrepitosa violencia contra la denostada policía? Miró en derredor y no encontró pista alguna que esclareciese su duda. Sólo cabezas, pancartas y brazos. Pero el estruendo se hacía cada vez mayor, y por fin descubrió su naturaleza. ¡Qué angustia terrible se apoderó de sus entrañas! ¡Qué despiadada desazón! La realidad era peor que todo lo que había imaginado. Era la batucada.
Así fue como se sintió Marisol ante el atroz descubrimiento. Por suerte, el suyo no es un caso aislado: cada día son más los manifestantes e indignados que miran con recelo a la batucada cuando pasa cerca. Porque cada día son más los que comprenden la verdad: la batucada es el pasto ideal del ideal de panfleto, revienta con una desastrosa tilde perrofláutica las protestas en las que se presenta, e impone unos ideales progresistas decimonónicos a un movimiento nacido en el siglo XXI.
Batucadores, yo os exhorto: ¡Cortad vuestras rastas! ¡Quemad vuestros pantalones bombachos y vuestras chaquetillas violetas! ¡Abandonad la percusión amateur y marchad con frescos vientos, en ordenado desfile, interpretando elegantemente la Marcha Radetzky mientras entramos triunfales al Congreso!
Sólo así vuestro ruido será música y vuestras maneras encomiables. Sólo así mereceréis el respeto de vuestros congéneres. Sólo así tantas y tantas personas como Marisol podrán acudir tranquilas a la próxima manifestación.