¿Por qué extraña superstición creemos siempre en lo que no vemos?
Unas personas se aferran a una idea imaginaria para no sentirse solas. Otras porque dicen que “en algo hay que creer”. Perdonarán éstas el escepticismo que sigue.
Pensémoslo bien: ¿no es una locura creer que los políticos son una especie de secta elitista o clase todopoderosa, como una sociedad secreta, en cuyo ritual de iniciación el nuevo miembro toma la primera Corrupción? Y más adelante, cuando adquiere madurez suficiente, se confirma en una ceremonia privada rodeado de los suyos. Y así sigue obrando a lo largo de su vida política, comulgando dinero. Es una locura que da la risa. Y como toda locura tiene sus seguidores y sus detractores. Pero ¡cuidado! Detrás de este engaño se esconde una gran verdad. Nos han vendido la moto, como se dice en el Pueblo. Vamos a desguazarla:
Ciertamente, la Corrupción no se puede ver. No es como el fútbol, que además de verse en televisión, se puede acudir a un estadio y por un módico precio comprobar que es real. El fútbol es afición, y no ficción. Sin embargo, el cine por ejemplo sí, y es algo que aceptamos. Vemos la película, nos emocionamos, y salimos del cine sabiendo que hemos asistido a una ficción. Pero ¿qué ocurre con la Corrupción? ¿Por qué nos empeñamos en seguir creyendo en su veracidad? ¿Acaso hay alguien que haya visto y aceptado tan solo un billete manchado con su marca? De ser así, hubiera participado de ella y sabría, en definitiva, que sí es algo real. Luego, quienes tan seguros están de su existencia y predican en su contra ¿no serán los mismos que la ejercen? Esto es imposible saberlo. Mas no cabe duda de que este país está severamente desinformado y apenas sabe leer, mientras que el mando de la tele lo maneja con destreza.
Así, escándalo tras escándalo, nos entregamos al morbo, y la Corrupción como reality show logra fácilmente que desviemos la atención de otros temas de mayor importancia. Es lo que los expertos en los bares o cuñados llaman “cortina de humo”: el Nosmanipulanismo clásico de nuestros tiempos está consiguiendo que el Pueblo se enfurezca e insulte a su televisor. Mientras la autentica corrupción, que no es otra que la propia de quienes la fomentan y difunden, sigue invadiendo nuestros salones a diario.
España intenta perseguir la corrupción: he ahí su error. Persigue una quimera, un fantasma, una ilusión. Tal y como lo versó el poeta:
¿Qué es eso que en España llaman la Corrupción?
Un fantasma, un engaño, un diablo, un espejismo,
¿Será que nunca hubo ni habrá más de lo mismo?
Será lo que se quiera, más ¡cien años de perdón!
Quimera, contradicción, inteligencia: ¡España injusta!
¡Son las ganas, el sueño, el hambre y la televisión!
Severa pena, inocente drama, risa floja: asusta.
No en vano, según el CIS la Corrupión es la primera preocupación del español hoy día, ¡aun cuando no tenemos ninguna certeza de que exista! Abramos los ojos: la Corrupción no es más que un teatrillo orquestado para generar audiencia y reacciones encontradas.
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La Corrupción puede que sea el mejor modo de reafirmarse en el poder. Primero, atribuyéndose unos hechos tan dantescos y descabellados que hagan ser idealizado a quien obra. Y segundo, lanzando mensajes cruzados que confundan y dividan al Pueblo, para luego poder manejar los resultantes espectros de opinión. Que en España siempre son dos.
Y ya se sabe que la única diferencia entre izquierda y derecha, es el lado para el que se peina cada cual, cuando el espejo del ascensor invierte su imagen.
La gran verdad se revela: la supuesta corrupción consolida por completo a la clase política, pues si los españoles creemos que han hecho todo lo que dicen que han hecho, ¿qué más no podrán hacer?
Aceptado esto, solo nos queda apelar a nuestra libertad de expresión, que nadie puede coartar. Por eso hoy debemos atrevernos a gritar muy fuerte: «¡Larga vida a la Corrupción!» O bien: «¡No existe la Corrupción!» A saber de nuestra ideología. Y a quien esté en desacuerdo, tenga dos caminos: comer ajos o volar a Londres, si es que no es la misma cosa.