¿Es posible concienciar sobre el cambio climático?

A menudo leemos en la prensa cosas como esta:

Bill Gates ha decidido dar un paso adelante en la lucha contra el cambio climático. El lunes anunció el lanzamiento de un fondo de inversión con 1.000 millones de dólares de capital para invertir en nuevas formas de energías limpias y renovables. Para ello, el fundador de Microsoft contará con el apoyo financiero de otros filántropos de Sillicon Valley como John Doerr, Vinod Khosla y John Arnold.

Dos cosas me molestan principalmente de toda la retórica y las superiniciativas billonarias en torno al cambio climático. La primera es que parecería que este fuese el único desafío ecológico de gran escala que tenemos, cuando la pérdida de biodiversidad, los descensos en rendimientos de la tierra, el fin del combustible fósil y otros materiales básicos, o la escasez y acidificación del agua nos afectan tanto o más.

La segunda es, por supuesto, que parecería que los humanos somos lo único que importamos, como si los humanos, léase aquí clasemedianos y ricos, no mereciésemos en verdad freírnos vivos después de haber barrido de la tierra prácticamente todas las formas de vida humanas y no humanas que compiten siquiera marginalmente con el desarrollo desenfrenado de grasa, piscinas, cacharritos y lucecitas a todo trapo.

El número de animales de peluche es ya muy superior al de toda la gran fauna que queda.

Solo queda una solución: expulsar del país a quien viva con unos estándares que superasen unos determinados mínimos, que por otra parte deberían ser garantizados. O, al menos, a quien no mostrase voluntad en ajustarse progresivamente a esos estándares de acuerdo a un plan acordado socialmente. No cumples, eres parte del problema de todos los seres humanos y los no humanos: y por tanto, fuera del país.

Pero, ¿podremos instaurar una pedagogía por la que el Pueblo se dé cuenta de esta necesidad y la acepte, aún a costa de renunciar a cambiar de labadora e iCosas con la frecuencia que desea? Rotundamente no. El ultrarracionalismo ha renunciado de persuadir al Pueblo para tomar alguna acción transformadora, por pírrica que sea. Es imposible persuadir ni siquiera a un número relevante de personas.

La razón no es, como dirían algunas personas, que la gente es naturalmente imbécil o egoísta y que tiende a desdeñar estas cuestiones. Metodológicamente, este fijismo o determinismo biológico no se sostiene. La alternativa no puede ser el tabularasismo, típico de «socialconstructivistas» y del nuevo «feminismo», que es igual de precientífico y absurdo que el determinismo biológico. Más bien hay que reconocer que el sistema capitalista propone, allá donde avanza, un esquema de incentivos que constituye el núcleo básico del adoctrinamiento social en muy diversos frentes. La gente que nace en la ciudad, entre neveras y coches, entre las admoniciones competitivas de la educación liberal y el buromundo, en la maraña de sistemas de control mediante publicidad, propaganda, relaciones públicas, etc. se convierte así en un subproducto o excrecencia, cuyo impacto excede al del capitalismo y se convierte en una realidad de partida de toda transición posible, como lo es también la tecnología disponible. Nótese además que esta gente es el grueso de la población en los «centros globales de toma de decisión«. Como consecuencia, ambas realidades, las personas y la tecnología existentes, tiranizan el futuro con independencia de los daños intrínsecos del capitalismo, algo que deberían haber intuido Lenin y los soviéticos cuando se vieron encandilados, por ejemplo, por el taylorismo.

«Sí, el cambio climático… Hábleme de él después de que haya contemplado estas lucecitas y automóviles, por favor.»

Por tanto, en una transición hacia la sostenibilidad y la justicia global, no solo hay impedimentos psicológicos naturales, sino también un sistema económico e institucional suicida, y además los productos tecnoculturales irreversibles de ese sistema, que agravan o eliminan las opciones de transformación de lo humano. En estas condiciones, por mucho dinero que agite Bill Gates, el colapso es inevitable, y todo lo que no sea hablar de cómo limitar la incidencia y gravedad del fascismo que viene es cháchara inane.


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