Ética para izquierdistas: ¿Tiene un diputado más razón por bajarse el sueldo?

Sin lugar a dudas, el «tú eso no lo has vivido» es el argumento dominante de nuestro tiempo. ¿Puede alguien con estudios universitarios hablar de las condiciones laborales de un obrero? ¿Puede una persona nacida en España representar al colectivo inmigrante? ¿Puede un hombre hablar sobre feminismo? Vamos a analizarlo más de cerca para conocer cuándo es lícito o no usar este argumento.

Entendemos como «argumento dominante» no al que es lógicamente perfecto, si no al que dota a quien lo dice de una legitimidad casi total. El concepto nació con Diodoro de Cronos, que creó un «argumento vencedor» (κυριενων λόγος). De cerca, parece una falacia ad verecundiam o Magister Dixit, esto es, una apelación a cierta autoridad. Encubiertamente, a nivel retórico, necesita de un acuerdo por parte del interlocutor, pues la persona que dice «tú no sabes lo que es vivir eso de lo que hablas» se dirige a su vez –al modo de la propaganda– a algo aceptado por parte de la gente que escucha el argumento.

Otras dos falacias se introducen en esta coctelera, a saber: la falacia ad lazarum y el agumentum ad passiones. La primera es conocida también como «falacia de los pobres», esto es, la falacia según la cual el pobre tiene más razón que el rico. Ejemplo: cuando un político de izquierdas se baja el sueldo pretendiendo ganar autoridad, o cuando se le concede más razón al pobre que al rico simplemente por cierto prestigio de autenticidad (el pobre no tiene nada que perder, etc.) La segunda consiste en despertar piedad o compasión por parte del auditorio, esto es: si no aceptas mi propuesta es que no tienes corazón, o eres directamente un impío. Esta vía de argumentación, que mezcla autoridad con compasión, pobreza y «popularidad» es la clásica de lo que llamaremos (por no complicar) sectores «progresistas».

Por otra parte, los argumentos típicos de lo que llamamos simplemente «derecha» son (1) la ad nauseamdado que el control de los medios de comunicación pertenecen normalmente a esa «derecha» y pueden repetir una y mil veces lo mismo hasta hacerlo verdad; y (2) la del «tercio excluso», esto es: es cierto que nosotros somos unos corruptos, pero mucho peor es Podemos, porque «x». Ergo nosotros somos la única alternativa a «x», ergo si no me votáis, acabaremos en «x».

La izquierda que se centra en las reglas del juego es criticada por la que se mantiene en el «Sufrir y Rezar» al que le encauza el juego.

Estas vías retóricas han creado la vieja dicótoma entre una derecha «realista» y una izquierda «idealista», o lo que es lo mismo, que la derecha tenga el ideal de la Realpolitik y que la izquierda pretenda cambiar las cosas a fuerza de ética.

En parte por esta distinción, los sectores críticos de la izquierda son tachados rápidamente de reaccionarios cuando tienden a neutralizar los argumentos de tipo populista (esta fue la lucha de Marx entre 1844 y 1851, a saber, luchar contra Weitling y los «revolucionarios románticos»), pero todo se basa en realidad en lo siguiente:
(1) El esquema mental ha quedado, como dije más arriba, en una derecha «realista» y una izquierda «idealista».
(2) Cuando un «izquierdista» deja la ética para intentar analizar la realidad en términos etic queda calificado como un «reaccionario» por la izquierda emic. En ciencias sociales se entiende como emic el punto de vista del nativo y etic el punto de vista del extranjero: así, aquí la izquierda que se centra en las reglas del juego es criticada por la que se mantiene en el «Sufrir y Rezar» al que le encauza el juego.

Así, la izquierda queda originariamente dividida, desde los tiempos de Marx, por esta dualidad y este proceder argumental. La izquierda emic es la más numerosa, y la izquierda etic tienda a menospreciarla. En parte, el que haya este conflicto significa de alguna manera que el medio ha sustituido al fin, dado que el sufrimiento, sin dirección teórica o sin comprensión de los hechos a nivel etic, es implemente un balbuceo incluso autocomplaciente. Por otra parte, si lo emic se come a lo etic entonces caemos simplemente en una especie de victimismo autosatisfecho de sí mismo, donde se tienden a crear grupúsculos de gente con el mismo problema, y no a orientar la acción hacia lado alguno.

Una visión demasiado etic de la realidad nos lleva a lo meta-ironic total, sobre todo si el analista no comprende el sufrimiento de los demás

Por otra parte, una visión demasiado etic de la realidad nos lleva a lo meta-ironic total, es decir, de alguien que «no cree en nada porque ya lo sabe todo», especialmente si el analista no comprende el sufrimiento de los demás. Tal vez esta sea la crítica más certera que se le pueda hacer a los actos y reflexiones de Homo Velamine. En este sentido, el argumento dominante se ha ido de las manos por completo, y que debiera ser un «acuerdo de la conversación» y no un «argumento», esto es, cuando se entabla el debate de cualquier cosa, el interlocutor que sufre (si lo hay) debiera decir: espero que entiendas que hay gente que sufre esto, esto es, que en el hablar esto nos jugamos esto otro. Pero no se puede usar eso como un argumento, pues entonces se producirían situaciones absurdas (que se dan) donde alguien que sabe mucho de algo no puede opinar porque «no lo ha vivido». Esto no es decir que lo emic, el vivirlo, sea completamente absurdo, solo es «absurdo» cuando sobrepasa su función; al igual que lo etic sin lo emic es completamente estéril; la relación entre ambas esferas es lo ideal, se complementan como el entendimiento y la sensibilidad, y ya sabemos eso que decía el viejo Kant, eso de que el entendimiento sin sensibilidad es vacío y la sensibilidad sin entendimiento es ciego.

Por tanto, además de ser una buena campaña de marketing, ¿tiene un diputado que se ha bajado el sueldo más razón que otro que no? Saquen sus propias conclusiones.


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