Hoy apenas se habla de “canibalismo responsable” o de “consumo ético de carne humana”, y esto es porque representa la última barrera moral del capital. Pero la historia es una continua superación de tabúes: ¿quién duda hoy de si es correcto o no que un hombre o una mujer emancipados cumplan con su deber y entreguen su vida a una empresa? Nadie, es un debate superado. Como nadie duda tampoco de la gravedad del gran problema al que se enfrenta nuestro siglo: la alimentación saludable.
Como es sabido, los dietistas han sustituido a los psicoanalistas, que previamente relegaron a los curas. Es decir, la alimentación constituye una preocupación real y entre las primeras en el ranking clasemediano; sin embargo, del clasemediano y sus actos, primera preocupación del ranking ultrarracional, se deduce un colapso medioambiental de proporciones bíblicas, hambrunas, superpoblación y sobreexplotación del planeta. No es difícil atisbar un futuro horrible: un mundo sin recursos y con exceso de cupo, con la mayoría de población desnutrida o enferma, como en efecto ya ocurre. [Nota: Todos los escenarios brutales y apocalípticos que podemos prever son negativos en última instancia por el sufrimiento que ocasionarán. Es algo obvio, pero que no siempre queda claro. Un terremoto no es ni bueno ni malo en sí mismo, a lo que le asignamos un valor es a sus consecuencias: tantos muertos, tantos heridos, etc. Esto viene a cuento para esclarecer mi postura.]
Ante esta clase de horizonte hay que mirar todo con cierta distancia y ofrecer soluciones globales para el cómputo de desafíos (observa global, piensa ultrarracional). En lo que sigue, asumo una perspectiva más afín a una ética basada en la consideración de entidades sintientes que a una ética ambientalista o ecologista. Se trata de reducir y evitar el sufrimiento y sobre todo no ocasionarlo; no de salvar entidades abstractas como el Real Madrid, pero sí a sus socios Manolo y Paco, que son los que sienten y padecen. Es decir, no a la humanidad, pero sí a los humanos particulares que ya están aquí. ¡Qué le vamos a hacer!
Es natural y humano preguntarnos qué pasará cuando muramos. Las religiones encuentran consistencia y justificación explotando esta incertidumbre. Respecto al cuerpo, reivindicamos nuestro derecho a decidir y dejamos por escrito el final que mejor se adapta a nuestro credo. Algunos quieren ser incinerados (¡gran derroche!), otros ser enterrados de forma tradicional y cada vez más personas deciden donar sus órganos a la ciencia. Los más hippies sueñan con que de sus restos nazcan árboles, pero son estos mismos los que luego se escandalizan cuando se les habla ultrarracionalmente de donar sus restos orgánicos a la industria alimenticia. ¿Cuál es la diferencia entre donar tu cuerpo a unos científicos enloquecidos cuyos fines desconoces y donarlo a una institución de troceado y envasado que permitirá vivir a otras personas? Vayamos por partes.
Objeciones morales
La idea del canibalismo responsable no es ni mucho menos nueva. La Biblia nos dice: «Comeréis la carne de vuestros hijos, y la carne de vuestras hijas» (Lv 26:29), pero debemos su desarrollo ultrarracional al genio visionario irlandés Jonathan Swift, que en su ensayo Una modesta proposición (1729) planteó brevemente cómo habría de llevarse a cabo en un intento de acelerar el proceso. Sin embargo, añadimos un matiz: lo que aquí se propone no es que nos comamos a nuestros hijos, sino prioritariamente a nuestros padres y abuelos. Podría apelarse a la moral para señalar la supuesta crueldad que implicaría esta medida. Pero, como dijo Montaigne: «Hay más barbarie en comerse a un hombre vivo que en comérselo muerto, en desgarrar mediante tormentos y suplicios un cuerpo todavía repleto de sentimiento (…) que en asarlo después de su muerte».
Además, no es tan grave. ¿Y los que donan su sangre a personas que no conocen a cambio de un bocadillo de mortadela? ¿Por qué no donar la propia carne? Técnicamente es prestar materia de tu organismo para alimentar a otro organismo. Los donantes de sangre dicen que lo hacen por solidaridad y no por el bocata, tal vez siguiendo la frase de Jesús que, como arquetipo del hombre bueno y justo, nos dijo: «Comeréis mi cuerpo y beberéis mi sangre». La humanidad, como siempre, agarra el rábano por las hojas y lo interpreta simbólicamente. La Iglesia, al menos, ya reconoce que el alma es ignífuga para permitir la cremación; falta que reconozca que es digerible y que no es tan relevante lo que suceda con el cadáver. ¿Que ha de volver a la tierra? A la tierra volverá, solo que un poco más tarde y con otra forma.
A veces sería deseable que la realidad se pareciera un poco a la cosmovisión cuñada. Por ejemplo, cuando afirman que un cerdo tiene una vida feliz previa al matadero revolcándose en su mierda y comiendo hasta saciarse. ¿No es esto parecido a lo que hace el hombre? ¿No es evidente que detrás de esta imagen se esconde una idea de felicidad mundana y hedonista que la civilización coarta y anula? Esto se ve muy bien en el argumento pro-taurino que asegura que los Toros de Lidia viven como reyes antes de entrar a la plaza. Hay quienes aseguran que “ya les gustaría a ellos” —de ahí que intenten llevar este estilo de vida al extremo— estar todo el día pastando, fornicando, jugando a hacerse los machos y descansando. Es cierto que si hacemos los cálculos utilitaristas pertinentes… ¡Es envidiable cómo viven esos animales si los comparamos con los de otras especies! Aunque ello conlleve un trágico y sangriento final, merece la pena, tal y como defiende el filosofo español Fernando Savater:
Si admitimos que lo único “malo” en la vida de un toro son las últimas horas de vida, basta con suprimir de la ecuación la muerte horrible y he aquí una vida plena y deseable. Desde luego no hay razón para negarle esta forma de vida a los animales humanos. Por otro lado, se suele decir que los animales no sufren, o en todo caso que su sufrimiento no importa porque no tienen inteligencia, que carecen de razón, es decir, no son “seres racionales”. Pero, ¿quién lo es? ¿Acaso no es cierto que un número altísimo de humanos también carece de esta facultad?
Por eso es vergonzoso e inadmisible que las personas que aún sostenemos la absurda convicción de necesitar una dieta basada en la ingesta de carne apelando a la salud, toleremos los campos de exterminio de animales de la actual industria cárnica, donde animales de toda clase nacen para vivir hacinados en espacios minúsculos, atiborrados de pienso de dudosa composición e infames antibióticos hasta que llega su hora y mueren entre terribles sufrimientos. Los animales, al contrario que las personas, no pueden decidir. Mejor dicho, de manera liberal, no pueden expresar su conformidad en un formulario. Si bien muchas personas tampoco pueden ni saben, todos deberían poder decir Sí o No en un contrato que estipule las condiciones y cuestiones legales a las que se someten. Requisito necesario para llevar a cabo esta propuesta que, si se demuestra insatisfacible, anularía la legitimidad de toda forma de elección del individuo humano desde el like en redes sociales hasta el voto democrático moderno.
En cuanto al plano ético, hemos de concluir que, además de no haber razones morales que invaliden la propuesta, podemos encontrar razones de peso para justificarla y, aún más, ultrarrazones morales que nos fuercen a llevarla a cabo. Pensemos en nuestro deber natural de salvaguardar la especie. Entre las prioridades del ser humano encontramos la de “realizarse” teniendo hijos, la determinación de reproducirse, el afán instintivo que, a cambio de placer sexual, perpetúa la especie. Junto a la especie, dado el estado de cosas actual, este afán perpetúa también el sufrimiento y demás consecuencias negativas ya descritas. Lo bueno es que, mediante la medida que esbozamos, el ser humano ya no se vería abocado a tener que arrojar al mundo material genético en forma de vástagos. Bastaría con que ofreciese su carne “por el bien de la especie” y realizase así el designio que le ha sido encomendado. Lo importante es recrear la ilusión de servir para algo.
Ejecución
La propuesta es sencilla. Se trata de reutilizar nuestra propia carne para alimentar a nuestros semejantes. Cabe hacer cuatro posibles enfoques, no excluyentes sino complementarios:
(1) La versión light: reutilizar la grasa. Dos productos audiovisuales pop como Los Simpson y El club de la lucha apuntan a esta sencilla idea del reciclaje de grasa humana. Luego, es algo que el clasemediano ya está preparado para aceptar. Pensemos en el despilfarro que supone deshacerse de millones de toneladas de grasa que cientos de miles de obesos se extirpan al año. Reciclar toda esa grasa y destinarla a la industria de la grasa comestible sería otro parche. Pero es necesario como medida de transición.
(2) La versión socialdemócrata consistiría en que todo ser humano que lo desee pueda beneficiarse pactando por escrito que su cuerpo pase a ser propiedad de tal empresa, El Pozo o Campofrío, por ejemplo. Solo hay que idear un proceso burocrático de contrato real y vinculante en el que los individuos libres y plenamente capaces puedan decidir si quieren que su cuerpo se destine a la industria cárnica. Con el tiempo, todo el mundo celebraría las ventajas y nadie conocería ningún tipo de consecuencia de su decisión, que es lo más valioso para el Pueblo, y por ello es muy probable que acabase como la democracia, aceptándose por todos y todas. De lo que se deduce que la industria dispondría del cuerpo de casi todo el mundo tras su muerte natural. Pero, además, comiéndonos a los viejos ahorraríamos en pensiones, en pienso, en medicamentos, en espacio, en recursos y mucho más.

(3) La versión Extra Joven sería aún más liberal gracias a añadir cláusulas de juventud de modo que cada año que se reste de vida fuera un plus en dinero o cupones intercambiables por Grasa para disfrutar en vida. Entonces, si, por ejemplo, alguien decidiera libremente donar su cuerpo con 25 años, la empresa pagaría el valor de esa transacción por el doble que a uno de 50. El joven disfrutaría en vida de su propio precio y asistiría puntual y voluntariamente a su eutanasia al cabo del tiempo acordado. Digamos que la persona (que debería ser mayor de 16 años, o de 12, con consentimiento de sus padres, o de 9, dependiendo de la legalidad del país) podría decidir entregarse antes para vivir menos pero mejor. En realidad, esto no es más que una pequeña variación de las condiciones de (2) que no dista mucho de una hipoteca.
(4) La versión Meta pasaría por crear una casta de ganado humano cuya misión en la vida fuera disfrutar de todo tipo de privilegios a cambio de estar preparados para morir cuando llegue su turno. Su existencia radicaría en vivir en un sitio hermoso, comer en cantidad, procrear, ir al gimnasio, cuidarse, etc. A todas luces es la opción más deseable para todas las partes y se presenta como solución real a algunos de los problemas que antes mencionamos.
Adoptando tal sistema, preferiblemente los puntos (2), (3) y/o (4), libraríamos a miles de animales del terrible sufrimiento que se les inflige en los mataderos, en pro de otorgar significado a miles de millones de vidas humanas, previo consentimiento, cuyos restos mortales serían aprovechados y dignificados al estar sosteniendo la panza satisfecha de su propia especie. También se ahorrarían millones de euros necesarios para el mantenimiento de los mataderos, pudiéndose reinvertir en la alimentación y el cuidado de personas y animales. Comercializando carne humana lograríamos frenar nuestro impacto sobre el planeta (sobre todo animando a los jóvenes a inscribirse en el plan Extra Joven), acabar con el hambre en el mundo o al menos disminuirlo, generar empleo y renovar el sector alimenticio.
Otras ventajas
Además, supondría un agradable soplo de aire fresco para las artes culinarias: normalizar el consumo de carne humana es abrir un nicho de mercado y ampliar horizontes en el Arte de la Gastronomía, último sacro-divertimento de los telespectadores. Los bolsillos más pudientes no tendrían ni que plantearse pasar por este proceso, pero se beneficiarían de todos modos: los paladares más exquisitos podrían elegir saciar su apetito según el lugar de procedencia de la carne, raza, edad, etc. Además de, como ya se ha dicho, darle la oportunidad a miles de millones de personas de sentirse útiles y realizadas: amén de vivir como auténticos reyes prestándose al engorde, se cebarían gratis (cosa que hoy el Pueblo hace pagando en McDonald’s y KFC).

En nuestra España, país de maestros carniceros y divina casquería, este negocio podría alcanzar cotas de profesionalidad jamás soñadas por otros países, un nicho de mercado muy jugoso del que ya somos potencialmente líderes. La industria cárnica tiene un papel fundamental en nuestra economía y es el cuarto sector industrial más importante. Si le preguntas a un extranjero, un alemán, por ejemplo, te dirá que en primer lugar ama España por su comida. ¿Y qué pasa con los españoles? Pronto seríamos mundialmente cotizados también por nuestro sabor. ¡Y qué sabor!, puesto que somos uno de los países con las personas más sanas del mundo según la revista médica Lancet, el Índice de Salud Global de Bloomberg o la BBC, entre otros.
Es hora de trascender la vieja moralidad especista-antropo-normativa, dejar atrás nuestros privilegios como especie y aceptar formar parte de la pirámide alimenticia. Lo urgente es asimilar que no hay razón ni ultrarrazón para discriminar un trozo de carne según su especie, reducir el sufrimiento y comer todos. El ser humano debe asumir la posibilidad de ser cebado y luego ingerido, qué menos que por sus semejantes. Yo lo tengo claro: denme una vida digna y tranquila, cuiden mi salud y aliméntenme a placer. Consentiré que en el fin de mis días me coman de forma voraz, o como gusten. Llegado el momento, me es igual que me coman los gusanos que otros humanos; pa’l caso, patatas.
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