
Es evidente que el fútbol, como deporte, se ha convertido en puro mito: un eterno combate pictórico-heroico-religioso entre Messi y Cristiano, el cual prolonga y cimienta las polémicas excluyentes Madrid-Barça. Pero hemos visto también que, a su vez, esta polémica es al mismo tiempo precondición y producto de las dinámicas competitivas y antagonistas entre Madrid y Barcelona, Gobierno y Generalitat. En este sentido, que la lucha entre Messi y Cristiano, y entre Madrid y Barça, se haya extendido a la transmeseta y a la übermeseta no nos informa sino sobre la naturaleza del espacio funcional que la Meseta ocupa en el mundo. Este espacio lo delineó hace 20 años el filósofo nihilista Emil Cioran, cuando afirmó que «si Dios fuera un cíclope, España sería su ojo».
En otras palabras: como complemento a su posición de mundobalneario transmeseto, España es un lugar privilegiado de la producción de mitos y de fiesta en el capitalismo internacional. Su función, en última instancia, es que el niño negro del Congo, cuyos hermanos mayores participan en la guerra civil, pueda enfundarse la camiseta de Messi y salir en bonitas fotos en la tele mientras el jugador y algún otro preboste de la logia.CAT (o, alternativamente, Pau Gasol o similar) le da un besito y abre un colegio para emprendedores con SIDA a quince kilómetros de su pueblo. Pero volviendo a lo crucial: Madrid y Barça son empresas estratégicas en un capitalismo que necesita integrar su balneario, su circo y su religiosidad. Y existe un país que ha apostado su posición geoestratégica en gran medida a esta «industria»: ese país es España. Todo lo que vemos en torno a Messi y Cristiano, Madrid y Barça, Pedrerol, Roncero vs. Lobo Carrasco, etc. no es sino una manifestación de este fenómeno.
Quien no lo quiera ver está ciego.
Es asqueroso lo que estos dos clubes y sus aparatos de propaganda han hecho al fútbol español, hasta el punto de que si hoy alguien quiere ver fútbol de verdad en España debe irse a la segunda división, mucho más vibrante y emocionante precisamente en la medida en que no importa a los mercados globales ni, por tanto, a los distintos aparatos políticos del Estado español.
Paralelamente, es asqueroso lo que han hecho al resto de España esos dos enormes clústeres de poder que son Madrid y Barcelona. Y todo ello bajo la supuesta consigna de traer grandeza a España en general. Como si las españas periféricas importasen un carajo a estos dos centros de poder, a los respectivos aparatos y élites, y específicamente a esos dos clubes.
Que se pudran los dos, los clubes y las ciudades. No les necesitamos. Imponen una creciente desigualdad en España, excluyen al resto de clubes (o de ciudades, según se mire) política, económica y culturalmente. Es un ordenamiento catastrófico, no ya por lo desigualitario, injusto y (en el fútbol) antiestético, sino porque es poco sostenible. En el fútbol es poco sostenible para la liga en general, que se degrada un poco más cada año bajo el peso de unas reglas que sólo refuerzan los desequilibrios en favor de los dos grandes. En lo político y económico, tanto como en lo ecológico, el poder abrumador de estas dos ciudades es insostenible también: no hace sino empobrecer al resto, subordinarnos más, y hacernos creer que los antagonismos Madrid-Barcelona realmente nos importan, ocultando así el problema real para las periferias, que es precisamente el exceso de poder de estas capitales y su relación (falsamente) antagonista. El reciente conflicto catalán debe leerse a esta misma luz, según la cual Meseta + anti-Meseta = Meseta. Si alguien no está provisionalmente inscrito en esta «ecuación dialéctica», debe hacerlo a toda prisa. En otras palabras: uno ha de convertirse en partisano de uno de estos dos bloques, o simplemente desaparecer de la esfera pública.
Muerte a Cristiano vs. Messi, Real Madrid vs. Barcelona F.C., Madrid vs. Barcelona y España vs. Cataluña. Todas estas polaridades son la misma cosa con distintas expresiones. Es la máquina de propaganda nacional para reforzar el poder de esos clubes y ciudades, y con ello de sus élites; mientras que se hace a los provincianos más serviles, más catetos y más dependientes a esos centros, para ellos remotos.
Desde luego, las élites de estos dos complejos de poder cuentan para este programa con el beneplácito de los catetos de provincias, quienes, a falta de mayor gloria o quizás por un ataque de miopía, no pueden sino entregarse a la mística de estas polémicas y seudodebates.
En fin, nadie dijo que los ricos sean culpables de todo. Es evidente que el ansia de servidumbre voluntaria de las mayorías empobrecidas y humilladas, su necesidad urgente de sentir que ganan a algo, que pertenecen a algo, que participan en algo, les lleva a tomar partido en todas y cada una de las fases o faces de esta enorme mascarada. Claro que con ello no ganan nada, salvo ese sentimiento de participación.
Pero quienes de verdad perdemos somos los que advertimos aproximadamente las reglas del juego, y en consecuencia nos negamos a tomar partido en estas dicotomías y luchas míticas. Pues es evidente que, por mucho que el mito sea producto de la fantasía, la credulidad, la pobreza de ánimo y la estupidez, no deja de tener una eficacia operativa. Y el primer y más palmario efecto de los mitos y dinámicas señaladas no es otro que el de excluir al incrédulo, al disidente, al que no toma partido. Primero se excluye la dimensión identitaria y existencial de estas personas: se invisibiliza todo lo que les importa; pero después viene probablemente su exclusión socioeconómica, incluso su exclusión física.
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