Joey Skaggs: “Un imbécil es un imbécil, no importa cuáles sean sus inclinaciones políticas”

A lo largo de su extensa carrera profesional, Joey Skaggs ha adoptado muchas identidades. Ha hecho de sacerdote, llevando su confesionario a cuestas en una bicicleta, para adaptar sus servicios a las necesidades de unos fieles cada vez más faltos de tiempo. Ha sido un entomólogo que afirmaba haber dado con una cura milagrosa para todo tipo de dolencias, elaborada únicamente a partir de hormonas de cucaracha. Ha ofrecido trasplantes de cuero cabelludo como solución definitiva para la calvicie. Ha abierto un prostíbulo para perros en Nueva York. Ha llenado un autobús de jipis y los ha llevado de gira por un barrio residencial para que pudiesen ver cómo vive la «gente normal». Ha promocionado un cementerio/parque de atracciones que hace de la muerte una experiencia menos desoladora.

Esto, y mucho más, le ha sido posible gracias a la participación activa de los medios de comunicación, que este artista estadounidense, activista y maestro de la farsa utiliza como soporte para su obra. Skaggs ha logrado colarles a profesionales del periodismo las ficciones más peregrinas disfrazadas de verdad, que prensa y televisiones han presentado a su público como hechos rigurosos. Para crear sus acciones, Skaggs, uno de los más notorios promotores de la forma de acción artística conceptual conocida como culture jamming o interferencia cultural, se ha servido durante décadas del hambre de sensacionalismo de los medios de comunicación y de la voluntad activa de los ciudadanos de creernos las patrañas que refuerzan nuestras creencias. Bajo una u otra forma, el mensaje que pretende transmitirnos siempre es el mismo: que reflexionemos sobre las verdaderas intenciones tras la información mediática que nos llega a diario y sobre nuestra propia visión sesgada y prejuiciosa del mundo, que nos hace más proclives a creer cierto tipo de narraciones.

Después de una breve charla por videollamada —nosotras en Madrid, en pijama y a punto de irnos a la cama, y él de sobremesa apurando un chato de tinto en la cocina de su casa de Kentucky—, Joey Skaggs amablemente accedió a responder a nuestras preguntas y a compartir con nosotras algunas anécdotas de su carrera. Hablamos largo y tendido sobre la necesidad de alfabetización mediática en la era del constante bombardeo (des)informativo en la que vivimos, sobre el proceso creativo y la ética detrás de su obra, y sobre la incierta línea que separa lo verosímil de lo increíble. Y nos anima a que, pase lo que pase, no olvidemos nunca el vínculo necesario que existe entre la burla y la disidencia.

Homo Velamine: La proliferación de noticias falsas en los medios de comunicación en los últimos años nos hace sentir que los límites entre la realidad y la ficción cada vez están menos claros. En el documental Art of the Prank (2015) nos muestras las bambalinas del proceso creativo de una de tus acciones. La parte más difícil parece siempre determinar hasta dónde se puede llevar el engaño, cuidando no traspasar los límites de la verosimilitud y crear algo que sea imposible de creer. Después de tantos años, ¿te sigue sorprendiendo hasta dónde es posible forzar estos límites? ¿Cuál de tus engaños dirías que es el que más los ha forzado con éxito?

Joey Skaggs: Forzar los límites de lo plausible es, para mí, la parte divertida. Creo tanto el problema como su solución. Apuesto por hacer algo tan ridículo que nadie vaya a creérselo. E intento hacerlo totalmente absurdo, porque si los medios se lo tragan, resultará todavía más divertido y más eficaz para revelar su credulidad y/o su hipocresía.

Cuando hice Metamorphosis: Miracle Roach Hormone Cure (Metamorfosis: La cura milagrosa de hormonas de cucaracha) en 1981, interpreté al doctor Josef Gregor, un entomólogo que presentaba un remedio medicinal hecho a base de hormonas de cucaracha. Recluté a más de setenta actores que se hicieron pasar por seguidores suyos y apoyaban la tesis de que mis vitaminas de cucaracha curaban el acné, la anemia y los dolores menstruales, y te hacían invulnerable a la radiación nuclear —como son las propias cucarachas—. Tras una exitosa rueda de prensa a partir de la cual se escribió un reportaje que se hizo viral, aparecí en las noticias de la televisión. Parecía un chiflado: llevaba gafas de espejo, un traje blanco por encima de una camiseta con la imagen estampada de una cucaracha y un sombrero panamá con un pin de cucaracha en su cinta. El mero hecho de que dijera ser un científico hizo que los reporteros no dudaran de mí.

Di a los medios la oportunidad de que cubrieran una historia sin necesidad de sensacionalizarla. Los propios hechos y el personaje que los protagonizaba eran sensacionales de por sí, de forma que se limitaron a hablar sobre quién era yo y lo que hacía. Los medios tienden a buscar esta clase de historias, que son las que hacen que las noticias sean más entretenidas.

Joey Skaggs dirigiéndose a los medios como el doctor Josef Gregor.

La gente tiene ideas preconcebidas: si llevas el pelo largo, piensan que eres jipi; si llevas perilla y gafas asumen que eres un intelectual; si te rapas la cabeza te verán como un skinhead o un punk; si llevas traje, eres un normie. Yo juego con estos estereotipos.

Interpreté a otro científico, el doctor Richard J. Long (también conocido como Dick Long), un biólogo marino y ambientalista, en Save the Geoduck (Salvad la almeja generosa). En esta ocasión llevaba el pelo corto, gafas, traje y corbata. Me fotografiaron en un puerto de Seattle sosteniendo una almeja generosa, que no es sino una almeja gigante con una protuberancia que parece el pene de un caballo. Me había inventado una historia según la cual estas almejas, autóctonas del estrecho de Pudget —localizado en el noroeste del Pacífico—, estaban en peligro por culpa de los japoneses, quienes las sobreexplotaban para consumirlas como un afrodisíaco.

Una Panopea generosa.

En aquel momento los medios norteamericanos publicaban muchas noticias sobre trabajadores que destrozaban coches Toyota y televisores Sony para protestar por la desaparición de puestos de trabajo en las fábricas autóctonas por culpa de la deslocalización en Japón y otros países. A los trabajadores les indignaba que su país los traicionase para obtener mayores beneficios. Para seguir con esta línea de ensañamiento con los japoneses, los medios aprovecharon la oportunidad de reírse de ellos por su interés en aumentar su potencia sexual mediante el consumo de almejas. El subtexto de estas noticias alimentaba el estereotipo según el cual los asiáticos tienen penes pequeños. Una emisora de radio de Nueva York, la WNBC, recorrió la ciudad en busca de almejas generosas (la mayoría de neoyorquinos nunca había visto una). Cuando al fin encontraron un ejemplar y pudieron confirmar que el bicho existía, dejaron de cuestionar la premisa de la historia, dado que esta permitía a los presentadores de TV echarse unas buenas risas. Incluso el hombre del tiempo hizo una broma sobre penes cuando dijo: “Esta noche va a hacer frío. Congelen sus almejas”.

La misma lógica de jugar con los estereotipos, en este caso los que rodean a los nativos americanos, fue para mí una baza en la farsa Hair Today Ltd. Interpretando al doctor Joseph Chenango, un cirujano nativo, afirmé ser capaz de hacer trasplantes de cuero cabelludo completos a partir de las cabelleras sanas de gente que hubiera muerto desempeñando trabajos de alto riesgo. Hair Today Ltd. firmaba contratos con los donantes para que, cuando estos fallecieran, sus cabelleras pasaran a ser de nuestra propiedad. Entonces, el doctor Chenango las trasplantaría a los receptores calvos, gente dispuesta a pagar miles de dólares por la operación. Lo promocioné como “la cura definitiva para la alopecia”.

El doctor Joseph Chenango con su instrumental quirúrgico.

Y en Comacocoon me presenté como el doctor Joseph Schlafer, un anestesiólogo que podría llevar a la gente de vacaciones oníricas mientras los pacientes se encontraban en estado de animación suspendida total, algo que sería posible gracias a la anestesiología y la programación subliminal. Esto, por cierto, ocurrió veinticinco años antes de que las experiencias de realidad virtual se hicieran populares.

Imagen promocional de Comacocoon.

Es más fácil convencer a la gente de algo cuando juegas con sus miedos atávicos y sus prejuicios. Tienes la esperanza de que cuando vean que han sido engañados se den cuenta de lo sesgada que es su visión y cambien. Porque al principio se ríen y hacen burla de lo que ocurre, hasta que se dan cuenta de que los pardillos son ellos mismos. Tal vez no hagas muchos amigos al actuar así, pero no cabe duda de que estás mandando un mensaje bien claro.

Creo que hoy día es incluso más fácil salirte con la tuya cuando interpretas a un personaje estrafalario, porque ahora es algo más aceptado. ¡Fíjate en quién tenemos en la Casa Blanca! Así, reemplazar mis dientes por la dentadura completa de un tiburón en mi falso documental Pandora’s Hope, que trataba sobre la modificación genética transespecie y que aparece en el documental Art of the Prank, no parecía tan descabellado. Puede resultar chocante, pero no imposible de creer.

HV: Nos ha llamado la atención Art Attack (2002), cuando te invitaron a un evento artístico en España y creaste un videojuego que consistía en disparar a los transeúntes desde dentro del propio edificio en el que se realizaba la muestra. ¿Qué tal funcionó? ¿Llegaste a conocer España?

JS: A principios de 2001, me invitaron a una exposición en un museo de reciente creación, el Espai D’Art Contemporani (EACC) de Castellón. La muestra se llamaba “En el lado de la televisión” y trataba sobre las relaciones, contradicciones y paradojas que se establecen entre el arte y los medios de masas. Yo propuse Art Attack, un dispositivo multimedia que proporcionaba una experiencia interactiva con un fuerte mensaje antibelicista. Quería abordar el distanciamiento del público con respecto a la realidad del terrorismo y la guerra, cosas que solo se ven en las noticias de la tele. El acto tenía como objetivo provocar indignación e inquietud, pero también facilitar la comprensión visceral de las consecuencias humanas que provoca la guerra. Esperaba que fuera un catalizador efectivo para facilitar un cambio individual.

Propuse instalar un artilugio en la parte externa del museo y otro en su interior. Ambos espacios estarían conectados mediante vídeo, audio, dispositivos sensoriales y luces.

En el exterior, el público caminaría por la llamada “Zona de guerra”, y al hacerlo activaría efectos de luz y sonido que simulaban un ataque. Los centelleos lumínicos estarían acompañados por un fuerte sonido de ametralladoras y explosiones, así como los gritos y llantos pregrabados de las víctimas inocentes. En apariencia, la zona era una simple intersección de calles.

Al mismo tiempo, dentro del museo estaría operativa la “Zona de comando”, un área dotada de una iluminación tenue que le añadía dramatismo. En el centro se encontraba una consola con un diseño propio de las máquinas arcade, en la que los participantes, de uno en uno, podrían manejar una ametralladora diseñada para activar los efectos de luz y sonido del exterior. Los asistentes podían colocarse en la consola, ver quién estaba pasando por fuera del museo y “disparar” el arma hacia ellos. Las imágenes de la “Zona de guerra” exterior eran proyectadas en el interior del museo, en la denominada “Zona de comando”.

Mientras el museo se planteaba si debía aceptar mi propuesta, tuvieron lugar los ataques del 11-S. En consecuencia, rechazaron la instalación por considerarla demasiado provocativa. Aun así, me invitaron al museo para participar en el debate. Y cuando llegué a Castellón me di cuenta de que este museo que acababan de inaugurar estaba siendo constantemente vandalizado. Cualquier obra de arte ubicada en el exterior terminaba cubierta por grafitis, y la gente se llevaba las baldosas de mármol de la fachada, probablemente para usarlas en las mesas o en las terrazas de sus casas. Esto me inspiró para hacer que mi obra reflejara lo que estaba ocurriendo en el exterior del museo, algo que la hacía más atractiva para sus directores. Me pareció tan efectivo como mi idea original, así que me puse manos a la obra.

Los agentes municipales me prestaron barricadas policiales con las que construí una barrera de algo más de un metro alrededor del museo, para evitar que la gente se acercara a sus muros. Delante de las barricadas pinté siluetas de tiza como las que se usan en la escena de un crimen para representar a los muertos. Instalé altavoces en lo alto de los muros del museo para que, en inglés, español y catalán, una voz con sonido autoritario dijera: “¡Atención! ¡Atención! Se encuentra usted en la zona de Ataque Artístico. Se disparará contra los profanadores de este edificio o de sus obras. Quienes sobrevivan serán perseguidos con todo el peso de la ley”.

Dentro del museo, instalé un juego arcade con una pistola del calibre 45 apuntando a la pantalla. Una animación invitaba al jugador a introducir su nombre para así poder otorgarle una puntuación: era un juego competitivo, como cualquier arcade. Al terminar la animación, te encontrabas mirando por una cámara colocada en el exterior del museo, viendo a los peatones en tiempo real. Podías apuntarles y apretar el gatillo. Los disparos sonaban en los altavoces de fuera, asustando a los paseantes.

La escena exterior, con las detonaciones saliendo de los altavoces, era proyectada en un gran panel dentro del museo, de forma que los visitantes vieran lo que ocurría fuera. Es decir, la gente que se encontraba dentro disparaba virtualmente a la gente de fuera y observaba sus reacciones ante los disparos. Quienes se encontraban fuera, alarmados por las detonaciones y las siluetas de tiza, corrían para quitarse del medio.

Fue tan efectivo que una tarde vinieron unos gamberros y atacaron la escultura de Art Attack. Rompieron el arma y robaron el proyector, tapando la cámara de vigilancia. Un funcionario del museo los vio y persiguió hasta la calle. Asumiendo un gran riesgo, logró atraparlos y rescatar el proyector, pero ya estaba roto, así que tuvimos que reemplazarlo y reparar la instalación.

No sé si con mi obra contribuí a solucionar el problema del vandalismo o a fomentar la paz mundial, pero espero que lo que en esencia era una broma elaborada estimule a la gente a pensar de forma diferente sobre la realidad y la empatía, sobre el valor lúdico de la violencia, nuestra fascinación con el voyeurismo, el efecto de las cámaras de vigilancia en nuestra privacidad y lo que todo esto implica para nuestro sentido inherente del humanitarismo.

Me impresionó mucho el coraje que demostró el EACC al invitarme a Castellón, y disfruté mucho visitando España. Me gustan muchísimo su gente, su cultura, su arte, su comida y la belleza del país. Tengo muchas ganas de volver.

HV: ¿Cómo han cambiado tus acciones desde los años 60 hasta hoy? ¿Qué influencia consideras que ha tenido la aparición y uso masivo de internet en esos cambios? Gracias a internet, hoy en día es más fácil que nunca diseminar información, pero también es más difícil, a la hora de revelar que esta información era falsa, volver a llegar a todos aquellos que se la creyeron en un principio. En otras palabras: ¿es el acceso casi ilimitado de la población a infinitas fuentes de información el sueño o la pesadilla del media jammer?

JS: Las cuestiones que me estimulaban e inspiraban en los años 60 son esencialmente las mismas que ahora: la exageración, la hipocresía, los abusos de poder, la injusticia social y un sistema de valores basado en el egocentrismo. Internet ha añadido nuevas dimensiones a la forma en que creo historias y realizo su seguimiento. La red también me ha permitido reclutar y trabajar en tiempo real con muchos co-conspiradores de todo el mundo. Antes de que existiera internet utilizaba un amplio abanico de estrategias para llegar a los medios, y todavía me sirvo de esas técnicas analógicas cuando considero que van a serme útiles. He utilizado el correo postal, he colocado posters en vallas publicitarias, publicado anuncios en periódicos, producido anuncios falsos para la televisión, promovido negocios falsos, convocado desfiles falsos, e incluso me presento yo mismo en persona para crear un espectáculo, haciendo imposible que me ignoren; por ejemplo, mediante mi confesionario portátil, Portofess (Confesódromo).

Joey Skaggs como el reverendo Anthony Joseph.

En 1992, metido en el personaje del reverendo Anthony Joseph, no avisé de la broma de antemano. Me limité a presentarme en la Convención Nacional demócrata de Nueva York vestido como un cura y conduciendo un triciclo pesado que remolcaba un confesionario. Repartí un panfleto en el que se leía: “Religión en movimiento para gente en marcha. La Iglesia debe acudir allá donde estén los pecadores”. Había periodistas por todas partes, así que tanto la historia como las impactantes imágenes recorrieron el mundo. Después lancé una nota de prensa para contar la verdad, y tuvo una gran difusión.

Otro bulo pre-internet fue Dog Meat Soup (Sopa de carne de perro), de 1994. En él hacía de un empresario coreano llamado Kim Yung Soo, y no tuve que escenificar nada. Me limité a mandar 1500 solicitudes a los refugios caninos de todo el país; en ellas les ofrecía comprarles los perros que no desearan tener allí al precio de diez céntimos el kilo, para cocinarlos, enlatarlos y distribuirlos para el consumo humano. De inmediato se produjo un gran escándalo. Los refugios de animales hicieron el trabajo por mí al ponerse en contacto con los medios y la policía. Un artículo publicado por John Tierney en el New York Times Magazine cubrió la noticia de principio a fin.

Como el coreano Kim Yung Soo, a punto de cocinar un perrete.

En 1993, sirviéndome de internet, me presenté como el doctor Joseph Skaggs y lancé SEXONIX, la primera compañía en ofrecer servicios de realidad virtual de carácter sexual. La historia que ideé consistía en presentar mi equipo y su software en la Muestra de regalos navideños e inventos de Toronto. Pero una vez allí alegué que el envío desde Nueva York había sido confiscado por las autoridades por considerarlo material obsceno.

Este fue posiblemente el primer bulo difundido en internet. Me serví de tablones de anuncios virtuales (BBS) como The Well (San Francisco) y Echo (Nueva York) para pedir ayuda y recuperar el equipo que los canadienses supuestamente me habían confiscado. Estos tablones se usaban entonces para debatir sobre asuntos muy diversos, y eran los precursores de las redes sociales de la actualidad. Creé un hilo llamado “Congreso de SEXONIX requisado”, en el que explicaba que mi invento había sido retenido por el puritano gobierno de Canadá, privando así a los ciudadanos del país de la primera experiencia sexual virtual del mundo. Pedí a la comunidad que poblaba estos tablones que me ayudara a recuperar mi equipo. Muchos se indignaron con los abusos y la censura del gobierno y salieron en mi defensa.

Cuando revelé que todo era un bulo, la gente se cabreó de nuevo, pero esta vez conmigo. En aquel entonces, estas comunidades virtuales eran vistas por sus usuarios como espacios sagrados. Consideraban que todo lo publicado en ellas era cierto, así que les indignaba que alguien les tomara el pelo deliberadamente. Me parecieron increíblemente ingenuos. Pero cuando llegó internet, es decir, la World Wide Web, todo cambió. Desde entonces, la red es suelo fértil para el crecimiento de mentiras, desinformación y propaganda.

En 1996 creé Stop BioPEEP , cuyas siglas aluden al Protocolo Biológico para el Aumento de la Producción Económica. Me hice pasar por el doctor Joseph Howard, y expliqué que este protocolo consistía en un arma que denominé “gen-ocida”. Se suponía que empleaba un virus modificado genéticamente para atacar el ADN de grupos raciales o étnicos determinados. Era posible inoculárselo al grupo objetivo a través del agua o la comida. Al activarse, el virus mortal aniquilaría de forma efectiva poblaciones enteras sin previo aviso. Les sería imposible reaccionar ante un genocidio tan rápido y eficaz.

Esto hubiera sido imposible sin internet. Contaba con co-conspiradores por todo EE.UU., Australia y Eslovenia. Creamos una web internacional con materiales de apoyo y documentos que mostraban cómo las fuerzas armadas estadounidenses estaban implicadas en tan abyecto plan. Organicé protestas en las calles de Nueva York y Brisbane (Australia), y lancé notas de prensa por correo tanto electrónico como ordinario a las agencias de prensa de todo el mundo.

Final Curtain (El Telón Final), de 1998, consistía en una parodia de la industria funeraria, y dependía fuertemente de internet. Con el objeto de promover un parque temático funerario, publiqué anuncios en diversos medios, en los que se leía: “¿La muerte te da bajón? Por fin hay una alternativa: www.finalcurtain.com”. Cuando un medio contactaba con nosotros para hablar con alguno de los miembros del equipo que aparecían en la página web, yo los interpretaba a todos. Mis co-conspiradores, quienes me ayudaron a diseñar el parque, el modelo de negocio concebido como franquicia, la página web y sus propios monumentos para el parque, estaban en Francia, Nueva York, Seattle, California, Hawái, etc., por lo que el correo electrónico era fundamental.

Mapa de las instalaciones lúdico-funerarias propuestas en Final Curtain.

En el mundo en que vivimos necesitamos cuestionar todo aquello que vemos y escuchamos. Entonces, ¿cómo hace un artista multimedia que desea utilizar internet para hacer una crítica social si quiere diferenciar su mensaje del de los políticos que promueven la desinformación con objetivos partidistas, o del de los estafadores que solo quieren ganar dinero? Desde luego, es muy difícil, pero siento que tengo la obligación con el público de establecer unas fronteras claras.

En teoría, internet ha democratizado el mundo por haber incorporado a más gente al debate global. Pero no es solo una herramienta, sino que también se ha convertido en un arma. Me he acordado de un breve poema surrealista de Jacques Prévert: It Droppeth as the Gentle Rain (Cual la blanda lluvia que del cielo baja). Trata de un ballet en el cual cae mierda del cielo mientras los bailarines han de moverse subidos sobre zancos. Eso es lo que internet parece ahora. Nos hundimos en la mierda.

 HV: En tu página web, donde recoges todas las acciones que has realizado, distingues tres etapas para todas ellas, el “anzuelo”, el “sedal” y la “plomada”. En algunas de tus acciones más antiguas documentas cómo los medios de comunicación reconocieron, tras el desmentido, haberse equivocado, pero con el paso de los años esta parece una práctica cada vez menos frecuente. ¿Son los medios de comunicación hoy más malintencionados que antes? ¿O hemos llegado a un punto en el que los medios no sienten la necesidad de desmentir un error informativo porque damos por hecho que un porcentaje de la cobertura mediática siempre va a ser falsa?

 JS: En mis bromas con los medios, el “anzuelo” es el concepto que deseo lanzar al mundo. El “sedal” consiste en el seguimiento de la historia, y muestra cómo informaron de ella los medios. La “plomada” es el exposé que revela por qué lo hice y cómo lo cubrieron los medios.

La última parte es la más importante para mí, porque me brinda la oportunidad de explicar mis intenciones y mostrar qué ocurrió. Es también la parte más difícil, porque aunque los medios teóricamente tienen la obligación ética de corregir sus errores, prefieren no hacerlo. Cuando el público pone en cuestión su credibilidad, corren el riesgo de volverse irrelevantes. Por eso, las rectificaciones siempre están escondidas, si es que se producen. Muy rara vez hacen autocrítica, y además suelen excusarse mencionando a otras publicaciones que también se han tragado el engaño, como si eso le restara gravedad a la farsa.

Pero no todas mis acciones consisten en bulos. En vez de eso, a veces hago obras de arte o performances callejeras con ironía o humor para transmitir una idea, por lo que no siempre es necesario que los medios se retracten.

Mis Fish Condos (Apartamentos para peces), por ejemplo, consisten en peceras satíricas. En ellas represento comedores, dormitorios, baños y cocinas diseñadas para pececillos que quieren ascender en la escala social. Dado que estamos destruyendo el planeta al contaminar el aire, la tierra y los océanos, los peces pronto necesitarán mejores hogares. El concepto tuvo éxito en todo el mundo. No era una burla, sino una ilustración satírica plasmada en forma de escultura acuática funcional que sorprendía a la gente y la hacía reír. El hecho de que estemos destruyendo el planeta era el mensaje subyacente que esperaba que calara.

Uno de los apartamentos para peces.

El Circo Tiny Top y su Bigfoot fue una performance consistente en teatro callejero puro y duro. Se centraba en la captura del Bigfoot y su huida por la ciudad de Nueva York. No pretendía sino burlarme de quienes creen en esta criatura, en el yeti, en el monstruo del lago Ness o en cualquier otra de estas fantasías que tantos consideran sagradas.

Integrantes del circo Tiny Top.

HV: ¿No resulta frustrante que siempre haya gente dispuesta a creer los engaños más disparatados en lugar de cuestionar primero la veracidad de cosas que les parecen extrañas o indignantes? ¿En qué medida crees que depende el éxito de estos engaños de los medios de comunicación y en qué medida depende de la voluntad de creer del público que los recibe?

JS: La distinción que suele hacerse entre el público y los medios es en parte una falsa narrativa. Los medios no representan ninguna especie de fenómeno mágico, sino que son un mero grupo de personas que se ciñen a los objetivos de las empresas a las que pertenecen, y solo hacen su trabajo.

Y la gente no solo tiende a tragarse bulos, sino toda clase de propaganda y desinformación. No es difícil que te creas algo que te han presentado como un hecho incuestionable. La gente desea creer en algo, así que suspende el análisis crítico para seguir con sus ilusiones.

Todos somos deliberadamente adoctrinados por nuestros padres y por la sociedad. Nos enseñan a creer en Papá Noel, en el Ratoncito Pérez y en los milagros religiosos. Además de vivir en un mundo fantástico, vivimos en un mundo fantasioso. Hay poca distancia entre esto y creer en cualquier bulo, porque deseamos que nos informen sobre nuevos descubrimientos científicos o sobre personas que hacen cosas extravagantes.

Joey Skaggs como Bigfoot.

El hecho de que los medios apenas pongan nada de su parte para investigar mis descabelladas historias no debería sorprender a nadie. Todas mis acciones tienen un punto de plausibilidad, los periodistas trabajan bajo presión y el material que les ofrezco es muy jugoso. Mi documentación refleja la frecuencia con la que los periodistas abandonan el escepticismo que debería ser propio de su profesión para hacerse con una buena historia y así tener contentos a sus jefes, por más que haya muchos indicios de que se encuentran ante una patraña.

En esencia, los medios le dan a la gente lo que esta quiere escuchar, y mientras tanto le venden algo. Son un gran negocio. No solo informan, sino que manipulan y controlan: cuando influyes, vendes. Y quieren que votes a un partido determinado, que des dinero a sus patrocinadores, y maximizar sus beneficios.

En resumen, es muy difícil descubrir la verdad, tanto para los medios como para su audiencia.

HV: ¿Te has autocensurado alguna vez? Es decir, ¿ha habido algún proyecto o idea que hayas abortado por sus posibles consecuencias o implicaciones morales?

JS: Me censuro constantemente. Es parte del proceso necesario para llegar a una idea que sea viable. En los años 60, decidí crear un nuevo movimiento artístico, al que llamé Bowel Movement (Movimiento Intestinal). Mi primera pieza se iba a llamar Obstruction (Obstrucción). Consistiría en subir una ñorda o un tampón gigante en la parte de atrás de una camioneta y entrar con ella en uno de los túneles de Nueva York. A la mitad del túnel, con la ayuda de algunos amigos, bajaríamos la carga. Habría un equipo con cámaras en las dos entradas del túnel para documentar lo que pasara cuando el tráfico empezase a retroceder y llegaran los vehículos de emergencia a retirar el objeto del túnel. Esto sin duda saldría en las noticias. Pero, ¿y si se producía un incendio dentro del túnel mientras yo creaba este atasco, o alguien sufría un infarto y moría?

Me di cuenta de que mis acciones podían tener graves consecuencias. No quería poner en peligro a otras personas. No quería causar ningún daño. Una cosa es causar una pequeña molestia o avergonzar a la gente; causar daño físico o la muerte, otra muy distinta.

También por aquellas fechas, le hice una jugarreta a mi amigo el dramaturgo Sam Shepard. Fue una locura que, viéndolo a toro pasado, no debería haber hecho. Pero me pareció tan gracioso que no pude resistirme. Escribí sobre ello en 2013 para el HuffPost. El artículo se titulaba Lucky Loser: My Aborted Attempt to Kidnap Sam Shepard (Un perdedor con suerte: mi intento frustrado de secuestrar a Sam Shepard).

Otro proyecto que abandoné hace unos diez años empezó siendo una farsa, pero solo en su lanzamiento. Pensé que después el concepto cobraría vida por sí solo. Era fundamentalmente un comentario sobre un aspecto de la vida y de las interacciones humanas sobre el que no nos gusta pensar, pero al que todos debemos enfrentarnos. Era un servicio online de citas para enfermos terminales. Lo llamé Til Death Do Us Part (Hasta que la muerte nos separe).

Me había sorprendido la proliferación de páginas de citas que satisfacían cualquier aspecto que pueda interesar o atraer a los humanos, a excepción de uno: la realidad última de la vida, que es la muerte. ¿Qué pueden hacer las personas que padecen una enfermedad terminal para satisfacer sus necesidades, fantasías y deseos?

A diferencia de mi farsa Final Curtain, que se dirigía al sector de los servicios funerarios, este proyecto apelaba directamente a cómo cada uno de nosotros lidia con su propia muerte. No tenía ni idea de qué reflexiones, acciones, controversias o conversaciones provocaría esta pieza, y era precisamente esto lo que la hacía más estimulante.

Creé una página web de citas y les pedí a algunos amigos que hicieran perfiles falsos con biografías y fotos, fingiendo ser enfermos terminales, y que dijeran estar buscando compañía y relaciones sexuales. Ya que ambas partes estaban desahuciadas, no había restricciones ni normas, así que los usuarios pensarían: “qué cojones, ¿por qué no ir a por todas?”.

El plan era atraer a personas que realmente fuesen enfermos terminales para reemplazar a los perfiles falsos. Al principio funcionó, pero empecé a sentirme asqueado cuando me di cuenta de que la mayoría de usuarios “reales” parecían ser o estafadores que pretendían timar a los participantes, o periodistas fingiendo ser enfermos terminales. Los numerosos periodistas que me contactaron directamente solo estaban interesados en el enfoque sexual del servicio de citas. ¿Qué hay más jugoso que un reportaje sobre gente moribunda, ya sea joven o vieja, en busca de un polvo?

No me sentía a gusto con la forma en la que estaba funcionando. No quería perjudicar a víctimas inocentes que no sospechaban nada. No quería sentir que estaba explotando las miserias de otras personas. Así que eché el cierre y les envié una carta a mis co-conspiradores explicándoles el porqué.

Cuando hice de párroco en mi farsa Portofess (Confesódromo), me preparé leyendo textos católicos para aprender cómo se guía una confesión. También me hice ordenar obispo a través del servicio por correo que ofrece la Universal Life Church. Las personas que hacían cola para confesar el día del evento eran todas amigos actores, pero la gente “real” también quería confesarse. Hice todo lo que pude para dejar a estos últimos fuera. A algunos les dije: “Lo lamento, pero tengo una cita con Ted Kennedy, vuelva dentro de media hora”. No obstante, no pude detenerlos a todos. Una persona entró y me confesó haber matado a alguien. Inmediatamente tuve que decidir qué hacer. ¿Creerle? ¿Decirle que no soy un sacerdote y que lo que estaba haciendo era una sátira, arriesgándome a que se cabreara y me pegase un tiro? Le dije que su confesión entrañaba algo muy grave, y que debía pedir el perdón de Dios y no hacerlo nunca más. Más tarde hablé con un policía, que me dijo que no había nada que ellos hubieran podido o querido hacer al respecto.

HV: ¿Tienes algún decálogo o código moral que apliques a tu obra? De haberlo, ¿ha cambiado a lo largo de los años, según se haya modificado tu visión del mundo?

JS: Siempre me he regido por un código ético muy estricto, y mi compromiso con la forma de mi arte nunca ha flaqueado. Desde el principio estuvo claro que estaba adentrándome en territorio inexplorado, desafiando normas artísticas. Tenía mis propias reglas, que consistían en no timar a la gente para lucrarme, no hacer daño a nadie de forma intencionada, y no destruir la propiedad ajena. No me importaba ofender a la gente. De hecho, mi intención era ofender a la gente.

Me enfurecían (y me siguen enfureciendo) las injusticias sociales, el racismo, el dogmatismo religioso y el poder mal ejercido. Como oveja negra de la familia, he irritado a mis padres y hermanos, a sus amigos y a completos desconocidos con mis convicciones. Me oponía firmemente a la guerra de Vietnam cuando no era popular hacerlo. Mi padre estuvo en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial y mis dos hermanos durante la época de Vietnam.

Mi obra en aquella época era extremadamente controvertida. En Semana Santa, durante cuatro años consecutivos desde 1966, arrastré mi Crucifixion, una escultura a tamaño real de un cadáver descompuesto, con los genitales a la vista, clavado en una cruz de madera, por las calles de Nueva York. En 1969, la llevé por la Quinta Avenida hasta la Catedral de San Patricio, en mitad del tradicionalmente festivo y colorido desfile de Pascua. El día de Navidad de 1968, construí un portal de Belén vietnamita en Central Park, e intenté quemarlo como protesta contra la guerra en Vietnam. El 4 de julio de 1969, el Día de la Independencia de EE.UU., hice desfilar por las calles varias Estatuas de la Libertad grotescas, que sostenían cadáveres desmembrados de bebés.

Crucifixion, en las calles de Nueva York.

Cuando vi cómo los medios respondían a estas acciones con reportajes despectivos, a menudo hostiles y trufados de imprecisiones, me di cuenta del increíble poder que tienen los medios para moldear la opinión pública. Fue entonces cuando tomé la decisión consciente de usar los medios de comunicación como soporte y de desarrollar mi arte de manera que pudiese comunicarme con tantas personas como pudiera. Quería hacer visible para el mayor número de espectadores la cara oculta de los medios, señalando sus puntos débiles y sus defectos. Impliqué a otros artistas, actores y amigos que compartían mi forma de pensar. Me prometí que siempre revelaría la verdad y explicaría mis motivos después de haber atraído la atención de los medios, porque sé que no puedo fiarme de sus interpretaciones.

Nunca ha sido fácil. No había cursos universitarios sobre activismo creativo, acciones artísticas conceptuales o culture-jamming. No había subvenciones. No había galerías que estuvieran dispuestas a exhibir este tipo de obras. Lo que yo estaba haciendo no tenía nombre y ni siquiera se consideraba una forma de arte. Era fundamentalmente efímero. De hecho, en aquellos tiempos los medios a menudo no me atribuían mis propias acciones. Informaban sobre ellas como si fueran simplemente reportajes de casos aislados que ellos sacaban a la luz.

Para ayudar a la gente a comprender lo que estaba haciendo y por qué, escribí un editorial titulado The Art of the Con (El arte del engaño) para una revista llamada Extra! que publica una venerable organización sin ánimo de lucro que se llama Fairness and Accuracy in Reporting (FAIR). El artículo exponía mi modus operandi.

HV: ¿Cómo ves el panorama político estadounidense en la actualidad? Nos parece curioso comprobar cómo las conocidas “guerras de los memes” han sido impulsadas por la alt-right. ¿Consideras que la derecha ha logrado utilizar el humor “incorrecto” en su favor?

JS: En un artículo que escribí para el HuffPost, When Dogs Ruled the World (Cuando los perros dominaban el mundo), expreso lo que estoy seguro que mucha otra gente piensa sobre la política.

Creo que estamos encontrando preocupantes grietas en nuestra democracia. No es que no hayan estado siempre ahí, pero de pronto son mucho más visibles. La hipocresía de la democracia es descaradamente obvia. La gente expresa libremente y a veces de forma violenta su odio hacia quienes no son como ellos. La amabilidad y el consenso son infrecuentes. Y, sí, miembros de la alt-right se han apropiado de técnicas propias del culture-jamming para respaldar su agenda política. Pero no veo que la derecha use el humor. Para mí sus ideas no tienen ninguna gracia.

HV: ¿Existe un culture jamming de derechas? ¿Podrías mencionar alguna acción o performance cuyas directrices ideológicas no compartas, pero que admites por su audacia o ingenio?

JS: La derecha parece estar usando cada vez más técnicas subversivas como deep fakes, documentales falsos, grabaciones falseadas y mentiras descaradas. Aprendieron algunas lecciones de los media jammers, pero también aprendieron de Hitler y Goebbels, quienes vivían de acuerdo a la máxima: “Dilo alto y dilo mucho”. Utilizan contenido equívoco, vigilancia secreta e invenciones absolutas para humillar, avergonzar y perpetuar mentiras.

Al contrario que los culture jammers, que utilizan estas técnicas para revelar la verdad, esclarecer o educar, la alt-right está tratando de vendernos argumentos falsos sin la intención de exponer ninguna verdad, cerrar heridas ni acercar a la gente. Está tratando de dividir, convencer y conquistar. Su actitud me parece peligrosa, hostil y muy cínica.

Este es el mundo en el que vivimos hoy. Hay expertos manipuladores por todas partes. Debemos centrarnos en nuestra alfabetización mediática, lo que implica desarrollar un ojo más crítico como consumidores de información, identificando quién está distribuyendo el mensaje y por qué. La clave está en no caer en el hastío. Sí, seamos escépticos; pero sin perder la esperanza.

HV: Tus dos últimas acciones, de 2017 y 2018, aluden directamente a Donald Trump. Si no nos equivocamos, nunca antes habías dirigido ninguna a un presidente o político en concreto. ¿Qué te ha hecho abandonar —si es que la había— esa tónica y a centrarte específicamente en él?

JS: Normalmente no tomo a personas concretas como objetivo; no obstante, desde 1986 organizo un desfile anual de April Fools’  en Nueva York. Cada año hago un llamamiento a políticos, famosos e imbéciles varios que, en virtud de las injurias que hayan cometido durante el año, sean candidatos a coronarse con el codiciado título de Rey de los Idiotas.

En 2004 organicé Bush!  Era un falso desfile pro Bush. Y desde que Trump salió elegido hace tres años, he hecho cuatro acciones anti-Trump. Lo seguiré haciendo mientras ese ventrílocuo atorrante siga en la Casa Blanca. Me entristece muchísimo que se haya convertido en presidente de los Estados Unidos. No solo estoy totalmente en desacuerdo con sus políticas, que me parecen irresponsables, destructivas, avariciosas y con nula visión de futuro, sino que desprecio su carácter. O debería decir su falta del mismo.

Tenemos elecciones dentro de un año. Y me gustaría hacer todo lo que esté en mi mano para persuadir a la gente de que vote en contra de que siga siendo presidente.

HV: Al inicio de tu actividad como media jammer, y en los años 70 y 80, tus acciones parecían estar dirigidas fundamentalmente a hacer una crítica de los medios de comunicación. A día de hoy, cuando la supuesta honestidad de los medios está más que cuestionada, ¿crees que debería seguir poniéndose el foco en exponer a los medios que difunden noticias falsas? ¿O es más importante centrarse en concienciar a la gente de que debe desarrollar estrategias para discernir cuándo los medios informan de forma veraz y cuándo lo hacen con un interés económico o político? (Es decir, ¿debemos seguir librando una batalla contra los medios o hacerlo ahora contra la ingenuidad de la gente?)

JS: Engañar a los medios solo es uno de los elementos en los que me centro. Para mí, el arte consiste en comunicar, y el mayor medio para comunicar son los medios de comunicación. Así que los uso para comunicarme con el público. Mi objetivo son tanto los medios como el público. Durante más de cincuenta años he sido un mensajero que hace sonar la campana para alertar de la exageración, la hipocresía y la injusticia social. La sátira y el humor son mis herramientas para informar, provocar e incentivar el cambio.

Cuando monto una broma para los medios, está a la vista de todo el mundo. Cualquiera que pique tendrá que atenerse a las consecuencias. No tengo como objetivo un medio de comunicación específico. Un imbécil es un imbécil, no importa cuáles sean sus inclinaciones políticas. Si eres un periodista chapucero e irresponsable, no me importa para quién trabajes. En cuanto al público general, soy de la opinión de que la alfabetización mediática debería comenzar a una edad temprana para que los niños sepan diferenciar cuándo están siendo informados de forma rigurosa y cuándo les están dando gato por liebre.

HV: ¿A quiénes consideras tus herederos actuales? Los primeros que nos vienen a la cabeza son The Yes Men. ¿Serías capaz de destacar a alguien del ámbito europeo?

JS: Esa es una pregunta que deberían responder otros artistas y activistas. Espero haber inspirado a algunos de ellos, igual que a mí me ha inspirado el trabajo de otros artistas que me han precedido. Después de haber dado clase en la School of Visual Arts, una escuela de arte en Nueva York, haber hecho presentaciones alrededor del mundo y haber ido de gira con Art of the Prank, el documental sobre mi obra, he podido hablar con una gran variedad de público. Pero no me corresponde a mí decir a quién he inspirado en concreto, de haberlo hecho.

HV: Cada vez con más frecuencia vemos que un mismo hecho de actualidad es interpretado de diferentes formas según qué medio de comunicación informe sobre él, con el resultado de que varias versiones de “la verdad”, confeccionadas para agradar a un público determinado, coexisten en perfecta armonía. En un mundo en el que esta situación parece estar ya normalizada, la labor del media jammer corre el riesgo de pasar totalmente desapercibida, o incluso de contribuir aún más a la desinformación. ¿Cómo piensas que podemos combatir este riesgo? 

JS: Las bromas están en todas partes. La mayoría son inocuas, ególatras o vengativas, y corren el riesgo de sumarse al ruido en lugar de aportar claridad. El riesgo para cualquier artista es —y siempre ha sido— que su premisa no esté bien definida, que no comunique lo que se quiere decir. No quieres que te ignoren, te malinterpreten, te descubran antes de tiempo, te pillen o te metan un pleito. Lo más importante es hacer visible el verdadero significado de tu mensaje. Este es un mundo competitivo en todos los niveles. No hay garantías de que simplemente porque lanzas algo, este algo vaya a funcionar. Tienes que ser listo e imaginativo: estás creando una obra de arte.

Joey Skaggs en una imagen promocional de su farsa “Cathouse for Dogs” (prostíbulo para perros).

Hay un ejercicio que les propongo a mis alumnos. Les pido que piensen en varias formas de abordar el mismo tema. No es tan fácil como parece. Normalmente la gente se conforma con la primera y única idea que se les ocurre. Pero la imaginación es un músculo que debe ejercitarse, y la única forma de hacerlo es usándolo.

Estás concibiendo, escribiendo, dirigiendo, produciendo, actuando, y pensando en disfraces, atrezo y localizaciones. Estás escribiendo notas de prensa y haciendo fotos y vídeos, todo sin salirte de un presupuesto. Este tipo de trabajo —usar la broma como acción artística conceptual— abarca muchas disciplinas artísticas.

Estirar tu imaginación te ayuda a ver un problema desde perspectivas diferentes. Puedes invertir una situación de forma irónica, yuxtaponer algo a la realidad o hacer una acción política directa.

Con mi Hippie Bus Tour to Queens, llevé a unos jipis melenudos, barbudos y con collares en una gira para ver gente normal de los barrios residenciales. Todos llevaban cámaras para hacer fotos a los nativos de Queens. Lo llamé “mi programa de intercambio cultural”.

Con Bad Guys Talent Management Agency, una agencia de talentos especializada en chicos, chicas, niños y perros malos —“malvadas arpías, rudos puertas y sinvergüenzas babosos”— me centré en modelos feos, malos o siniestros en lugar de en personas de belleza típica. Sabía que era una necesidad que había que cubrir.

Con Doody Rudy, invité al público a arrojarle mierda de elefante falsa a un retrato gigante del entonces alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, representado como la Virgen. Esto fue después de que él hubiera intentado cerrar el Museo de Brooklyn por exponer un cuadro de la Virgen pintada con excrementos de elefante, obra de un artista africano. Esta fue una declaración política directa.

HV: ¿En algún momento has temido que tus acciones fueran aprovechadas por personas con intereses ideológicos que no aprobabas?

JS: A lo largo de los años he visto a completos desconocidos atribuirse la autoría de algo que yo he hecho como si lo hubieran concebido ellos mismos. He visto a entidades comerciales, cómicos, series de dibujos animados, y muchos otros, apropiarse de mis ideas. Cuando la gente copia tu trabajo, se supone que hay que tomárselo como una especie de cumplido. Pero cuando este trabajo no se te atribuye, es bastante difícil de digerir.

También se ha dado el caso de gente que ha querido infiltrar sus propios objetivos en mis performances. Cuando esto pasa, corto por lo sano y les digo: “Si quieres hacer eso, vete a hacerlo por tu cuenta”.

Cuando interpreté a JoJo, rey de los gitanos de Nueva York, para mi Gypsy Moth Protest, reclamaba que se cambiara el nombre de la polilla gitana. Argumentaba: “Llamadla la polilla ayatolá, llamadla la polilla Idi Amin, llamadla la polilla Hitler, pero no la polilla gitana. Nosotros los gitanos ya hemos soportado suficientes vejaciones”.

Reuní a un montón de amigos actores vestidos como gitanos estereotípicos, y juntos marchamos delante de la oficina del gobernador de Nueva York en el centro de Manhattan gritando: “¡Cambiad el nombre de la polilla gitana!”.

Uno de los actores, el amigo de un amigo, apareció vistosamente disfrazado de Campanilla gay. Su causa eran los derechos LGTBI. Tuve que pedirle que se marchara, ya que se desviaba totalmente del mensaje. Aunque respaldaba su deseo de igualdad, mi pieza trataba sobre los derechos del pueblo gitano, y no quería que mi mensaje se viera afectado por sus prioridades. Es importante que todo el mundo esté en la misma onda y centrado. De no ser así, el mensaje no queda claro.

HV: ¿Es todavía válido a día de hoy el papel del media jammer? ¿Es necesario que cambie? Y en caso de que así sea, ¿cuál crees que es ahora el mayor reto al que se enfrenta este tipo de crítica social, y cuál debería ser su principal objetivo?

JS: El papel del disidente siempre ha sido y siempre será necesario para la evolución de la sociedad. La desigualdad y la explotación son realidades universales que necesitan ser desafiadas constantemente. Los media jammers, continuando la gran tradición de los bufones de la corte, tienen la oportunidad de evidenciar prejuicios e ideas preconcebidas. Las técnicas para comunicarnos y para contar historias han evolucionado, pero la necesidad de que alguien señale las injusticias sigue siendo la misma.

Ya sea en un régimen dictatorial o en una democracia, todo disidente se arriesga a consecuencias más o menos graves. Como artistas, activistas, jammers, o la denominación que elijamos, nuestro mayor desafío será, como siempre ha sido, plantarle cara al poder y no rendirse nunca.

(Si es usted plurilingüe, aquí puede leer esta entrevista en inglés, y aquí puede aprender más sobre culture jamming).


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