
Hagamos un poco de historia. Ken Livingstone, anterior regidor de la ciudad, había implantado en 2003 el Congestion Charge, una de las primeras medidas anti contaminación del mundo que restringía el tráfico a gran escala en un núcleo urbano. Con ella los automóviles que quisieran entrar al centro de Londres tenían que abonar £5 por día. La medida no estuvo exenta de críticas, por los altos costes de gestión, dificultades de implantación (¡en 2003 aún nos conectábamos a internet con módems de teléfono de 56k!), la discriminación por nivel adquisitivo al cargar la misma cantidad a todo el mundo, y porque, de todos modos, metro y autobús ya estaban colapsados, casi impidiendo de forma efectiva el acceso al centro de la ciudad. Pero eso era un problema sistémico de una urbe que se adentraba en el siglo XXI con una infaestructura del XIX.
En cualquier caso, por encima de sus dificultades, el Congestion Charge fue un caso de éxito que logró transmitir un mensaje: tenemos que ser conscientes de nuestras actuaciones y cómo afectan a las demás personas y al planeta. Y para grabar a fuego ese mensaje, ahí estaban esas £5.

El Congestion Charge fue sufriendo algún ajuste y ampliación a lo largo del tiempo. En 2008 el cargo por entrar ya había subido a £8. Estábamos junto antes del credit crunch y aún nos podíamos permitir hablar de otros asuntos que no fueran economía, empleo y rescate a la banca. El cambio climático era un tema mainstram. La extinción de especies aparecía en la portada de Metro, el periódico gratuito de la ciudad, y el propio alcalde lanzaba mensajes comprometidos con la causa. Además, se despertaba la concienciación social sobre los 4×4, denominados «tractores de Chelsea» . «No te hace falta un motor V8 de 4.8 litros y 360 caballos para llevar a Betsy y John al colegio», rezaba una campaña. «Nunca necesitarás la capacidad de remolcar 3.500kg del Tesco. Siete de cada ocho de vosotros nunca conducirá campo a través. A lo que te enfrentas no es una jungla, es un atasco. No estás conduciento un Sports Utility Vehicle («Vehículo Deportivo Utilitario», un 4×4). Estás conduciendo un Socially Unacceptable Vehicle («Vehículo Socilamente Inaceptable»).»

En febrero de ese año Livinsgtone anunció el último de los cambios al Congestion Charge: a partir de octubre los todoterrenos, bólidos y otros tragagasolinis varios pagrarían £25 diarios. La medida también se balanceaba por el otro lado: los coches híbridos o poco contaminantes quedarían exentos, mientras que la mayoría seguirán pagando £8. De esta manera Livingstone buscaba equilibrar algunas imperfecciones iniciales, gravando más a quienes tienen más poder adquisitivo. De nuevo, la oposición fue contundente. Incluso Porsche demandó al ayuntamiento por esta medida.
Pero las elecciones a la alcaldía de la ciudad estaban fechadas en mayo, y Livinsgtone no renovó los votos. Su cargo lo ocupó Boris Johnson, que daba ciertas esperanzas a las políticas meioambientales porque solía desplazarse en bicicleta. Pero la ilusión duró poco: hizo de la anulación de las nuevas tarifas estandarte de su campaña electoral. También prometía deshacerse de los autobuses articulados, los bendies, que, a diferencia de los de dos pisos (double deckers), facilitaban el acceso de los viajeros al ser de una sola altura y tener tres puertas. El argumento de Johnson para eliminarlos fue que dificultaban el tráfico rodado.

Y, efectivamente, al salir Johnson victorioso, suprimió la medida, de manera similar a la que Almeida ha intentado con el Madrid Central de Manuela Carmena. Johnson le hizo entonces el juego a las grandes fortunas y al lobby automovilístico. Hoy se declara anti-élite liderando el Brexit, una campaña iniciada en 2016, en plena irrupción de las fake news y la desinformación, que pilló a la ciudadanía (y sigue pillando aún a muchas personas) totalmente desarmada, y uno de cuyos principales argumentos falaces es luchar contra los grandes capitales de la city y la subida del precio del alquiler en Londres. No cabe olvidar que el propio Johnson fomentó la burbuja inmobiliaria en la ciudad durante su mandato, creando una legión de rascacielos en el centro de una ciudad que hasta antes de su llegada solo tenía dos.
No podemos esperar, pues, mucho del mandato de Johnson en el Reino Unido. Londres juega en una liga muy difícil, creo que nunca podremos saber la sofisticación de las presiones que se ejercen sobre ella. Cualquier lucha ciudadana en su seno es ejemplarizante, pero mucho más costosa. En Madrid, en cambio, el desmantelamiento de #MadridCentral que pretendía Almeida de la manera bruta que usa el PP ha sido contestado de forma contundente por todos los sectores involucrados. Ha sido tal vez la campaña de activismo más efectiva de la historia. Enhorabuena, Madrid :)
Por cierto, que si el mote de Almeida es «Carapolla», el de Johnson es el no menos jugoso «Clown», que sale hasta en los periódicos :D
#AlmeidaATuCasa
#JohnsonGoHome