La derecha está pisando el acelerador, la izquierda debe pisar el freno

Existe una vieja idea, de que el ritmo de la historia lo marca un tira y afloja entre la izquierda y la derecha, donde la primera tira hacia la expansión de los derechos en esferas cada vez mayores (de los ciudadanos con propiedad a los que no la tienen, luego a las mujeres, los extranjeros, los LGTBI, pronto a los animales, etc.), hacia la generalización progresiva de las condiciones materiales para la libertad e igualdad, y hacia la mayor riqueza colectiva, mientras que la derecha ejerce como contrapeso o freno de estas tendencias. (Aquí hay que exceptuar la tendencia hacia la riqueza colectiva creciente, dado que toda derecha existente, no meramente fantástica, también abrazó plenamente esta idea hace mucho.) Tal idea se compadece bastante bien con ideas relacionadas, como el advenimiento necesario del socialismo, o ideas ilustradas como que la izquierda esencialmente consiste en la progresiva difusión de los ideales de la Revolución Francesa. Ambas descansan en la idea de progreso más o menos necesario en la historia.

El progreso no es necesario. Si este siglo tiene alguna referencia histórica, esa es la de la caída de Roma.

Me aburre un poco discutir estas ideas porque son demasiado absurdas y hace tiempo que casi cualquier climatólogo o ecólogo se reiría de ellas, y con razón. Limitémosnos a observar que el progreso no es necesario y que, si este siglo tiene alguna referencia histórica, esa es la de la caída de Roma. En este contexto, la izquierda puede intentar que no reinen la crueldad o el caos total, pidiendo renunciar a lograr mayor riqueza colectiva, pues esto no hace sino agravar las cosas; y buscar una mucha mayor igualdad, pues sólo esta podría garantizar una dignidad mínima para la gran mayoría; pero no podrá garantizar más libertad, sino más bien al contrario, las libertades de toda clase comenzarán a caer una a una, empezando por las económicas, luego las de movimiento, y muchas otras que las hayan de seguir. Tampoco será posible la extensión de derechos a los animales, ya que las energías renovables jamás podrán absorber el volumen de consumo de energía fósil, y se precisará un retorno a caballos, burros y bueyes como medio de transporte y tracción en una agricultura que ya no podrá usar tractores y otras máquinas.

Los animales, entonces, seguirán siendo instrumentalizados y sometidos a prácticas violentas, en mayor o menor grado. La situación de las mujeres en este contexto es también crítica, a no ser que los trabajos de cuidados sociales y naturales puedan hacerse normalmente, es decir, si no hay un colapso demasiado abrupto. Algo parecido ocurrirá con los migrantes, si no se articula muy pronto una federación global decrecentista de estados, cada cual con un tamaño y una posición específicos y controlados dentro de la ecología global, y unas labores de gestión medioambiental socialmente (globalmente) determinadas.

En general, todo esto dibuja un contexto donde se verifican esas tesis famosas de Benjamin: “Dice Marx que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez se trate de algo completamente distinto. Tal vez sean las revoluciones el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia.” En estos momentos es la derecha la que está pisando el acelerador, y, si el colapso y sus postrimerías vienen dominados por el impulso a la brutalidad y la idolatría que ha sido tradicionalmente característico de este ala política, especialmente en países como España, es probable que la historia siga acelerándose, pero esta vez como colapso. Ello quiere decir que será más rápida la degeneración en un caos donde fortalezas totalitarias se alternen con contextos dominados por la violencia arbitraria, el saqueo, y el dominio de pequeños señores de la guerra y los sin ley. La izquierda, en tal situación, debería pisar el freno. Pero ya no se trata de pisar el freno acerca del futuro que se nos echa encima, como diría Benjamin, pues a eso ya llegamos tarde; sino de pisar el freno en el camino cuesta abajo, que es inminente.


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