Que España es tierra de profetas rigurosísimos es una opinión muy extendida. Aunque la lista tiende a infinito, podemos nombrar ejemplos notables: la bruja Lola, Sandro Rey, el expresidente Zapatero o la excelente película futurista Torrente 5: Operación Eurovegas, a la que algunos ya han comparado con Blade Runner o 2.001: Una odisea en el espacio. Siento sobre mí el peso de la tradición.
El mundo dentro de diez años seguirá siendo un mundo repugnante porque no tendremos ni robots ni coches voladores; como mucho los iPhone ya habrán alcanzado el tamaño de una mesa de billar, pero la gente los seguirá comprando y fingiendo que caben cómodamente en un bolsillo. Pero un iPhone muy grande no puede saciar nuestras ansias de tener un mayordomo robot. Lo que sí que tendremos es un estado federal, porque esa es la senda del progreso, y porque Junqueras está dispuesto a llorar en todos los medios de comunicación hasta que estemos dispuestos a dárselo. Empezaremos como en la Transición: primero las comunidades históricas entonarán el «qué hay de lo mío» (que es como en español se dice «sentido de estado») y posteriormente Susana Díaz (¿os creéis que los andaluces van a dejar de votar a una señora que habla todo el rato como si estuviese dando un pregón de Semana Santa?) dirá que o todos moros o todos cristianos, que en politiqués se dice «igualdad». Esto nos dará grandes alegrías, porque el estado federal de Murcia va a ser algo muy bonito de ver. Por supuesto, la exaltación de la patria chica será obligada, y muy seguramente se instituya el traje regional para uso cotidiano: cirujanas operando vestidas de lagarteranas, estibadores vestidos de corto, profesores dando clase con barretina. En Castilla y en Andalucía dejarán de fabricarse botellas («esta es una tradición extranjera, como Halloween», se dirá) y volverá a usarse el porrón y el botijo como envase homologado (me hace mucha ilusión ver máquinas expendedoras de botijos de Coca Cola). Y todo esto lo contará Buruaga, porque los hombres pasan, pero Buruaga permanece.
Muy seguramente Lara (al que habrán resucitado metiendo su cabeza en un balde con suero y manteca) habrá terminado de fagocitar todos los sellos editoriales de este país, y según su costumbre, reducirá las tiradas de las editoriales sometidas a cinco ejemplares que habrá que conseguir a navajazos (¡cuánto ha hecho la navaja por la historia de España, rediós!). Mientras tanto, los anaqueles se irán forrando de libros de Paulo Coelho (que no morirá nunca, porque no lo quiere ni Dios ni el diablo), Pilar Urbano (que escribirá un best seller contando cómo se acostó con el Rey, con Armada, con Adolfo Suárez y con Tejero y así supo todo eso que ella sabe sobre el 23F) y Javier Sierra, probablemente el mejor prosista en español desde Unamuno. Y usted podrá llorar vestido de chulapo el infausto destino de un presente ridículo. Y sin robots.