Al final, la liberación vino del oeste. De Portugal. Concretamente de Cristiano Ronaldo.
Lo habló con sus compañeros de equipo. Luego con su entrenador. Estuvieron de acuerdo. Se eligió a una comisión, que le expuso la idea al presidente del club. Éste en un principio se mostró reticente, pero acabó accediendo. El presidente lo comentó en privado con otros tres o cuatro homólogos, y al ver que todos tocaban la misma cuerda, se reunieron con la AEFP. Ésta también acabó viendo su necesidad. Y a partir de ese momento ya no hubo vuelta atrás. Ahora todos los clubes debían hacerlo: era ya una cuestión de imposición más que de acuerdo. Pero de hecho fue las dos cosas, y todos los equipos de primera división aceptaron de buena gana. Desparasitarían España. A partir de ahora todos los partidos iban a empatar a cero.
La primera jornada de empates a cero fue recibida como una extraña coincidencia. Durante la segunda los comentaristas, incapaces de sacar jugo a tan aburridos partidos, bramaban contra un juego que otrora fuese la envidia de Europa y del mundo. En la tercera los más avispados ya llenaron sus quinielas con equis, para comprobar después con disgusto que muchos otros también habían sido partícipes de la que creían su brillante idea. Antes de la cuarta, la creciente sucesión de empates ya llenaba las páginas de los periódicos, deportivos o no, y estadistas y eruditos de las más diversas escuelas extendían sobre ellos sus teorías como équidos en descomposición. Ninguno señalaba en la dirección correcta, no obstante, y sólo conseguían exaltar a la población hacia una inminente catarsis revolucionaria. Que, finalmente, llegó tras la quinta jornada. La clase obrera, ahora que por fin estaba liberada, salió sin embargo a paso aunado de los bares, botella en mano, ebria de rabia y frustración. En los estadios los espectadores linchaban a los jugadores. Por las ventanas se escuchaba el desgarrar de camisas y camisetas. A ocho mil kilómetros de distancia, en Preston, Idaho, se oyó el clamor de todo un país que reclamaba de vuelta el descargo de su necedad.