La Nueva Normalidad según Tucídides

Este texto forma parte de la serie de relatos neonormales por entregas que publicaremos de forma aleatoria e impredecible.

Ilustración por O Marqués.

La peste de Atenas, primer gran reto epidemiológico al cual tuvo que enfrentarse la directiva del Partido Socialista Obrero Ateniense (PSOA), el partido más antiguo de la democracia griega y por lo tanto de la democracia en general. Tucídides, periodista de un diario progresista y autor de un famoso libro, no duda de la causa: «los fachas» —afirma en un conocido pasaje—. Se refiere a la derechona montaraz de Esparta, más tarde reivindicada por Le Croix en Francia o VOX en España, partidos que fueron constituidos siguiendo a rajatabla los principios de Quilón de Esparta. «Los fachas hacen incursiones en verano, obligan a los agricultores, afectados por la guerra de precios y ya suficientemente golpeados por la crisis, a hacinarse en Atenas, capital del vicio». Más tarde añade: «como había mucha especulación con la vivienda, se crearon campamentos sin tomas de agua y entonces comenzaron los contagios». El célebre economista de la época, Rallón de Colofón, no estaba de acuerdo con estas últimas afirmaciones y defendió en un libro titulado De la Naturaleza, escrito en hexámetro dactílico, que fueron las políticas proteccionistas de Pericles las que contrajeron la oferta de vivienda, y que la guerra fue causa de los socialistas y su negativa a permitir a los espartanos competir en el libre mercado. Por desgracia, el libro se perdió en Pérgamo y solo tenemos noticias de él por algunas tablillas que conservaron los beduinos saudíes.

En el año 429 a. C. el cuadro sintomático era evidente, y terrible: vómitos, sangre, una fiebre excesiva que hacía imposible al paciente llevar ropa, o tos. Todas ellas constituían un circo de los horrores que, por si fuera poco, vino en una época en la cual no había Internet ni el consuelo de la comparación con otros países mediante la estadística. La soledad de los pacientes y el aislamiento se hicieron tremendamente dolorosos para las familias, pues solo los que desarrollaron inmunidad pudieron dedicarse al cuidado de los enfermos, pero estos eran pocos mientras que los pacientes se multiplicaban exponencialmente. Asimismo, en el Mercadona se habían acabado las existencias de los productos estrella y eso puso tristes a los atenienses, llevando a unos mil al suicidio, según el CIS. Pero el problema que terminó de hundirlo todo fue que la propia directiva política de Pericles se fugó con el dinero (aunque dijeron en los medios que ellos mismos habían muerto a causa de la peste), de tal manera que la ciudad quedó sin liderazgo político claro.

Llegó entonces un joven político, guapo y oportunista, llamado Alcibíades, fulminando a sus adversarios en las elecciones para el cargo de secretario de la Vicesecretaría, primero, y más tarde en las elecciones para portavoz adjunto de secretarios de la Junta de Presidentes, máximo cargo del partido, sin tener en cuenta el honorario de Presidente Eterno, que era siempre para Solón, El Gran Timonel. Mientras Alcibíades gastaba fortunas en orgías, viajes y vicios, promovió una sensación de culpa en la población. «¡Impios!» les gritaba desde la tribuna, «los dioses están enfadados con vosotros». Al final acabó ganando las elecciones tras un interregno conservador, imponiendo a la población unas condiciones durísimas en nombre de la austeridad y las políticas del sentido común. Por suerte, los dioses, en aquella época, eran reales y se aparecían de vez en cuando, así que un célebre tertuliano de la época, Georgio, Erastés Supremo de la Isla de Caliptxo, Isla de las Tentaciones, organizó un debate entre el tal Alcibíades y Zeus. Fue el programa más visto del año en las casas de los afligidos atenienses. El noble ateniense acudió en traje, con una maleta llena de pliegues, papeles y libros encuadernados con piel de camello; incluso se puso unas gafas ridículas de hípster, como para parecer «serio». Por si fuera poco, le dijo a Georgio que le presentara como doctor por la Academia de Esmirna y Honoris Causa por el Centro de Altos Estudios Alejandrinos, lo cual provocó las carcajadas de parte del público, que sabía que la educación del chaval se reducía a hablar de filosofía borracho con su viejo y loco amante, Sócrates (un tipo oscuro). Además, se decía que Alcibíades había copiado su tesis en una academia privada. Por su parte Zeus fue al plató, como acostumbraba, con un look tropical: pantalones chinos blancos, botines texanos con animal print de leopardo, camisa de estampados exóticos abierta por el pecho y, coronando, unas gafas de sol que no se quitaba, decía, para no «fulminar al público como ya hizo con algunas de sus amantes». Acto seguido Zeus provocó con su ira el aplauso del público, que tantas horas de bueno y viejo drama debía al pícaro Dios. El Señor del Trueno y Asesino de Titanes había estado en literalmente todos los culebrones del siglo, desde el rapto de Europa hasta los escarceos con las Musas en el Buda (una discoteca de lujo de esos tiempos). Por si fuera poco, algunos escándalos de corrupción implicaban a la deidad, como la concesión de terrenos a Florentino de Siracusa, que quería construir un estadio de deportes en Atenas-Nor. En fin, todos sabían que Zeus era un golfo, un mafioso y un irresponsable, pero le querían igual, porque por algo era el Padre de Todos los Dioses y Señor de la Muerte, Tan Solo Temeroso de Moiras y Guardián de Asaltos, aquel que siempre estuvo en los momentos difíciles y dio la cara cuando había que darla, en la Transición hacia la democracia y en la lucha contra la banda armada Argos ta Ekklesía, ATE por sus siglas (se trataba de un comando político-militar que defendía la independencia de Argos respecto a Atenas y una lengua que prácticamente no hablaba nadie, el pelasgo, de muy antigua y misteriosa procedencia).

La cosa fue tal que así. Zeus le dijo, o más bien le gritó a Alcibíades:

—¡Mentiroso! ¡Deja de mentir!, ¡yo no tengo nada que ver con esto, magufo, y la humanidad no me ha hecho nada! ¡Además, ahora estoy muy ocupado con otras movidas!

Patiño miró entonces a Alcibíades y comenzó un discurso digno del propio Gorgias, Retórico Ilustrísimo:

—¿Cómo explicas, Zeus, estas imágenes? —Mostrando un mural enorme tallado en piedra.

En las imágenes se podía ver a Zeus con la picha fuera y borracho como una cuba enviando la peste de Atenas a los humanos mientras se partía de risa. A su lado, una exconcursante de un programa sórdido local, Gran Edipo, se desvelaba («a-letheia», como diría Heidegger) en una postura indecente mientras se le caía una tarjeta de crédito llena de cocaína.

Entonces Zeus se levantó solemne y enunció uno de sus más memorables discursos:

—Vale, muy bien. Eso fue así, no lo voy a negar. Quiero decir, no me acuerdo bien, pero si está en un mural, debe ser que es verdad. Pero a ver, vosotros no sois mucho mejores que yo. Miren señore, Alcibíades ha construido una polis en Marbella que da pena verla, y si vais os daréis cuenta de la depravación que supone. Luego nunca ha venido a mi feria y eso… nunca ha probado ese ámbar líquido que fabrico yo y que baja por el gaznate produciendo orgasmo. Alcibíades, eres un cerdo. Ademá, diles, diles cuáles son tus planes. A mí me ha dicho Apolo que vas a llevar a toda esta gente a la ruina, así que bueno, na. Yo qué sé, que sí coño, que yo mandé la peste, pero vamo, que el Arcibiade menudo pájaro.

El público empezó a mostrarse confuso, porque justo en ese momento hubo un apocalipsis, y lo interpretaron como una señal divina.

—Hostia puta —dijo Zeus—, mirad, chavales, yo me tengo que ir echando hostias de aquí eh. Tengo un asunto, era hace media hora y nos hemos liado con esta mierda. Mirad, lo que tenís queacer para curaros de la peste es aislarse un poco en sus casas y no salirse pa lo que no sea indispensable ¿capicci? Pero vamos, que como Atenas siga así nos vamos ya a la mierda, así que mucho cuidado con Alcibíades, que es un hijo puta.

Entonces la turba saltó de la grada y llevó a Alcibíades al tribunal. El juez, elegido ultrarracionalmente mediante el noble sorteo dijo, con gran verdad:

—Miren, Zeus es así, un golfo, ya lo saben, coge una noche y se le va de las manos. Pero bueno, es nuestro Dios y ya está, se le perdona. Pero al Alcibíades no le queremos ver más. —Y mientras la masa arrastraba al funesto noble a las murallas este gritaba: «facinerosos, sois unos facinerosos, me tenéis envidia». Después de aquello, los griegos siguieron los consejos de Zeus y se quedaron en sus casas, sin Internet ni nada ¿eh? Luego la cosa no fue para tanto, porque como estaban en una guerra total con Esparta, trabajo no faltaba, y más después de que muriera tanta gente, así que, si la economía se contrajo en términos absolutos, el ateniense de a pie no lo notó. De hecho, vio subir su salario real a la vez que bajaba el precio del cereal gracias a la excelente cosecha de ese año (la buena de Ceres, sabedora de que Zeus era un golfo, decidió poner su granito en la recuperación del PIB de Atenas).

No obstante, a pesar de unos datos positivos que por sí mismos daban validez al argumento de Pinker, durante el confinamiento y para mantener los servicios básicos, el gobierno del PSOA de Atenas tuvo que pedir un préstamo al Deutsche Bank. Se pagaron las soldadas y los cuidados de los enfermos, sí, pero a un precio altísimo. Cuando la peste se extendió a las otras polis aliadas, los tipos de interés subieron como la espuma y la deuda se hizo impagable. La Unión de la Liga Ateniense por la Reconstrucción Económica (ULARE), institución que se remontaba a la postguerra con los persas, que eran, según decía Pericles, «unos maricas», trató de establecer un rescate económico a aquellas polis que estuviesen peor situadas para pagar la deuda. Evidentemente, el resto de las polis vio el intento de la ULARE de compartir los tipos de interés como una estrategia de Atenas, que no era ni de lejos la potencia peor parada, así que disolvieron la Unión y finamente el país quedó en la bancarrota. Luego llegaron los espartanos y pusieron a los treinta tiranos, y con el paso de los siglos Grecia se convirtió en lo que es hoy, un basurero.

 


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