Este texto forma parte de la serie de relatos neonormales por entregas que publicaremos de forma aleatoria e impredecible.

«Las decisiones más necesarias son las más difíciles de tomar» M.R.
Su mujer está preocupadísima, teme por su salud mental; demasiado estrés, demasiado pensar, demasiada responsabilidad para un solo hombre. El presidente se ha blindado en su despacho desde hace semanas. Más allá de su círculo de confianza y de las personas implicadas en «el proyecto», pocos sospechan qué está haciendo en estos instantes. Mientras la ciudadanía elabora memes, compone coplas y se burla de su persona, el presidente debate consigo mismo si accionar la palanca que arranca el programa de la Nueva Normalidad:
La primera decisión de un presidente del Gobierno suele tenerse por crucial. Pero solo los que pasamos por ello sabemos que llega un punto en el que todo lo anterior da absolutamente igual. Uno aprende que la única decisión relevante es la última.
Un equipo de élite con los mejores físicos, diseñadores, ingenieros, y programadores del país ha trabajado muy duro para llegar hasta aquí. Pero ahora depende solo de mí. Tengo que tomar la decisión. Es mi responsabilidad. ¿Qué hubiera pasado si César no hubiera cruzado el Rubicón? Ahora yo soy César y este es mi momento. Puede que nunca nadie sepa la verdad… Pero tengo que hacerlo por el bien de todos y todas.
Detiene su meditación un instante, mira a la ventana y el cristal le devuelve su propio reflejo. Fija su atención en su propio rostro. Es guapo y se gusta. Pero sabe que él, al igual que todo personaje de este drama, no es más que un conjunto de píxeles.
Y sin embargo… ¡es tan real! ¿Cómo despedirse de todo así como así? Vale que luego nadie recordará nada, porque de hecho serán literalmente otros, y que el diseño de la Nueva Normalidad —pleno empleo, liderazgo, justicia, paz, unión, competitividad, salud, prosperidad, progreso…— es para estar muy orgulloso. Pero…
El presidente ha repasado mil veces la teoría, sobre el papel todo está bajo control, pero sigue teniendo las mismas dudas:
Si le doy a la Palanca, desaparece todo aquello que los españoles han conocido y amado, incluido yo. Si no le doy… no quiero ni pensarlo. Sin embargo, ¿en qué cabeza cabe suplantar esta realidad por otra con un simple palancazo?
El presidente vuelve a repasar todas las premisas y a barajar posibilidades.
La acciono… no la acciono… la acciono… no la acciono… Hay que tener un par. Yo los tengo. Soy un ganador, pero quizá esto sea demasiado incluso para mí.
Ojalá tuviera una máquina de la decisión perfecta que me ayudara a enfrentar este dilema.
Bien lo sabía mi antecesor cuando encargó fabricar máquinas que nos permitieran seguir fabricando máquinas. Hemos logrado traducir la naturaleza del cosmos a código y manipularla; sabemos que el multiverso es computable y que una simulación en otra simulación cabe, ad infinitum. Pero en materia moral… ¡ay! El libre arbitrio de los cojones. Con lo fácil que sería gobernar España en un universo determinista…
El presidente mira fijamente la Palanca. Es un aparato de aspecto mucho más rudimentario de lo que cabría imaginar. Como homenaje a sus ingenieros se ha mantenido hasta hoy con su carcasa original de los años sesenta.
Es irónico que dispongamos de una tecnología capaz de resetear la realidad y cargar una nueva simulación de España y todavía no tengamos una inteligencia artificial mediante la cual tomar decisiones correctas. Tal vez si genero una simulación en la que yo estoy en este mismo punto y tomo la decisión más adecuada… ¡No! es demasiado peligroso, implicaría accionar la Palanca dos veces… además me faltan datos ¡sigo sin saber cuál es la solución!
El presidente se gira dando la espalda a la Palanca. Camina hacia su escritorio, abre uno de los cajones y saca un pequeño cuadro:
Él fue un presidente sabio. ¿Estaré yo a la altura? Cuando tengo dudas miro su retrato y recuerdo sus palabras: «haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda si es que eso es posible, y haré todo lo posible e incluso lo imposible si también lo imposible es posible».
La mecánica cuántica tiene esas cosas. Podemos operar, pero todavía no terminamos de entenderlo. No es tu culpa, me digo. No es tu culpa. Es la naturaleza de la realidad. Estoy seguro de que él también lo hubiera enfocado así. Siempre veló porque fuésemos felices. Y no lo tuvo nada fácil, es cierto. Muchos dudaron cuando intentaba evitar el glitch, y ordenaba ontológicamente el mundo: un vaso es un vaso, un plato es un plato. Pero él nunca tuvo que enfrentar algo tan grave como esto. Ni siquiera yo sospechaba por aquel entonces que el cargo presidencial implicaba la posibilidad de utilizar la Palanca. Ahora que lo veo en retrospectiva, es evidente que a él le estaba pasando factura cuando dijo que a veces lo mejor es no tomar decisiones, y eso en sí, es una decisión. Lo que la gente suele olvidar es la segunda cláusula de esa proposición, la cual le da sentido: «tomar una decisión basada en la incertidumbre es igual a no tomarla». Estar frente a frente con la Palanca, saberse demiurgo del algoritmo-españa, requiere de un temple que no todos los hombres tienen. Él lo tenía. Y a día de hoy agradezco las cosas que me enseñó. Cuando miro su retrato reconozco que ha sido un maestro. Ya me lo dijo cuando me cedió el sillón y me explicó el funcionamiento de la Palanca: «Amigo mío, tienes que saber que esto no es ninguna broma. Es un mecanismo de la democracia que no se debe utilizar a la ligera. La Palanca fue diseñada para accionarse en casos de extraordinaria emergencia. Por suerte yo no tuve que hacerlo…». Sin embargo, me confesó que se vio tentado en un par de ocasiones. Y que todos sus antecesores, llegando hasta el dictador —que fue quien encargó su fabricación—, también estuvieron a punto de pulsar la Palanca en algún momento de su mandato. Ahora que soy yo quien está aquí, me pregunto: ¿por qué no lo hicieron? Es tan fácil como darle a aquí… bajar esto… y pum. Claro que ellos no sabían lo que sabemos hoy. Hemos trabajado muy duro durante meses para esclarecer ciertas variables, prevenir riesgos y mejorar el programa. Aun con todo…
El presidente coge papel y boli. Balbucea mientras escribe:
Cómo se iban a imaginar que…
… articular el mecanismo… implica…
¡No!… Es inútil…
El presidente se deja caer en su sillón; levanta la vista y mira de reojo el reloj atómico en la pared frente a su escritorio:
Tengo mucha presión. Y no tenemos tiempo, no tenemos tiempo. ¿Qué estará tramando la oposición mientras rumio todas estas dudas? No debo salir de aquí sin haber tomado una decisión. A estas alturas ya no puedo confiar en nadie. Ni siquiera en ella. Es difícil, es difícil. Es difícil… Pero no debo sentirme mal por ocultar la verdad. No podrían digerirlo. Un gobernante dispone de mucha información, pero los ciudadanos no van a entender ciertas decisiones —quizá drásticas— cuando todavía no ha ocurrido nada. ¿Cómo decirles a los españoles que la lógica cuántica trabaja con sistemas abiertos en los que la disyunción exclusiva o la negación exclusiva no constituyen límites definitivos? ¡Es paradójico y contraintuitivo! Dicho de otro modo, se refuta mi antiguo teorema de [solo NO es NO (si y solo si «No es NO»)].
Se levanta y camina hacia una pizarra llena de operaciones ininteligibles.
Tengo que terminar de formalizar:
Todos los estados se realizan en infinitos mundos que se bifurcan, todas las posibles historias alternativas y futuras son reales, representando cada una de ellas un mundo actual o universo. El multiverso resulta así compuesto por la superposición cuántica de una infinidad de universos o mundos cuánticos, incomunicados entre sí y cada vez más divergentes…
Si los cálculos del presidente son correctos, en algún mundo posible, ahora mismo el presidente efectivamente debate consigo mismo si accionar o no la palanca que arranca el programa de la Nueva Normalidad.