La polarización cultural no es el problema

 

Más que en lo que la gente dice o afirma apoyar, me preocupa qué es lo que la gente considera un problema, y luego, cómo prioriza la gente los distintos problemas en un discurso o sistema de pensamiento. Por ejemplo: un triunfo del neoliberalismo y una prueba de su hegemonía es que tras su palpable fracaso en 2008 y su consiguiente respuesta reaccionaria, el debate público no ha sido sobre si es necesario otro modelo económico-político (y esto en tiempos de cambio climático rampante, crisis ecológica desastrosa, peak oil, recrudecimiento de la guerra fría, disrupción socio-laboral por la automatización y la IA…). El debate público ha sido en su mayor parte sobre la polarización cultural y política y sobre el populismo, es decir, sobre la emergencia de opciones culturales y políticas que concuerdan (aunque sea en esto exclusivamente) en su impugnación de esta o aquella vertiente del régimen neoliberal.

Es curioso cómo surge este tema en el debate público. Hace tres décadas y media ya, Saskia Sassen hablaba de polarización, pero no cultural ni política, sino socioeconómica, derivada del paso de economías industriales a economías de servicios; a un modelo laboral nuevo apoyado en las telecomunicaciones y los servicios, en la flexibilidad y en la precariedad; de un retroceso del estado, los sindicatos y las redes de seguridad en favor del trabajo informal y la creación de «periferias económicas» en los países y ciudades más ricos. Pero desde hace diez años estamos hablando casi exclusivamente de polarización cultural y política, sin atender a sus causas. Ni cuando el régimen comenzó a colapsar, ni cuando tras su primer colapso las instituciones de gobernanza económica y las derechas promovían recortes salvajes, a los pobres primero, y se acusaba de vagos a los parados, o cuando, por ejemplo, la derecha española validaba el relato europeo sobre que los españoles son vagos, etc.

Yo ya, por aburrimiento, no me siento a hablar con alguien cuya «línea de pensamiento» o preocupación principal es si Cataluña se independiza, o si la sociedad está culturalmente polarizada, o si las dos Españas, o si internet nos divide y nos convierte en censores.

Y me pregunto, ¿en todas estas décadas, cuándo han puesto los centristas en la mesa la cuestión de si se estaba incitando a la extrema izquierda o a la polarización cultural o política? La polarización cultural o política sólo se ha planteado como un datum primitivo, o bien como la consecuencia necesaria de la emergencia de opciones de izquierda no radicales, pero sí menos sistémicas de lo ordinario. La mayoría de veces, entonces, el debate ha servido para aducir, o implicar, que la extrema derecha es una reacción a los desvaríos de la izquierda, por ejemplo, del feminismo o del marxismo. Y esto cuando los regímenes marxistas llevan 30 años derrotados como alternativa real del sistema, desde la caída de la URSS. La lógica es, si la izquierda fuese demócrata y moderada, es decir si cumpliese con los preceptos whatever (como si la izquierda hubiese hecho un carajo en los últimos 50 años) entonces no tendríamos a los locos estos de extrema derecha que no nos gustan. Queremos ser buenos, pero los excesos de izquierda producen esta maldad de derechas y ahora tenemos que tener en cuenta sus demandas por vuestra culpa.

Subvertir este relato y su necedad (más que este relato: esta elección o priorización de los problemas) es también pelear la hegemonía. Lamentablemente, es difícil, porque la ideología y la actitud vital están menos dominadas por el contenido de los pensamientos que por la elección y concatenación de preocupaciones, es decir, por la elección y priorización de problemas.

Yo ya, por aburrimiento, no me siento a hablar con alguien cuya «línea de pensamiento» o preocupación principal es si Cataluña se independiza, o si la sociedad está culturalmente polarizada, o si las dos Españas, o si internet nos divide y nos convierte en censores. Tristemente, hay gente cuya mente depende efectivamente de los compromisos sociales contraídos al tratar estas cuestiones, o, dicho de otra forma, gente que convirtió su pensamiento en una línea editorial cuyas variaciones dependen a lo sumo del número de likes y el volumen de citations. Yo soy un realista. Los problemas más acuciantes y más graves no dependen de las preocupaciones de la gente. Dependen de lo que es realmente un desafío o un problema. Como toda mente, tengo obsesiones que organizan mis cuestionamientos y mis ideas. Pero procuro que mi pensamiento organice mis preocupaciones en cierta correspondencia con su gravedad y prioridad real. Y la polarización cultural o la independencia de Cataluña no son nuestros problemas más acuciantes y graves. Participar en tales debates, aún más, liderarlos, es ya un síntoma de tener la cabeza podrida.


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