La rebelión del precariado

 

Una persona o una clase social aislada de su propio pasado tiene menos libertad para decidir o actuar que una persona o una clase que ha sido capaz de situarse en la historia.
John Berger'Modos de ver' (1972)

Por doquier se habla de precariedad laboral y económica. No es de extrañar, porque en torno al dinero y el Estabilidad gira la sociología mesetaria, expresada en los términos gerontócratas de «Juanitx se ha colocado bien», «Pepitx no logra colocarse», y el resto de sus variantes.

Por muy repetida que sea, no nos satisface esta definición de precariedad. Es natural quejarse de inestabilidad laboral, pero no podemos hablar de precariedad económica cuando en la España de 2018 muy poca gente sufre las privaciones de la España de 1968, dando al traste con la idea absurda de que somos la primera generación que va a tenerlo peor que nuestros padres. ¡Pero si nuestros padres pasaron hambre! No ahondaremos en esta cuestión, que ya analizamos profusamente en aquí.

No tendría inconveniente en hacer cifuentadas en El Corte Inglés, porque los horribles atuendos de sus dependientas no pueden someterme a ninguna autoridad.

Hoy en día, en cambio, las clases económicas se desvanecen en pos de las culturales. Entonces la verdadera precariedad sería la cultural: una gran masa de personas desposeídas de forma permanente de conocimientos históricos, políticos, medioambientales, estéticos, etc. suficientes para tomar decisiones, ya sean de consumo, de voto, de indumentaria o cualquier otra cosa. Este «precariado cultural» tiene los medios de conocimiento a su alcance, pero no los usa por falta de interés. Si esta falta de interés está auspiciada por la plutocracia es tema de estudio aparte; en cualquier caso sus consecuencias son graves: espíritu crítico mal dirigido (insistiendo en una vuelta al pasado en lugar de continuar el viaje hacia el futuro), encaminamiento hacia el colapso ecológico, dificultad para abstraerse de la realidad material y vislumbrar un marco global sin caer en teorías conspiracionistas, ausencia de cuestionamiento de las propias convicciones, grotescas elecciones estéticas, etc.

Solo una persona embrutecida elegiría un edificio como el de la foto para vivir.

No puedo dejar de insistir en la importancia de la estética en este asunto. La indumentaria, por ejemplo, no es cuestión baladí, primero porque en ella depositamos nuestros sueños de pertenencia al grupo, y a través de ella nos presentamos al mundo como personas pudientes, intelectuales, chonis, macarras o lo que sea. Por otra parte, ¿se imaginan cómo tiene que socavar la moral de las personas que trabajan en las taquillas del metro de Madrid llevar ese atuendo cada día? Tal vez tengan estabilidad laboral, pero tienen precariedad estética, y no sé que es peor. O las dependientas de El Corte Inglés. A mí me interesan pocas cosas de las que venden esos grandes almacenes, pero no tendría inconveniente en hacer una cifuentada con ellas: unas personas tan mal vestidas como sus dependientas no pueden someterme a ninguna autoridad, al igual que unos representantes políticos mal vestidos no serían votados por nadie.

A nadie con un mínimo criterio estético le gusta que los coches inunden la ciudad y les «precaricen» tres sentidos a la vez

Esto puede parecer gracioso o intrascendente, pero es totalmente serio. Es un claro síntoma de fallos sistémicos graves, porque no hay ética sin estética. Y aquí, en cultivar un gusto estético, es donde puede estar la solución. Por ejemplo, a nadie con un mínimo criterio estético le gusta que los coches inunden la ciudad y les «precaricen» tres sentidos a la vez: la vista, el oido y el olfato (e incluso el tacto en verano, cuando los automóviles suben la temperatura varios grados). Tampoco vivir en los grotescos barrios de la burbuja inmobiliaria, con edificios carentes de adornos donde reposar la vista (y tras ella la imaginación) y calles rectilíneas y monótonas dispuestas para la velocidad de los coches e inhabilitadas para el paseo. ¿Se dan cuenta la precariedad estética y vital al que van a someter a sus retoños, obligándoles a crecer en ese ambiente? O el más claro ejemplo: el modelo de consumo de moda occidental. Aparte de consideraciones sobre su producción barata, rápida y en condiciones infrahumanas de sobra conocidas, tal vez ir a la moda sea el acto de precariedad más grande que pueda existir: la ropa que una persona se compra hoy será totalmente inútil en unos meses. Con un criterio estético más formado, quizás la masa precaria no caería en las garras de Primark o Desigual y pudiera vestir con prendas atemporales, que suelen coincidir con las más armoniosas.

Si ello ocurriese, el resto del planeta no tendría que soportar sus atuendos efímeros. Tras ellos, en inevitable pendiente resbaladiza, la música malísima en las celebraciones de público generalista, ni convivir con construcciones bochornosas, ni los odiosos automóviles, etc. Porque soportar todas esas cosas es la verdadera precariedad, y nadie escapará de ella mientras el Pueblo no esté dotado de un mínimo gusto estético.


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