En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.
Los surrealistas querían dar voz a obreros y campesinos. Los situacionistas querían un Pueblo actor. El punk empoderó a las masas por primera vez cambiando intelectualidad por melodías pegadizas y promoviendo la cultura del “hazlo tú mismo”. Los culture jammers contaminaron el mensaje en su proceso de transmisión. De haber existido en su época, internet les habría brindado todo lo que deseaban: una herramienta barata, sencilla de usar, ágil y útil para que todo el mundo pudiera ser emisor e incluso jammer. ¿Pero sabían lo que el Pueblo realmente quería expresar?
Como soñaba Mark Dery en el manifiesto jammer, cada persona tiene hoy no uno sino varios nódulos desde los que publicar. Son, efectivamente, las redes sociales. Estos “nódulos” representan el sueño de los movimientos que hemos estudiado. Los situacionistas aspiraban a romper el binomio espectáculo-activo / público-pasivo, de manera que el Pueblo “construyese situaciones” y fuese actor de su propia vida. Y, efectivamente, el Pueblo es ahora actor y elige construir situaciones semejantes a las del espectáculo, pero en su versión popular. Son hechos cotidianos, selfies en las que posamos como modelos o imágenes sujetando la torre de Pisa con las que demostramos al mundo nuestro estatus clasemediano. Con estos “nódulos” nos apropiamos de internet, pero no lo convertimos en el canal de denuncia que esperaban los jammers, sino en una evolución de la sociedad del espectáculo: la sociedad del microespectáculo. Dery cita en su manifiesto al profesor Mark Crispin Miller: “Todo el mundo ve la televisión, pero a nadie realmente le gusta”. Hoy dudamos de la segunda parte de esa frase: como público, efectivamente, disfrutábamos de las producciones televisivas hasta el punto de imitarlas en cuanto se nos ha dado ocasión.
Podríamos dividir la sociedad del microespectáculo en tres vertientes: personal, mercantil y política. Todas ellas suponen una vacuna contra la revolución, como lo fue la escritura automática surrealista derivada en brainstorming, como lamentaban los situacionistas en 1958, según vimos en el capítulo El gran degradador.
En primer lugar, la vertiente personal hace referencia a los nuevos ídolos de masas surgidos en la cultura de internet, los influencers: personas corrientes que ganan popularidad narrando su propia vida en directo. El Pueblo los jalea porque, ahora más que nunca, estas personas sí le representan. El influencer es un clasemediano que da su propia imagen en microespectáculo, a imitación de las presentadoras de televisión, pero sin otro beneficio que quedar “atrapado en una reconstrucción neurótica de su persona digital”, según la crítica e investigadora de comunicación en internet Virginia Lázaro Villa. Esta vertiente inmuniza a la ciudadanía contra un discurso más elaborado, manteniéndola inmersa en una sobreinformación de pequeñeces diarias.
D.C. es un joven franquista que se define a sí mismo como youtuber, novelista y analista político. Su canal de Youtube reúne cortos, gameplays, traps, discursos que simulan ser en el Congreso, impersonaciones o visitas a diversos lugares rurales o abandonados: es un showman de la sociedad del microespectáculo.

En forma con… Agente M.
La vertiente mercantil del microespectáculo acerca al Pueblo a los próceres del capitalismo en una relación de tú a tú. Las empresas ya no son esos entes abstractos que te ponen un anuncio en la tele y te tratan de usted, sino que puedes hablar con ellas en persona, entienden tus problemas, no critican si hablas en post-español, te dan las gracias o se disculpan con efusividad y te ponen emojis sonrientes. A través de Facebook, Twitter o Instagram puedes pedir más objetos con botones luminosos y colores vibrantes, o bien quejarte de una mala praxis, sin ni siquiera tener que comenzar con “muy señores míos”. Al igual que con el brainstorming en 1958, las consumidoras se sienten escuchadas, y ello se está convirtiendo rápidamente en una vacuna contra el virus anticonsumista.
Para abordar la tercera vertiente, la política, antes tenemos que hablar del mecanismo por el que la información se distribuye en internet: el Algoritmo. Con las redes sociales el Pueblo mantiene la ilusión de que “elige” y “comunica”, pero aun cuando eso es cierto el alcance de estas acciones lo decide una máquina que no sabemos muy bien cómo opera. Como reflexiona James Doppelgänger en Vara y Endrinas:
El clasemediano común que entra en contacto con la inteligencia artificial está desprovisto de cualquier conocimiento o receptividad crítica hacia el uso de estas tecnologías. El machine learning o “autoaprendizaje” tiene su propio modo de razonamiento, y hay muy pocas personas que puedan intuirlo y por tanto estar prevenidas ante lo que se pueda derivar de él. La mayoría de la gente, en todo caso, ha aprendido a usarlas para su provecho, por ejemplo en las recomendaciones tras una compra. Así se beneficia de él, pero como un consumidor totalmente pasivo, como lo hacía el comprador tradicional de la sociedad de masas que aprendía a captar cuándo Matías Prats arqueaba una ceja ante un producto determinado y eso significaba que este producto es bueno para él. (...)
En internet las elecciones del usuario le van conduciendo por un callejón cada vez más oscuro, en el cual se va definiendo más la pureza de sí mismo hasta algo ultraespecífico, hasta encontrar su propio “yo”. La única novedad es que la brutalidad, la falta de competencia y de conocimiento humanos, y su indigencia social y su tendencia a la servidumbre y al seguidismo, adquieren una nueva forma que se invisibiliza bajo la apariencia de que el usuario está haciendo sus propias elecciones, e incluso está modificando el propio mecanismo del machine learning. Pero esto es obviamente falso, porque estos algoritmos están construidos con el apoyo de teorías científicas elaboradas, como el marketing y la economía conductual, con el fin de incitar al usuario a actuar ofreciéndole determinados estímulos.
Doppelgänger está hablando de la burbuja de filtro o cámara de eco, algo que el propio Bill Gates ha calificado como “un problema más grande de lo que habría esperado”.
No debemos olvidar que el Algoritmo de Facebook, de Google o de cualquier otra plataforma tiene como objetivo último maximizar el beneficio de estas compañías. Ello pasa por no producir disonancia cognitiva en el usuario, es decir, no violentarlo con ideas o emociones que entren en conflicto con sus creencias. Esto refuerza positivamente su conducta, creando la ilusión de corrección y de pertenencia a “los buenos”. Los mensajes que emite el Pueblo apenas tienen repercusión en un círculo cerrado de gente con una perspectiva del mundo similar, pero nos hacen figurarnos que tenemos amplia capacidad comunicativa. Todo el mundo puede hablar, pero no ya un editor con motivos ideológicos, sino una máquina al servicio de los intereses empresariales de un e-business, decide a quién le llega esa opinión. No es una censura en negativo, sino en positivo: promueve de manera personalizada lo que cada clasemediano quiere oir.
El paso de la sociedad del espectáculo a la sociedad delmicroespectáculo. Una culture jammer anónima versiona en el salón de su casa un éxito de Operación Triunfo, la canción Teléfono de Aitana.
Toño Córcoles, el transportista youtuber que triunfa entre peperos
Es la última gran vacuna antiideológica. El resto de ideas están ahí, accesibles, pero escondidas tras el Algoritmo, enterradas bajo capas de sobreinformación, encerradas en la caja de la disonancia cognitiva y candadas bajo el esfuerzo necesario para empezarlas a buscar. Cuatro barreras que el clasemediano común jamás atravesará.
Aun así, podemos decir que esta nueva incursión del capitalismo en los mensajes que emitimos es positiva, porque cuando el mensaje trasciende de nuestro círculo y entra en contacto con personas de posiciones contrarias se producen descarnados linchamientos. Y al revés, cuando un elemento extraño se introduce en una de esas burbujas es severamente castigado. Las burbujas de filtro generan en internet estrictas estructuras de poder a pequeña escala: pequeños espacios de pensamiento único donde todo el mundo está en posesión de la verdad absoluta. En la sociedad del microespectáculo el discurso no emana de una élite, sino que está severamente fragmentado, y es más revolucionario hacerse monja que punki si estás en el círculo equivocado. La censura es mucho más dura: se ejerce de ciudadano a ciudadano, por lo que es mucho más escrutadora, y no hay buromundo que mitigue la ira. Y es mucho peor que te llamen “machirulo” a recibir un porrazo.
Las burbujas de filtro están, por tanto, protegiendo más bien a unas personas de otras. Las personas no quieren escuchar aquello con lo que no están de acuerdo, sin que necesariamente esas creencias sean vejatorias o malintencionadas, y usan los mecanismos de censura popular que habilitan las redes sociales. Alcanzar el mayor grado posible de libertad de expresión ha permitido al Pueblo pedir la restricción de la libertad de expresión para los demás. Y los medios de comunicación, metidos en la vorágine del like, no hacen más que reforzarlo. Sigue leyendo aquí.
2 ideas sobre “La sociedad del microespectáculo”
¡Qué bonito este artículo!
No había indagado en el youtuber Dani Camara hasta hoy. Oro puro. Y sin meter rollazos.