La Tercera Guerra Mundial será una guerra de guerrillas de la información sin distinción entre población civil y militar.
—Marshall McLuhan
Hoy podemos imaginar el desencanto que tuvieron que suponer las dos primeras guerras mundiales para dadaístas y surrealistas. La razón y la ciencia habían conducido a la humanidad al aniquilamiento colectivo, y los poderes políticos, religiosos y económicos guiaban a un proletariado iletrado a asesinarse masivamente. Pero había malos y buenos, francos y stalins, poderosos y sometidos: había algo por lo que seguir luchando.
Hoy ya estamos inmersas en la Tercera Guerra Mundial que McLuhan advirtió en 1970. Es una desgastante contienda atomizada de todo el mundo contra todo el mundo, a todas horas, sin treguas y sin líderes, donde no hay buenos ni malos sino dogmas excluyentes entre sí. Quien en ella repara cae en la más absoluta desolación, mayor que la que supusieron las dos guerras anteriores, porque el enemigo a combatir hoy no son los nazis: es el Pueblo, que se ha hecho con el control. Ha tomado la voz, y ha demostrado ser más despiadado que Hitler.
Internet nos brindó una fugaz ilusión con el 15M y las primaveras árabes, donde intuíamos el comienzo de una eficaz organización colectiva online. Creímos a Manuel Castells. Pero hoy lo único que se organiza colectivamente es el insulto. Las primaveras árabes fueron engullidas por dictaduras, el 15M por la izquierda moralista del “cuatro patas bien, dos piernas mal”. Internet nos ha brindado la oportunidad de conocer lo que hay en las cabezas ajenas y en la nuestra propia, y ha evidenciado para siempre lo que ya intuíamos: somos los seres embrutecidos y degradantes a los que Breton dirigía el acto surrealista más simple. La razón, como decíamos al principio, no es más que la herramienta para justificar nuestras apetencias.

Pero, a la vez, por fin estamos ante la irracionalidad, aleatoriedad y caos que demandaban dadaístas y situacionistas. Como sugiere Santiago Gerchunoff en Ironía on, ¿por qué tener miedo a “la independencia de la masa, su inasibilidad lógica, su desestructuración interna, su carácter caótico e irracional”? ¿Tienen miedo las élites a que un cualquiera les quite el micrófono que creen estar legitimados para poseer?
Dejémonos fluir con la ultrarrazón: hoy en Occidente el Pueblo elige disfrutar de producciones culturales menores, que en su consumo hace grandes; probarse ropa hecha por mano de obra esclava, que en su uso vuelve icónica; comer trozos de músculos de animales criados en campos de exterminio y codimentarlos sabrosísimamente; comprar iCosas que causan guerras con las que retarse dialécticamente a través del insulto. Hoy en Occidente el Pueblo está informado, tiene estudios superiores, pero con internet está intentando acabar lo que le ha costado siglos conseguir: libertad de expresión, democracia y libertad.
Esta es la gran desilusión ultrarracional, que da al traste con los sueños de los pensadores del siglo XX y todos los movimientos avant-garde; en definitiva, con el pensamiento ilustrado. No podemos recurrir más a las viejas políticas de “liberación del Pueblo”, porque el Pueblo no quiere ser liberado, y si es dejado a su antojo volvería a la brutalidad y al territorialismo, de donde nunca ha salido mentalmente. Por ello, quien diga representar al Pueblo o miente (PP), o es un ingenuo (Podemos), o un bellaco (Vox).
Solo el liberalismo puede representar al Pueblo, porque este no quiere norma ninguna. Y el capitalismo es el fin de la historia: le sienta como anillo al dedo al ser humano. El Pueblo quiere labadora, el capitalismo se la da. El Pueblo quiere espectáculo, el capitalismo se lo da. El Pueblo quiere sentirse importante y diferente, y el capitalismo le da productos que imitan el modelo de consumo de las clases dominantes. El Pueblo siempre quiere más Grasa y el capitalismo la vomita para él. El Pueblo quiere capitalismo, y no hay ninguna manera de evitarlo. No es el capitalismo el que embrutece al Pueblo: es el Pueblo el que embrutece al capitalismo. El gran degradador no es el capitalismo, sino el Pueblo.
Es natural, según aclara James Doppelgänger.
El capitalismo naturaliza las desigualdades a través de las instituciones y, sobre todo, a través de la herencia. Por ello degenera necesariamente en un rentismo cuya base doctrinal es irreal o irracional. Es además un sistema que lleva a la acumulación incondicionada y sin límite de capital vía destrucción de los recursos naturales. Ello lleva al mundo derechito a un colapso ecológico, que dará lugar al imperio de regímenes militares y totalitarios, pues la tarta a repartir se hará cada vez más pequeña. (...)La masa ama la servidumbre, y se entrega a ella con deleite, la necesitan. (...) El capitalismo se sostiene sobre la idea de la dictadura inexpresa de la biología y no tan inexpresa de la cultura y la propaganda. La dictadura cultural es en principio modificable mediante educación, actividad social y leyes: este es el programa de la Ilustración, que a estas alturas tiene más mala pinta que los pollos del Simago. Sin embargo, existe también una dictadura biológica contra la que nada puede un programa ilustrado. Para prevenir las posibles consecuencias catastróficas de la dictadura biológica en algunos individuos y sobre todo en masas de ellos, necesitamos otra cosa.
Necesitamos eugenesia.
Por tanto, si el ultrarracionalismo quiere continuar la senda subversiva que impulsó al surrealismo, tiene que tener un sentido diferente: subvertir al Pueblo. El primer número de la Internationale Situationniste proclama que los situacionistas ejecutarán “la sentencia que el entretenimiento contemporáneo está pronunciando contra sí mismo”. Sesenta años después, los ultrarracionalistas ejecutaremos la sentencia que el Pueblo está pronunciando contra sí mismo.