Aún muchos siguen pensando que la vanguardia se encuentra en la cultura. Por cultura entienden literatura, poesía, música, existencialismo y otras filosofías más o menos humanistas; en suma, las artes. No en vano la idea de vanguardia cuaja con el auge de movimientos artístico-filosóficos de entreguerras del siglo XX como el cubismo, el surrealismo, el primitivismo, dadá y otros movimientos similares. Esta idea heredada de «vanguardia» se desarrolló en oposición dialéctica y en antagonismo al desarrollo de las ciencias e ingenierías durante el siglo XIX, en el marco de un liberalismo centrista triunfante. La vanguardia cultural venía sostenida por la función social de equilibrar mediante el discurso el poder creciente de estas nuevas ciencias e ingenierías.
Pero hoy dicha vanguardia ha perdido todo su sentido, al igual que lo ha perdido la idea tradicional de cultura, en tanto que entendida desde las humanidades y el humanismo. A día de hoy ya no hay nada que equilibrar. Quizás el liberalismo centrista necesitó a las humanidades cuando las tecnociencias todavía estaban emergiendo, pero hoy éstas han triunfado por completo.
Esto nos ha llevado a dos cosas: primero a que las humanidades ya no sean más que una ilusión o un objeto decorativo para el consumo de la clase media más decadente; segundo, que, dentro del liberalismo y el capitalismo pero llevándonos a un nuevo escenario, haya surgido una nueva cultura basada en las tecnociencias, las posibilidades que éstas ofrecen, y los modos particulares de discurso (o más bien seudo-discurso) que éstas originan y permiten. Con este segundo punto estamos hablando del procedimiento burocrático computerizado y coordinado con otros en el seno de un sistema impersonal y transpersonal que integra en sí, progresivamente, cada vez más capas institucionales, como la producción, la vigilancia del trabajo y el consumo, la publicidad, los mercados, la política nacional e internacional.
Transyaya con tapete de macha-ganchillo
e implante doble de ametralladora Browning calibre 50
La industria cultural ya no es la vanguardia ni lo volverá a ser nunca. Es simplemente una de las últimas fuentes de empleo y de movilidad social que quedan. Las otras fuentes son la programación de alto nivel y el trabajo académico, en cuya combinación encontramos la verdadera vanguardia, el transhumanismo, en forma de startup de tecnologías avanzadas como IA, biotecnología, o robótica.
Ya no quedan otros gruesos de empleabilidad en los países desarrollados. Si tomamos el outsourcing de la industria a países con salarios bajos y poca negociación colectiva (donde sí crecen tanto la economía nacional como la clase media) y lo sumamos a la creciente automatización (especialmente donde el trabajo es caro) vemos que lo acaparan todo quienes tienen las mejores condiciones para hacerlo: las clases alta y media-alta. La mayoría de éstos caerán pronto como moscas, empezando, desde luego, por los restos carcomidos de clase media y media-alta.
Hoy al pueblo sólo lo mueve que el saque de honor del Mundial de Brasil
lo haga un parapléjico con exoesqueleto
El pueblo tiene su canon de lo que es la vanguardia. es posible que Mario Vargas Llosa o incluso Jordi Évole sean vanguardia para el pueblo, desde su percepción. Pero la percepción del pueblo no tiene hoy más que una importancia circunstancial y vestigial. A efectos del sistema, gente como Vargas Llosa o Évole no son más que gente de humanidades con un pestazo a roquefort y a Neolítico que flipas. Y otro tanto puede decirse de Cristiano Ronaldo y otros héroes humanos. Nada humano ni de humanidades puede ser vanguardia en un mundo que ha de facto devenido ya post-humano. La cultura hoy se lee en clave de lenguajes impronunciables e incomprensibles, y de eventos semiautónomos y semi-automáticos. ¿Y el ser humano? Ya no importa más que como demanda a satisfacer o como masa desesperada que ocasionalmente puede crear problemas al desenvolvimiento deseable y necesario del sistema.