Alberto Ruiz se encanta. Considera que su vida es realmente encomiable: tiene un trabajo de éxito, gana buenos euros, y es respetado en su comunidad. Muchos incluso le admiran, y Alberto Ruiz se encanta.
De niño visitaba a su abuela con ansiedad. Cuando murió, la reemplazó por una esposa aduladora, pero con quien apenas hace el amor. El sexo en pareja sólo es la herramienta para poblar el mundo de albertitos. Sin embargo, cada mañana, cuando ella abandona el tálamo para ir al trabajo, él se masturba frente al espejo y, tras beber los efluvios de su deseo, se canta una canción de amor. En el trabajo se guglea a cada rato, y siempre tiene un documento de Word abierto donde teclea despistadamente su nombre mientras deja que su imaginación vuele por el reflejo de su cara en la pantalla apagada del móvil. Cuando llega a casa autografía unas cuantas fotos suyas, y se va a la cama intentando percibir su propio olor en las sábanas.
Zeus le cierra los ojos. Sonríe mientras programa la computadora cosmogónica. Ya lo ha preparado: en su último suspiro Alberto Ruiz no verá su vida pasar por delante de él, verá la vida de los otros.
Una idea sobre “LA VIDA DE LOS OTROS”