Propuestas para una mejora ultrarracional de La Gavia

Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y realizar una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc. Consulte aquí los próximos destinos.

Todos los viajeros del Metro que llegan a La Gavia son recibidos con la siguiente advertencia: «No es aquí donde quieres venir

Derivar por La Gran Ciudad es como ir a ver una obra de teatro amena e interesante: las gentes y edificios son actores y actrices, sin embargo, derivar por el Ensanche de Vallecas es como ir a ver Dogville de Lars Von Trier. Nada más llegar, el tabernero nos indica que: «lo mejor de La Gavia es la tranquilidad y sus gentes». Ilusionadas, salimos a conocer al Pueblo y esto es lo que nos encontramos, justo antes del desengaño:

En el entreguerras entre la ilusión y el desengaño, es decir, en el periodo de tres minutos en el que estuvimos enamoradas de La Gavia, el tabernero nos enseña su carta de raciones, que a simple vista nos parece maravillosa: Tortilla con picadillo, tortilla con morcilla, taquitos de merluza o bacalao, huevos rotos con gulas, chuletillas de lechal, mejillón gallego al vapor, setas empanadas, chopitos. Tenían de todo menos pastrami y torreznos, símbolos carnívoros de las dos Españas.

Al salir de la taberna quisimos socializar, hacer amigas nuevas, pero sólo vimos gentes corriendo, sudando, dando vueltas por los descampados de La Gavia en chándal y como pollos sin cabeza, tratando de escapar. Vimos, también, muchos niños y niñas encerrados en carritos de bebés arrastrados por sus progenitores, en la mayoría de las ocasiones, los bebés iban de dos en dos, recién salidos de la clínica de reproducción asistida.

Señalaba El Medievalista que los niños y niñas que viven en La Gavia, aquellos que acuden al colegio Torrevilano y luego van a clases de refuerzo en la academia de enfrente a aprender «Habilidades sociales» crecerán pensando que el mundo es un lugar feo y despoblado, a lo que añadió Anónimo García que lo mejor que se podía ser en La Gavia es invidente. La arquitectura de La Gavia no es espontánea, como la del centro de Madrid, cada vez más peatonal para la desgracia del Pueblo, sino programada alrededor de la autopista M-45.

Tal vez, no tan bien como la del Ecobulevar que, como decíamos la semana pasada, figurarán en los manuales de arquitectura como figura La Unité d’Habitation de Le Courbusier. Nos encontramos, sin embargo, con unos adolescentes de unos 25 años que fumaban hierba y bebían cerveza en un portal. Nos acercamos a charlar con ellos, para su espanto, pues pensaron que éramos de la policía secreta o, peor, buenrollistas de Ahora Madrid. Una vez aclarada nuestra procedencia e intención (turistas queriendo conocer el barrio), uno de los chavales nos describió todas las bondades de la zona: “Aquí en La Gavia hay de todo, está el Mercadona, está el Centro Comercial” incluso se atrevió a señalar el único punto negativo del barrio: “Hay de todo menos estanco. Para ir a comprar pitis tienes que ir a Congosto”.

Seguimos caminando y nos encontramos a la siguiente generación: los señores de cuarentaytantos, nos los encontramos bebiendo una chinolata (la tradicional lata de Mahou de 50 centilitros) en una esquina. Aseguran beberla por costumbre, y no por falta de dinero. Sin embargo, a veces tienen que esconderse pues la policía patrulla continuamente la zona. Nos alejamos y comentamos, entre nosotras, que la policía a quien vigila es, en realidad, a los okupas. ¿Cómo distinguir a un okupa de una ‘persona normal’ en el Ensanche de Vallecas?

En el poema sobre la gentrificación erróneamente atribuido a Bertolt Brecht, que podemos atribuirnos a nosotras directamente pues el copypaste es un estilo literario que inventó William Burroughs a partir de ideas robadas a los dadaístas, se pone de manifiesto la cobardía del Pueblo español a la hora de enfrentarse a los poderosos que realizan genocidios de bienes inmuebles:

Primero vinieron por los hortelanos, y yo no dije nada, porque yo no era hortelano. Luego vinieron por los chabolistas, y yo no dije nada porque yo no era chabolista. Luego vinieron por los pisos patera, y yo no dije nada, porque yo no vivía en uno de ellos. Luego vinieron por los que se hipotecaron a principios del siglo XXI, y yo no dije nada porque yo vivía con mis padres en Provincia, no tenía hipoteca y me estaba matriculando en mi primer Máster. Luego vinieron por los Provincianos que vivíamos de alquiler en el centro de Madrid, y no quedó nadie para hablar por mí

Un español o española siempre mirará a otro lado. Con el paso del tiempo, se ha demostrado que el genocidio de Srebrenica en 1995 lo cometió indirectamente la ONU, pues le puso en bandeja a Ratko Mladic esos miles de musulmanes bosnios y así se dio la limpieza étnica: por culpa de los cascos azules holandeses. ¿Quién está expulsando a cientos de miles de Provincianos que residían en apartamentitos de 450 € en la almendra central de Madrid? ¿La reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 2013? ¿Los turistas? ¿Los fondos buitre? ¿AirBnb? ¿Testa Residencial? ¿Los hermanos Encinar? ¿Sabina Urraca? Todavía es pronto para redactar los libros de historia que narrarán nuestras peripecias de los años 10, pero sí que podemos contaros qué sucedió en La Gavia en el año 2000.

Por aquel entonces, y como casi siempre, en Madrid gobernaba el Partido Popular y los traficantes de droga, tras ser expulsados de las Barranquillas y La Rosilla, buscaban nuevos asentamientos por el sur de Madrid pues tampoco se querían ir muy lejos del barrio, como los Provincianos a los que se les acabó el contrato de alquiler en 2016 o 2017. La Rosilla quedó convertida en el Ecobulevar que visitamos en el garbeo del otro día, en esa crónica maravillosa recordamos que Umbral escribió en algún sitio que a España le convenía muchísimo «que coman bien los de La Rosilla». Pues bien, a los de La Rosilla los expulsó la gentrificación en 2000, año en el que se desmanteló este poblado chabolista: los dejaron sin comer ni cenar, como ya temía Francisco Umbral, y además sin casas. Encontraron refugio en el colindante Arroyo de la Gavia, donde destruyeron las casetas de los agricultores y arrasaron sus cultivos para levantar sus chamizos donde intercambiarían sensaciones y estupefacientes. Los hortelanos jamás pudieron volver a sus huertos, a pesar de que la Policía y el Partido Popular acabaron demoliendo este nuevo poblado, seguramente, con sus propias manitas. Los hortelanos no tenían escrituras como titulares de esos terrenos, sobre los que se acabaron construyendo fabulosos edificios, como los que reactivaron la economía española entre 1996 y 2008, con el objetivo de evitar nuevos asentamientos.

Hasta el año 2007 no se inauguraría la estación de Metro de la Gavia pero en el año 2000 ya se empezaron a construir los bloques de edificios en este secarral que forman los alrededores del Arroyo de la Gavia pues, por supuesto, el desarrollo urbanístico se realizó principalmente lejos del agua. Se vendieron muchos pisos, pero otros muchos no porque la burbuja inmobiliaria explotó a finales de 2007 y los bancos dejaron de conceder hipotecas por 120% del valor del inmueble a esa pobre gente blandita que las fauces del capitalismo se llevó por delante sin apenas masticar. A España en 2007 todo le salió mal, en ese año también, falleció Francisco Umbral. Los bancos también se quedaron sin dinero pero fueron rescatados con dinero público, les pagamos las deudas entre todos y todas, por el bien de España. Los pisos de La Gavia quedaron en manos de los bancos: los que no se habían vendido y los que sí, estos últimos tras el proceso de lanzamiento hipotecario que (casi) siempre acababa en desahucio. La Sareb, esto es, la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria (la Empresa que Compró A Buen Precio Todo Lo Que Se Llevó Por Delante La Crisis Financiera) se hizo con todos estos pisos del Ensanche de Vallecas, entre otras localizaciones, que no podía pagar nadie, ni los hortelanos, ni los chabolistas, ni los traficantes de droga, ni los subsaharianos de los pisos patera de Lavapiés, ni los Provincianos recién egresados de su Tercer Máster que convirtieron Lavapiés en su patio de recreo, así que la Sareb los mantuvo vacíos, esperando la señal de la Recuperación Económica para bienvenderlos de nuevo. Sin embargo, el Ensanche de Vallecas se convirtió en “el Bronx de Madrid o la Ciudad Sin Ley” pues muchas Personas Humanas y/o Familias Necesitadas entraron a vivir en esos pisos vacíos, se les empezó a denominar >okupas y Ana María Domínguez, actual edil de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, les acusó de “hacer barbacoas en el patio y peleas de gallos y de perros” (sic). Nosotras ayer no vimos nada de eso, aunque sí que nos pareció un poco NYC por la cantidad de canastas de baloncesto que vimos. Nos encontramos con un montón de conejitos vivos en los aledaños de la autopista M-45, pero no conseguimos hacerles fotos a esos sinvergüenzas.

Ya en la última taberna, conocimos a los que serían nuestros mejores amigos de todo el garbeo: el profesor de halterofilia y su alumno, quienes veían el Juventus – Real Madrid, por la tele. Les interesaba tan poco el fútbol que eran incapaces de acordarse de que la Juve eliminó al Barça de la Champions en 2017, no sentían amor ni odio, las únicas emociones que permite el fútbol. Veían el fútbol sin sangre en las venas, como los habitantes de La Gavia y del Ensanche de Vallecas en general ven la vida pasar. El alumno, que tiene cara de boxeador profesional, aunque se dedique a la halterofilia y otros asuntos propios, le cuenta a Brenda que vive en La Gavia desde hace unos diez años, aunque tiene un piso en Lavapiés, “comprado cuando estaban baratos, en 2001”, alquilado a una chica: 650 € por 25 metros cuadrados. Señala estar contento con su inquilina pues, aunque sólo le pague seiscientos cincuenta euros todos los meses por veinticinco metros cuadrados, le compensa porque así está tranquilo. Entendemos que “estar tranquilo con su inquilino” es sinónimo de “no realquilarlo a turistas”. Además de sus secretos, el hombre le confiesa sus sueños: «mudarse a ese piso de Lavapiés en un futuro, volver a vivir en el centro de Madrid cuando sea mayor», cuando ya no pueda caminar sin andador, como las gentes que sueñan con jubilarse en un chalet en la Costa, ese es el sueño de cualquier persona que viva en La Gavia. Cuando ya nos estábamos yendo con el objetivo de seguir viviendo, nos encontramos con una caseta extraña, una iglesia de estilo neo-industrial que funcionaba como iglesia oficial del Ensanche de Vallecas: se trataba la Parroquia Santa MªJosefa del Corazón de Jesús. No pudimos entrar.


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