Desde febrero de este año la Fórmula 1 no cuenta con sus clásicas azafatas. Aunque los motivos hayan sido más capitalistas que feministas, se trata de un pequeño paso para los televidentes pero un gran paso para la civilización.
De lo que se dieron cuenta los promotores de la Fórmula 1 es que el papel de estas jóvenes de belleza heteronormativa empezaba ya a oler a rancio. En estas carreras de coches el varón, siempre protagonista, se bate en una lucha regalada por ver quién es más veloz; y al ganador se le presentan luego las hembras más fértiles de la manada, que son las que tienen las facciones faciales mejor proporcionadas y los pechos más desarrollados.

El conjunto es inmejorable: la unión entre el varón más capaz y la hembra más hermosa. La señora Juani y el señor Paco, que los ven en la tele después de comer, sienten que la descendencia resultante será óptima, aunque esta idea no emerja conscientemente. El señor Paco ansía verse como el más capaz, y por eso arregla insistentemente todos los pequeños desperfectos de la casa como si fueran grandes obras; y la señora Juani ansía verse como la más fértil, por eso se tiñe y se carda el pelo a la moda de los años 60, como cuando era joven.
Hago estos análisis en términos tribales neolíticos, que son los que subyacen a toda cultura e instinto humanos. Si usted se lleva las manos a la cabeza al verlo así reflejado es tal vez porque nuestra civilización comienza a negar aspectos de esas fuerzas primarias, como ocurre con la disminución de la violencia o la relegación de la reproducción. En ello los cisvarones estamos en un duro aprieto: somos el campo de batalla entre naturaleza y civilización.

Las carreras o el fútbol son actividades modernas que intentan canalizar una testorterona que ya no es necesaria. Pero hasta bien entrado el siglo XX esa testosterona era fundamental para la supervivencia de la especie, y los varones más masculinos eran quienes mejor desempeñaban los trabajos físicos o quienes mejor rendían en la batalla. Esta masculinidad era respetada y venerada, y las mujeres buscaban esta cualidad en sus parejas para asegurar la mejor genética y el mejor sustento para su prole.

En las sociedades occidentales actuales, en cambio, esa masculinidad es un problema. «Vivimos en un lugar donde los jóvenes pandilleros están perdidos porque no hay donde ir con esa fuerza primaria», dice el artista británico y promotor de una nueva masculinidad Grayson Perry. «Su propia masculinidad les está impidiendo tener una buena vida», concluye. Muchos varones no pueden canalizar adecuadamente esta energía no resuelta, y el resultado es una desviación a la violencia hacia otras personas, e incluso contra ellos mismos.
Como sugiere Theodore Kaczynski en «La sociedad industrial y su futuro» (1995):
Sugerimos que la obsesión del hombre moderno por la longevidad, y con el mantenimiento del vigor físico y el atractivo sexual hasta una edad avanzada, es un síntoma de la irrealización resultante de la privación con respecto al proceso de poder. (...) En las sociedades primitivas, habiendo realizado las necesidades y propósitos de una etapa no había ninguna aversión en pasar a la siguiente. Un hombre joven atravesaba el proceso de poder convirtiéndose en cazador, cazando no por deporte o realización, sino por la carne que era necesaria para alimentarse.
Ello se suma a otro grave problema: ya no resultan atractivos. Hoy el varón más deseado por las mujeres no es el sudado musculoso después de un duro día de trabajo, sino el tirillas que está sentado en una oficina criando barriguita, porque este es hoy el que mejor carga genética va a transferir a la descendencia para que esta tenga éxito, y también el más capaz de asegurar que la prole tiene cubiertas las necesidades materiales.
Este contexto es el que ha permitido a las feministas cargar contra los varones “machirulos”, despreciando los milenios en los que las mujeres han preferido hombres fornidos, y la protección ante ataques humanos y naturales que estos les han brindado a ellas y a su descendencia. Ello ha sido espoleado, como sugiere Quetzal, por la grave crisis de empleo de 2008. «El hecho de que los hombres no tengan empleo les hace disfuncionales», complementa Leyre Khal.
Esperemos que pronto nos demos cuenta, como sugieren Perry y Kaczynski, de que los hombres testorenosos hoy son las víctimas y que como tal hay que tratarlos. No son capaces de atraer a las hembras más fértiles, su papel primordial está viéndose mermado por momentos, y no tienen mecanismos para mostrar sus sentimientos, porque ello significa debilidad y pérdida de masculinidad. BASTA DE OPRIMIR MACHUNOS.
Una idea sobre “Las azafatas de Fórmula 1 y la crisis de la masculinidad”
¿La coincidencia en fechas de este artículo con el vídeo de Quetzal (pendiente de ver por mi parte) es casualidad o estrategia premeditada?
Vivímos buenos tiempos para la filosofía :D.
Gracias.