LITERREALIDADES DE NUESTRA TELERA Y DE LAS RELOJERAS PASADAS

por James Doppelgänger

Sentado de piernas cruzadas, saqué el teléfono de los pantalones y lo desbloqueé. Miré la hora. Habría dicho que miraba un reloj. Pero no, no era así, y no acostumbro a adulterar los eventos con falsos romanticismos. Se suele decir “miré el reloj”, sí, por alguna razón no suena nada literario escribir “miré la hora en el móvil”. Salió automáticamente, lo del reloj, por así decirlo, pero yo no tengo reloj. Había que reprimir lo del teléfono como fuera, a costa del reloj literario. Es la pura realidad. La realidad-censura, la telerrealidad, y no la literrealidad. Sólo tengo un teléfono móvil. La hora aparece en dígitos en la esquina superior derecha pero, precisamente en esa esquina, la pantalla de mi aparato está rota, por lo que tengo que inclinarlo para ver bien los minutos. Donde dije reloj podéis tachar, pues… es móvil, o teléfono móvil. Yo no lo voy a cambiar, ni sería aun decoroso. Por otro lado, podéis considerar este gazapo como una especie de homenaje a un feliz pasado analógico, o modestamente digital. Nada de electrónica, nada de complejas circuiterías integradas, nanotecnología, revolución de las comunicaciones, politonos, acceso a internet, pantallas táctiles, fancyofertas, coolpromociones, juegos, telemensajes… Nada. Más de diez años de innovaciones tecnológicas a la porra, por culpa de alguien que obvió el dispositivo de telefonía móvil al incorporar a su historia a un personaje que mira la hora en un pobre y anacrónico reloj, en un dispositivo de otra era. Era-otra: RelojEra, otrora, rastrera es ahora. Me suda la polla. Y de hecho, lo prefiero así. Dejad “reloj” donde pone “reloj” y pasad de lo que queda de párrafo. Mil novecientos ochenta y tantos, una época divertida, mucho más intrigante y efervescente que la actual. Decadente, sin duda. Mas, ¿no es al fin y al cabo la decadencia tan humana como el progreso? Se puede incluso decir que es la otra cara de la moneda. Y no habríamos dicho nada. Nada nuevo. Nada. Pero no fue mayor ni menor entonces que ahora. La máquina. Ni la decadencia. Tenía otra forma. La llevaban con cierta elegancia, con galantería, con orgullo. Existía el glamour de la perversidad y el desenfreno, y una clara búsqueda de la ruptura generacional. El cyberpunk ahondaba en los supuestos apocalípticos de la ciencia ficción de épocas anteriores. Profetizando sobre los factores tecnológicos o científicos de nuevo alumbramiento, lo más nuu and beyond, novelistas, cineastas y artistas en general preconizaban un siglo XXI caótico, oscuro, plagado de peligros para el hombre, que se habría convertido en un ser esclavizado por la tecnología, carente de voluntad y abrumado por el progreso. En nuestros días, la salvación de la humanidad quedaría a expensas de una lucha titánica contra Grindernaut, una bestia abisal de cabeza crestiforme y tentáculos viscosos y descomunales. O quizás la amenaza fuera un alienígena atraído desde Andrómeda por su necesidad de heroína o plutonio, o un ordenador monstruoso capaz de procrear pequeños ingenios diabólicos idénticos a él mismo y autogenerativos, que invadirían la Tierra ¿La realidad? La realidad es que probablemente no vayamos a ser atacados por un bicho de cincuenta pies. Yo no lo he sido hasta el momento, vaya. Tampoco creo que a la computadora en la que escribo le crezcan extremidades electrónicas desde los puertos USB o desde la alimentación, que éstas ramifiquen y se enreden entre mis dedos lentamente, haciendo saltar chispazos azules de vida eléctrica mientras yo escribo sin parar. Es ridículo pensar que no advertiría cómo, poco a poco, los cables van trenzándose a lo largo de mis brazos, expandiéndose, clavando sus conectores y pitorritos en mi piel insensible y adueñándose de mi sistema nervioso, y no daría crédito al supuesto de que la pantalla de mi ordenador se convirtiera en el monitor de mis actitudes, en huésped y censor de mi comportamiento. Jamás podría admitir que ya no escriba yo lo que de hecho deseo, sino una suerte de sandeces dictadas por AMILO Pi 1505, un portátil auténticamente móvil que le hará sentirse en casa dondequiera que esté. Garantizado por la tecnología móvil Intel Centrino, con pantalla BrilliantView de 15,4 pulgadas, LAN Inalámbrica integrada, el AMILO Pi 1505 representa el equilibrio perfecto entre movilidad y prestaciones. Un puerto de salida S-Video, IEEE 1394, SPDIF y puertos USB 2.0 están integrados de serie para conectarle con todos sus periféricos digitales y dispositivos multimedia y conseguir que usted no haga nada que no esté programado por el sistema operativo instalado en AMILO Pi 1505.

¡Habla, Pueblo, habla!

Nos han condenado a 18 meses de cárcel y 15.000€ por destapar una sucia cloaca.  Lee más y apóyanos » 

No pierdas el tiempo navegando por la web, ¡hazte con la antología de Homo Velamine!

Los mejores textos y actos ultrarracionales recopilados en un solo volumen.