El capitalismo es profundamente responsable del empobrecimiento masivo de las mentes de las personas. No me refiero a la propaganda y la publicidad. Me refiero a que, si yo tengo que venderme para perseverar, no puedo permitirme tener cualesquiera ideas. En cualquier momento, tener unas ideas equivocadas puede hacer que se me niegue mi cuenco de valor-grasa necesario. En estas condiciones es bastante irrisorio hablar de libertad de pensamiento, y por ende de libertad de expresión.
Y eso se ve todavía mejor con las ciencias y la filosofía. Yo no puedo pensar sobre lo que me dé la gana, no puedo estudiar lo que quiera. Incluso si NO tengo que gastarme dinero en laboratorios e instrumental de experimentación, debo adaptarme a las demandas del buromundo y sus fuentes de financiación. Debo por tanto organizar mi pensamiento en torno a tres o cuatro keywords y trending topics. Hablar sobre lo que deba hablar, en el campo en el que tengo que hablar, con un objetivo concreto, y los tres o cuatro interlocutores convenientes, al objeto de obtener los índices de impacto y las certificaciones que se necesiten.
Lo mismo ocurre con el arte. Durante el siglo XIX el artista dejó de pintar curas y reyes sin parar a hacer cosas cool para la burguesía. Superaron el mecenazgo del Antiguo Régimen para supeditarse a las nuevas exigencias del mercado. Si adelantamos hasta hoy, con los ‘ayuntamientos del cambio’, observamos que las subvenciones que ofrecen al arte son solo para obras que tengan que ver con la integración social, el feminismo, el ecologismo y cosas así, dirigiendo a las personas con capacidades técnicas artísticas al discurso social imperante, si no están ya allí. En cambio, el arte verdadero, el del Pueblo, va por un camino muy distinto. Y salir del marco y pensar sobre ello ni siquiera está sobre la mesa.
El cuadro de la familia real que Antonio López tardó 20 años en pintar VS el collage de la familia real que una persona entrañable tardó 20 minutos en hacer.
A partir de todo esto, el margen de libertad de artistas y pensadores es más bien precario. Y miente el académico que afirme que por ello su mente no se empobrece. Pues es obvio que, al convertirse en megaexperto de una cosa, tiende a hablar un lenguaje privado conocido sólo por unos pocos, al mismo tiempo que no tiene ni idea de lo que ocurre en otros campos, y ni siquiera sabe hablar de ello con rigor. Y así, uno acaba repitiendo sin cesar las cuatro mismas tonterías de siempre. A eso me refiero por empobrecimiento de la mente. Y lo curioso es que este mismo artículo es un ejemplo de dicho empobrecimiento y de sus consecuencias.
Lo peor es que, lejos de ser un producto del capitalismo que pudiésemos sustituir o reemplazar en otra sociedad, este producto, como todo producto social, es ya constituyente o punto de partida de cualquier sociedad posible. Teniendo en cuenta esto, resulta difícil pensar que el capitalismo pueda proceder de otra forma en lo sucesivo, que no fuese estragando mentes cada vez más. Al mismo tiempo, puede que la única manera de salvar nuestras mentes pase por que acaezca una simplificación involuntaria y no planificada de la infraestructura social: es decir, que entremos en un colapso ecológico que nos obligue a simplificar las sociedades, y que ello, lentamente, origine la necesidad de espíritus complejos y libres, y también la necesidad de sistemas educativos y profesionales que los promuevan.
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