Sospechamos de toda persona que está demasiado segura de las cosas, de sus cosas. El acto más revolucionario de la vida, por el contrario, es la duda, empezando por ponerse en cuestión uno a sí mismo.
Francisco Umbral pone en palabras una difícil línea por la que cabalgar. Homo Velamine, como tantos otros grupos idealistas surgidos del 15M, empezó arremetiendo contra la derecha y sus estructuras de poder en un clásico “nosotros contra ellos”. Pronto empezamos a investigar quiénes eran “ellos” para atacarles mejor: queríamos comprender quiénes estaban enfrente y por qué habían tomado esa posición de mierda junto a los oligarcas, los plutócratas, el inmovilismo y la cerrazón. Observamos que sus ideas eran grotescas, pero su determinación era tan real como la nuestra. Y las cosas que decían de nuestro bando eran las mismas que nuestro bando decía del suyo. Ideas como «la caverna mediática les manipula», «a ver si aprenden un poco de historia», y cosas peores, claro. La pregunta fue inmediata: ¿y si el error estuviese aquí y no allí? Pronto ese «nosotros contra ellos» nos resultó facilón, maniqueo e insuficiente, y empezamos a mirar hacia adentro.

«La izquierda, en cuanto se seculariza, deja de ser izquierda», dice Umbral, y con internet está mostrando más que nunca su ultrasecularización. En nuestro mirar adentro nos pesaron esas izquierdas inmovilistas, anquilosadas en las ideas aprendidas tantos años atrás. Esas izquierdas que siempre miran a las afrentas del pasado en lugar de a las igualdades del futuro. Esas izquierdas que comenzaban a ser derecha, aferradas a su botijo, defendiendo cosas fantasiosas de manera preirónica, dándole así la razón a la derecha que las critica. Nos dirigimos al biempensantismo de izquierdas: a la república porque-sí, al feminismo de asamblea de 12, a la exaltación a toda costa del Pueblo o de los oprimidos, etc.
Con más o menos acierto y extravagancia solo hicimos una cosa: lanzar preguntas. «La mente que se escandaliza y es incapaz de acoger cualquier idea con cariño, aunque sea para luego expulsarla con desprecio, ha de ser lobotomizada sin concesiones”, dice el Manifiesto del Ultrarracionalismo. «No puede haber un pensamiento de derechas porque el pensamiento es siempre indecisión, dubitación, transgresión, autotransgresión, modificación, asunción, provisionalidad lúcida y en vilo», sostiene Umbral. Apelábamos a ese pensamiento, pero la izquierda biempensante nos escupió en la cara. Y no es lo mismo que te llamen perroflauta que machista.
Claro que también hay que seguir mirándose hacia adentro. ¿Esas preguntas son pertinentes? ¿No estarán socavando más una izquierda constantemente divivida, en lugar de haciéndola más fuerte? No tengo respuesta, la verdad.

Por otro lado, mientras diseccionamos nuestro propio ombligo ahí fuera crecían los gusanos. El poder mediático, ahora desalmado por el Algoritmo, es cada vez mayor. Los neofachas se han puesto careta amable y seducen a las masas con mensajes para todos los públicos. Las lucecitas y los coloricos del capitalismo son más hipnotizantes que nunca. Y lo más terrible, nuestras preguntas a veces refuerzan la posición contraria, como cuando usamos la tauromaquia para cuestionar la producción industrial de carne, y los sinvergüenzas de los aficionados a los toros se llevaron el gato al agua. Puaj.
Hay que volver a dirigir el dedo a esa estructura de kiriarcado. Pero ya no podemos hacerlo con idea clara del “nosotros contra ellos”. Hemos comprendido que el «ellos» es nuestras tías, abuelos, vecinos y compañeras de trabajo. El enemigo tiene nombre y cara, perritos y nietos. Es impensable destruirlo. Vivimos en un tiempo confuso en el que el poder, por definición en la derecha, no se ejerce solo desde arriba, también desde abajo, y eso es lo más terrorífico de asumir y complicado de cambiar. Los oligarcas y los plutócratas están legitimados libremente por el Pueblo, vía cuotas de audiencia, votos electorales y memes de Facebook. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Por dónde atacar este contubernio? ¿Entendieron esta relación las personas revolucionarias de otras épocas? ¿Lo obviaron para centrarse solo en atacar el poder, o se volvieron locas en el proceso de asimilación?
Más y más preguntas sin respuesta. Ante el abismo de la locura que es saber que el mundo no tiene solución, solo nos queda una idea: actuar como si sí la tuviera. Aunque eso suena a tradición juedocristiana que da asco. Pero en fin, nadie dijo que fuera fácil. ;)