
Uno de los motivos más serios para estar atentos y precavidos ante las consecuencias de las estrategias tecnopolíticas en esta pandemia es el hecho innegable de que la industria de gestión de seguridad y riesgos, ya sea sanitarios o naturales o de terrorismo, es una de las vías más expeditas para promover un nuevo ciclo de crecimiento económico. Esto lo explicamos muy bien en Ultrarracionalismo.
Periódicamente, el capitalismo necesita reestructuraciones, procesos de destrucción creativa donde se impulsa un ramillete de nuevas tecnologías y modelos de negocio, o relaciones productivas. Estas remodelaciones destruyen trabajos y sectores pero crean nuevos leading sectors, espacios que concentran la creación de valor añadido o la acumulación de plusvalía. Estos leading sectors son motivo de escaladas de competencia entre empresas y potencias, y tiran de la economía hasta que se agotan. Dan entonces paso a un ciclo bajista donde las innovaciones son menores y más dominadas por mejoras menores o incrementales de eficiencia, hasta que se para el crecimiento y se comienza a destruir empleo y concentrar el capital. Para salir de esto: nuevas inversiones en un nuevo clúster de transformaciones.
Ya agotamos prácticamente el clúster digital y llevamos virtualmente 15 años en una recesión donde las relaciones productivas neoliberales, de la sociedad red, no dan absolutamente para nada más. En este contexto, se requiere una transformación de gran escala. Tal transformación no puede venir de cualquier sector o grupo de sectores, sino de sectores cuyos servicios puedan escalarse, es decir, que puedan ganar una demanda suficiente. Esta demanda puede ser privada o pública. El sector público esencialmente es un cliente en grandes transformaciones de infraestructuras y obra civil, y en sectores tales como la seguridad, el armamento, la sanidad o la educación. El privado, en commodities tales como los dispositivos electrónicos o los fármacos, y siempre en cosas relacionadas con el sector construcción. Dejando a un lado la cuestión de la composición demográfica de la clase media (principalmente viejos occidentales y cargos medios en las economías industrializadas asiáticas), transformaciones tecnológicas como la energía y las telecomunicaciones pueden filtrarse a ambos sectores y de muchas maneras, pero, idóneamente, su efecto sería estructural. Necesitas un clúster: por ejemplo, coche+acero+petróleo+plásticos (segunda revolución industrial), o telecomunicaciones+electrónica+derivados financieros+herramientas telemáticas (tercera revolución, más magra).
Así, no hay muchas opciones para articular un clúster de transformación tecnoeconómica y política en el siglo XXI. Pero las pandemias y las crisis climáticas proporcionan uno prominente, que son las transformaciones combinadas en la energía y sectores anejos como el agroalimentario y el transporte (necesaria ante el desafío conjunto del agotamiento del combustible fósil de calidad, y el cambio climático) y la gestión de riesgos de seguridad y sanidad pública y privada: pandemias, catástrofes naturales, crisis ecológicas, migraciones masivas, terrorismo, estreses climáticos, rebeliones sociopolíticas.
La base tecnológica de estas transformaciones es lo de menos. Puede ser la tan cacareada convergencia NBIC (Nano-Bio-Info-Cognitive Technologies) en biometría, tracking, aprendizaje automático, medicina personalizada y demás (el escenario Harari, que por así decir, es una continuación de la tercera revolución industrial) o transformaciones a nivel de infrastructura energética y proyectos de ingeniería civil (el escenario ‘ecológico’, más centrado en la creación de capacidades infrastructurales para mitigación-adaptación de crisis biogeológicas, y donde la componente de transformación política necesaria sería probablemente mayor). Podríamos también, perfectamente, tener una combinación de ambas.
Más allá del aspecto final de esta base, sin embargo, se advierten convergencias y paralelos generales en torno a qué sectores son importantes para la que probablemente será la última reestructuración, o intento de reestructuración, del capitalismo. Y los servicios y herramientas de seguridad y sanidad es un macrosector con muchos puentes internos y una capacidad única para concentrar inversiones y demanda. He aquí la gran importancia colateral de la crisis del coronavirus y lo que en ella se está cociendo a modo de «respuestas», «estrategia», ideología y necesidades funcionales del sistema. La pandemia no está ni mucho menos planificada o preparada pero, con ello y todo, se ha convertido ya en un experimento social. Esta pandemia, como otros desastres, constituyen un nicho de ensayo para soluciones y su eventual generalización, escalado y consolidación.
Más aún: lo importante no es que esta racionalización y escalado racional de soluciones y estrategias sea o no deliberado, o deseado por gran parte de la población. Lo importante es que esto es lo que sabemos y podemos hacer colectivamente en el marco del capitalismo y su política fragmentaria y competitiva de estados-nación, porque es lo que la Modernidad nos ha enseñado y en lo que nos ha atrapado. No hacerlo no nos resulta ya inteligible, y estaría, además, en contradicción manifiesta con el marco político-económico del que partimos. Es en este sentido que estamos determinados o abocados a esta senda de transformaciones.
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