Propuestas para una mejora ultrarracional de Parque de Santa María

Propuestas para una mejora ultrarracional de la ciudad de Madrid‘ es un garbeo semanal que parte cada martes de una estación de metro distinta, barriendo el plano por orden de líneas y de norte a sur. Cada garbeo consiste en caminar por donde nos venga en gana y una visita a un bar local. En ellos conocemos al Pueblo en su salsa, interactuamos con él, cantamos a favor de la labadora, etc.

Este martes era el turno de la estación de metro de Parque de Santa María en nuestro recorrido de la línea 4. Llegamos con algo de desconfianza, ya que la semana pasada en Hortaleza involuntariamente repetimos gran parte del recorrido que ya hicimos en nuestro garbeo por Manoteras, y temíamos que nos volviera a pasar lo mismo. Nada más lejos de la realidad.

El inicio de nuestro paseo, no obstante, repite los patrones de la semana pasada: Toldo Verde y gerontocracia.
¿Cuántos López puede encontrar en esta imagen? Ocho de cada diez personas no aciertan la respuesta.

En lugar de dejarnos seducir por el ladrillo visto que tanto nos gusta y volver a recorrer por tercera vez las mismas calles, optamos por nuestra segunda cosa favorita: cruzar autopistas.

Donde hay tráfico hay alegría.

Llegamos a una zona residencial apartada del resto del barrio que combina construcciones antiguas y modernas, y que parece no estar habitada por ningún ser humano.

De chaletes de nueva construcción…
… a casas de pueblo.
Vía pecuaria en medio de la ciudad. ¡Jamás lo vieran nuestros ojos urbanitas!
Estas señoras fueron las únicas personas que vimos en horas.
Aunque no haya habitantes, siempre hay que protegerse de algún posible malhechor.

Tampoco vemos comercios, pero sí encontramos el edificio más maravilloso que hemos visto jamás.

¿Es una vivienda? ¿Es un cine? ¿Es un taller mecánico?

Especulamos sobre si esa roca que hay a la entrada será un meteorito, y si el edificio estará en alquiler para establecer allí la sede física de Homo Velamine donde invitar a merendar a fans y haters.

Se oye ladrar un perro dentro, pero no vemos a nadie a quien poder pedirle más información sobre esta maravilla de la arquitectura de extrarradio.

Seguimos avanzando, y poco a poco las casas bajas y más antiguas van desapareciendo y son sustituidas por bloques de piso nuevos. Detectamos que el Toldo Verde va trocándose en pérgola, que las publicestas desaparecen de los portales y, en general, que todo es cada vez más feo.

Hemos llegado al futuro.

En los bloques de pisos fortificados no hay ni un solo local comercial, lo que nos preocupa, porque empezamos a tener ganas de encontrar un bar. Detrás de las verjas que aíslan las urbanizaciones del exterior, sólo se distingue ruido de chiquillada, por lo que deducimos que este barrio está poblado únicamente por niños. En nuestro garbeo de la semana pasada, al contrario, sólo encontramos jubilados: claramente la autopista que hemos cruzado marca la frontera entre el pasado y el futuro, entre la España del ayer y la del mañana.

En este portal tan horroroso, al no haber publicesta, los catálogos de juguetes (única correspondencia que reciben los infantes que lo habitan) deben amontonarse de cualquier manera en una repisa.

Cruzamos la calle Rocío Jurado y su paralela, la Avenida de las Fuerzas Armadas; y después, la nada.

Pareja de enamorados contempla arrobada el abismo al fondo de la civilización.

Aunque no hay casi rastro de vida humana, parece que toda esta zona se haya planificado pensando en que iba a haber una afluencia muchísimo mayor de gente y coches.

En este magno bulevar encontramos no una, sino dos casetas de helado (cerradas).
Cuatro salidas para esta estación de renfe por donde no parece pasar ningún tren.
Esta rotonda, de extensión y condiciones climáticas similares a las de la Gran estepa, apenas nos cabe en la foto.

Pero al distinguir una familiar silueta en el horizonte nos damos cuenta de que las inmensas dimensiones de todo sólo se hacen eco del inconmensurable valor cultural del enclave al que, sin planearlo, hemos llegado: la Ciudad Deportiva del Real Madrid.

Raspilla arranca un cartel electoral de una farola y nos pide que le hagamos una foto para su familia.

Y no sólo eso, apreciamos que al fondo de la misma avenida se distinguen los restos del inacabado Campus de la Justicia de Madrid, ambicioso proyecto de fantasía que iba a estar formado por 14 edificios diseñados por arquitectos de talla internacional pero de los que finalmente sólo se empezó a construir uno. Sin dudarlo, nos encaminamos hacia allí.

Peligro ciervos: el entorno es cada vez más agreste.

Después de veinte minutos largos de caminata, cuando llegamos, la verdad es que nos decepciona bastante.

En este escenario postapocalíptico, el Campus de la Justicia nos hace pensar en la Cúpula del Trueno de Mad Max.
Rasomon intentó convencernos de que no merecía la pena ir hasta allí, porque el edificio es feo como una manzana bocabajo. Tenía razón.

No obstante, nos entretenemos observando a los conejitos corretear por el descampado, y pisando los surcos que han hecho las ruedas de hormigonera en la tierra, que es extrañamente satisfactorio.

Portada de “Es como caminar sobre bizcochito”, el nuevo álbum de pop intimista de Demófila Martínez.

Ya empieza a caer el sol y nos damos cuenta de que estamos en el absoluto fin del mundo, sin ningún bar cerca donde poder dar por concluido nuestro garbeo de hoy, así que intentamos volver hacia la zona edificada, con la esperanza de encontrar uno.

El parque donde se drogarán los niños del futuro.
Demófila y Raspilla fingen ser una pareja con coche que se muda a Valdebebas para formar una familia de derechas, pero les da la risa.
Pérgolas: ¿por qué?
Pero en serio, ¿aquí vive alguien?

Cuando ya estamos desesperadas, un súbito rayo de esperanza.

En esta servilleta pone “Gracias por su visita”: no podemos estar lejos de un bar.
Y por fin: los dos únicos bares en cinco kilómetros a la redonda, puerta con puerta en este idílico escenario.
El bar está vacío excepto por un gran grupo de runners celebrando que por fin es martes brindando con bebidas isotónicas.

Estamos muy cansadas de nuestro viaje al futuro postapocalíptico, y tenemos la sensación de que la cerveza que nos han servido en este barrio de ascetas ni siquiera tiene alcohol. Así que después de reflexionar brevemente sobre la posibilidad de instaurar un sistema judicial que contemple el exilio en Valdebebas como su pena máxima, nos volvemos a casa, porque además nos hemos ido tan lejos que tenemos que coger un autobús para llegar a la parada de metro más cercana.

Eso sí, antes de irnos damos un par de gritos, para que no se diga que venimos de fuera a faltarle al respeto al ruido.

Nuestra única propuesta para mejorar este barrio sería destruirlo y volverlo a hacer, pero esta vez bonito. Del Parque de Santa María realmente no podemos decir nada, porque no lo hemos visitado. Quizás la semana que viene lleguemos a él por error.

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