Planificar el decrecimiento para evitar el colapso

Un relato que se ha puesto de moda, tanto desde la ortodoxia centrista o liberal, como desde perspectivas ecologistas, es que la urgente situación que vivimos (ya se vea esta urgencia desde perspectivas exclusivamente económicas o ecológicas, las cuales, en rigor, deberían integrarse) determina que no podemos hacer planes de futuro. Uno tiene que ser adaptable, no planificar. Debemos ser resilientes, no tener unos valores sustantivos que nos dirigen como sociedad y que tratamos de materializar y reproducir.

 

Esto me parece un error, y además un error inmoral, por lo que implica. Cuando la vida de miles de millones de personas está en juego, necesitamos hacer planes de largo plazo, y planes radicales. Y necesitamos luego traer estos planes a hitos no menos radicales en medio y corto plazo. Una civilización compleja como la nuestra no puede sobrevivir sin planificación. Ahora se necesita planificación más que nunca.

No planificar es renunciar a hacer uso de la razón y la acción colectiva cuando millones de muertos y un caos desenfrenado están en la recámara.

Como hemos visto con el coronavirus, la sociedad es muy frágil, su desarrollo y continuidad se da gracias al funcionamiento y mantenimiento de una infraestructura masiva y de gran escala. Esta infraestructura no tiene menos de 25 años de horizonte de durabilidad. Cuando se trata de infraestructura, uno tiene que planificar para construir, y para mantener, e incluso planificar el substituto o reemplazo. Digamos que deseas bajar la escala de la infraestructura y desurbanizar para limitar el consumo, el impacto natural y promover un declive lento y asumible en lugar de un colapso social abrupto. En suma, digamos que quieres dejar de lado la gran infraestructura, la megamáquina de lo social, para ganar adaptabilidad a largo plazo. Evidentemente, necesitas algo de flexibilidad (que no tenemos) para emprender este proceso, y tu objetivo es ganar flexibilidad durante todo el proceso.

Pero para este objetivo también necesitas planificar. Debes, entre otras cosas, imaginar cómo vas a mandar a la porra todas las ciudades y el sistema extractivo agro-ganadero-mineral etc. que las nutre, y qué clase de sustento vital será posible para todos los millones de personas que no van a poder vivir allí más. No planificar esto es renunciar a hacer uso de la razón y la acción colectiva cuando millones de muertos y un caos desenfrenado están en la recámara.

Distinto es que esta planificación pueda ser democrática. Evidentemente, mientras que los canales principales de información sean controlados por la banca, las grandes financieras, los constructores y las empresas de energía sucia, la idea de planificar con valores, a largo plazo y además democráticamente no sólo no tiene sentido, sino que tiene la naturaleza de una pescadilla que se muerde la cola.


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